11 de marzo de 2009

LOS HÉROES

EL PAJILLERO
Atribuido al hermano de El Tinta (1)


Es que esta historia no sabría como contarla, la verdad. Tan escabrosa y poco común. Al fin he decidido ser directo y hacerlo con resumen y claridad.

Lo conocí muy de cerca, por estas circunstancias de la existencia que te hacen ser, incluso, hermano de alguien sin quererlo uno expresamente.

La historia del más grande onanista que he visto en mi vida. Por lo menos así me lo parece. Lo sé todo sobre él porque fui confidente de sus afanes masturbatorios. Un adalid de esa realización sexual era este hombre, que en la gloria esté, pese a su pecado.

Debería empezar por sus inicios, claro, por el descubrimiento de eso que le supuso en toda su vida un gozo y también un juego divertido, pese a que los demás lo veían como una enfermedad digno de tratamiento y con una preocupación por la rijosidad y contundencia con que la llegó a ejercer, y que, en cierta manera, determinó su vida y hasta su muerte. Fue cuando tenía trece años y en una de las convalecencias por una de esas enfermedades con las que se abandona la niñez y se entra en el vertiginoso mundo de la pubertad, de cara a la adolescencia. Era por la mañana y estaba ya casi restablecido. A la cabecera de la cama había una ventana por la que entraba la fogosa luz primaveral de esta tierra. Debajo de las ropas T sintió algo extraño. Se palpó, estaba recién despierto, con una de sus manos y deseó como si tuviera ganas de orinar, cosa natural al despertarse. Notó su miembro extrañamente hinchado y duro, que ya lo había experimentado otras veces. Se lo tocó más y le gustaba. Continuó frotándolo con los dedos y se destapó para mirarse. Estaba enrojecido y sentía un extraño, cálido y agradable picorcillo, que se le agarraba, hormigueándole el cuerpo, hasta la nuca. Se lo agarró con toda la mano y lo balanceó, en frotación de arriba abajo, echado bocarriba sobre el lecho. Al rato le fue invadiendo una sensación calurosa y el picor placentero se tornó agudo, tenso y más grato, hasta llegado un momento en el que la tensión subió hasta arderle la cara y el cuerpo tenso, y su mano palpó un líquido emanado de su pene. Cesó pues, cansado, le resultaba poco agradable ya, y estaba emocionado por el sofoco y el enorme bienestar que sintió. Incluso le picaba. Miró atento a su mano manchada y no supo darse explicación al misterio y al gozo. Estaba claro que aquello no eran orines. A partir de ese día repitió la operación siempre que pudo y le vino en gana, y cada vez le resultó más dulce y placentero el momento de la tensión y de expeler aquel flujo. Y no me detendré en más detalles que me contó en muchas ocasiones sobre su iniciación.

Fue pasando el tiempo y T fue progresando en su costumbre masturbatoria, logrando una rara habilidad y prefiriéndola a otros accesos y prácticas sexuales, a los que le era fácil. Aquí conviene que me distancie y exponga mi visión, no vaya a ser que se entienda por regodeo el anotar este extraño exceso, pero trato de se notario meramente, aunque sé que es difícil evadirse. El onanismo es, por principio, un fracaso y un vicio a la vez. Se ha dicho: El vicio es, por principio, el amor al fracaso. Generalmente es ante la presencia de otro u otra, en la que la gente se descubre capaz de deseo. Puede desearse también ante la ausencia de otro. El goce solitario lo entiendo como una llamada al otro o la presencia del otro invocada. Pero en este caso he de destacar que no. El descubrimiento y posterior práctica de T no tenía en cuenta eso. Me constaba absolutamente así, aunque resulta raro. T jamás sintió atracción por las mujeres, y menos por los hombres. Ni sus fantasmas eran invocados en sus abundantes momentos de onanismo. Era puro en eso.

Llegado a la edad de veintitantos años, quizás veinticinco, su obsesión fue a más. Era muy hábil en disimular que se masturbaba en lo lugares públicos. Así, en cafés y bares se arrinconaba en las barras, o sentado en veladores y terrazas. Por supuesto en cines y teatros, porque, aunque era oriundo de una pequeña población, vivió gran parte de su vida en grandes ciudades. Lo peor no era eso, por el compromiso en que ponía a los que le acompañábamos. Su indecencia llegó a mayor, su osadía fue tanta que le dio por ver a donde alcanzaba su fuerza eyaculatoria. Era una punto de suerte y otro de una admirable habilidad, el que se masturbase el locales públicos o en la calle, y expeler el semen, generalmente apuntando a otras personas. Gozaba, sobreañadido, aspergiando seminalmente a las gentes. Por supuesto que en los diversos sitios donde vivió tuvo problemas, tanto con todos los vecinos como con los transeúntes, ya que les llovía desde las ventanas su líquido espermático.

Sé que es un poco, quizás demasiado, asqueroso contar estas miserias del advenedizo del sexo cuyo nombre callo. Pero de todo tiene que haber en esta vida, y lo que pretendo con esto es ilustrar a la juventud que se puede encarrilar malamente por estas costumbres, perdiéndose los gozos del sexo con lo otro y las otras. Es mi única pretensión al entrar en rijosos detalles de mal gusto. Pero si eso es así, no vale dar rodeos y argumentos con rebuscadas palabras y narrarlo con veladas razones. Prefiero ir al grano.

Así que T tuvo problemas porque más de una vez escandalizó a señoras, cuando no fue agredido por señores, que lo sorprendieron, o bien en pleno pajeo, o bien expulsando el semen sobre ellos y ellas. Dos veces fue detenido por la policía, siendo la segunda vez condenado con arresto mayor de seis meses. Esto ocurrió el ser cogido por echar la lefa sobre un abrigo de visón de una empingorotada señora. El marido, gordo bigotudo -parece que lo estoy viendo- arremetió contra él, que salió por pies, corriendo, sin poder ocultarse el falo, a la calle. Aunque era más ágil, el grueso señor daba voces de alarma y un guardia de tráfico lo agarró. La pobre señora del visón sufrió un soponcio, viendo su preciosas prenda llena de aquello que quizás nunca vería tan de cerca ni tan en vivo y directo sobre su cuerpo. Nos hizo mucha gracia todo, aunque la edad me ha hecho desaprobarlo absolutamente ya que creo que la ciudadanía tiene derecho a que no se le corra cualquiera encima, y menos inesperadamente. Porque también fui testigo de casos contrarios, esto es, que agradecieron los actos de T. Concretamente recuerdo que cierta vez, en una sala de juegos, un mariquita agradeció sumamente un chorretón de T, que éste emitió desde un rincón, en el que simulaba jugar con una máquina, lo que fingía mejor sus movimientos y gestos.

Sé de la crudeza de lo que cuento, pero la vida de T no es un camino de rosas precisamente, ni estamos para andarnos por las ramas a estas alturas de la historia, como esperan algunos. Sé del cambio de la visión de las cosas en mí. Cuando era joven solía ser más permisivo, y no creí nunca que el paso de los años me atemperaría, como dicen. Y fue verdad, así que con lo que antes me reía, ahora me entristezco, e incluso reconozco que me he vuelto un punto, o dos, más conservador, lo que no quita para que vea la gracia de los desmadres de T y me ría entre mí en no pocas ocasiones. Hay que tener buen humor, que es patrimonio de las gentes inteligentes. La risa de los tontos es triste, dicen. Pero soy consciente de que narro un suceso muy excepcional.

Pero la cumbre de ese cinismo onanista llegó justo hasta el momento de su muerte, hasta el mismo momento de expirar. Y eso sí merece que lo cuente, aunque advierto de que se pueden herir sentimientos. Que nadie lo vea, o lo lea, como irreverente o falto de respeto, ya que aquí el elemento sagrado es mero comparsa. Lo que interesa es dar idea del colmo de vicio a que llegó, hasta donde alcanzó con su práctica. Entiéndase como patología excesiva.

Murió joven. De unos cuarenta y siete años y cuando ya tenía un trabajo regular como viajante de productos de perfumería y droguería en general. Soportó una larga enfermedad. Pero eso no fue obstáculo para que siguiese con su placer solitario cada día, y si me apuran, a cada hora. Lo que desmiente, en gran medida, las opiniones de los médicos en lo referente a sexo y salud.

Sea porque T era católico, y no practicante, como se dice, sea porque sus últimos días entró en un proceso religioso ante la inminencia de la muerte, lo cierto es que pidió que si sentíamos que se moría, llamásemos a un cura. Nadie se extrañó y pensamos que resultaba lo normal en los momentos por los que se pasaba. Yo mismo fui a buscarlo. Por el camino le hablé un poco lo que conocía de T, y le destaqué que era un buen hombre; pero que tenía aquel pequeño defecto, aquella cosa que no podía evitar y en él era lo más natural. Nada dijo el padre que me escuchó atentamente durante el trayecto de la parroquia a la casa. Cuando llegamos, subimos y entramos en la habitación. El médico le daba pocos minutos de vida, aunque había pocas esperanzas. En la cama T estaba con una cara previa a la muerte, digo esto sin haber visto mucha gente en este trance, claro, pero lo supongo. Se fue el sacerdote al moribundo y todos salimos de la habitación, dejándolos solos. Al rato oímos una exclamación increíble y el párroco saliendo, escandalizado por la expresión del rostro y con la sotana visiblemente manchada de nacarinas gotas de semen. Entramos todos, mientras alguien atendía al buen hombre, en orden a limpiarse. Sobre la cama, destapado de las ropas, yacía T. Tenía en su mano derecha el falo, en actitud masturbatoría. Con los ojos cerrados, su cara expresaba placer. Lo tapamos y el médico verificó que estaba muerto. Luego el cura nos contó que mientras le escuchaba en confesión, T se destapó rápido y se corrió sobre él, con una potente eyaculación. Poco después debió morir, en el acto.


NOTAS. El Tinta es un personaje de la novela.
Pertenece este texto de un relato atípico e irónico del asunto erótico, a mi novela, también atípica, Los héroes huyen del enemigo, de la parte Testimonios expurgables, página 185, publicada en 2000, romero, quaderno máximo. Hay por la red, desperdigados, algunos derrames de estos textos, que a uno asombra encontrar. La novela fue escrita en 1979, y retocada, pulida, enmendada, ampliada y demás hasta 1986.

4 comentarios:

  1. Agustín, me he reído con tu pajerillo, que mal no me viene, digo reirme...Bueno, después de todo que te dediquen una, enaltece el ego, no? He visto unas cuantas de esas en el manicomio...había que decirles, en plena asamblea grupal ¡Guarde la gallina ahora y déjelo para después! Bueno, que no solo en el manicomio se ven...
    Me quedé pensando en el amor y sus deformaciones, como dice Romero y acuerdo con él totalmente "Tal vez amamos porque estamos condenados a muerte, y en el camino a ese cadalso nos preguntamos por nosotros y nos miramos, nos agarramos, nos tocamos, nos amamos, o amamos cosas sublimes para no perecer o apostar por una posible solución a esa muerte que se acerca. Amamos para huir de la muerte; pero eso también me suena a consuelo fácil. Tal vez si hubiese sido una mujer no habría escrito esta suerte de despropósitos sobre el amor y sus mundos. Hubiese callado durmiendo a un niño, mi hijo, y sonreiría leyéndolo." Aunque tal vez Agustín, Romero no piensa que una mujer camino al cadalso vas pensando...ya no los veré mas....
    Un beso fuerte

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  2. Te aclaro Agustín que Romero Barroso a quien he citado antes es un excelente escritor, uno de cuyos textos "derramados" he hallado.

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  3. Anónimo7:33 p. m.

    jaja
    así unos cuantos andan por la vida
    exhibicionista divertidos...ja

    Dalí antes de conocer a Gala...y después supongo...

    las mújeres disimulamos más...

    yo me hago un dedo a diario,mmm

    daría algo por verte mientras la meneas...

    la zorrita

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  4. Amiga zorrita (POEM): Ya digo que eso no es nada autobiográfico. No hay nada que deteste más que el espectáculo, propio o ajeno. No has entendido bien. No me dedico a espiar la realidad y a reproducirla con fruición, te lo aseguro, como la mayoría de escribidores llamados españoles, no. Eso lo escribí como en 1979, lo pulí a los largo de casi siete años, y se publicó en 2000, bajo los auspicios de la Unión Europea, formando parte de una novela, titulada "Los héroes huyen del enemigo", de la que he reproducido textos ya por este sitio, que es amplio y larrgooo..., como puedes ver por este enlace:
    http://www.poetaenllerena.com/search?q=%22los+h%C3%A9roes+huyen+del+enemigo%22

    Sí Dalí fue grande aficionado a la cosa del autobombo en todos los sentidos, y Gala simplemente fue una colega para el disimulo, porque según bien dijo muchas veces, a él las mujeres ni fu ni fa, era amiguita... Por lo que sé, leí y etc.
    En lo relativo a lo que te hagas a diario me parece muy bien, cada uno lo que apetezca, desde luego. Lo de contarlo a los cuatro vientos es lo que no acabo de ver ni necesario ni importante, ya ves tú... Y no te me molestes...


    Pues por mucho que dieras no lo verías nada, simplemente porque no acontece. Así de simple. Mi vida privada no es espectáculo, eso lo dejo para los escribidores ruina y sin nada en las molleras y con coco mermado... ¿De acuerdo?
    Pos un beso, mi linda amiga
    que no puedo verte,
    cuerpo garrido
    que me lleva a la muerte...

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Hay algo que se llama libertad, y que debes ejercer libremente. Así que distingue bien entre las ideas, los sentimientos, las pasiones, la razones y similares. No son respetables; pero cuida, que detrás hay personas. Y las personas, "per se", es lo único que se respeta en este lugar. Muy agradecido y mucha salud. Que no te canse.