Sólo el movimiento es infinito. Lo que no
se mueve es limitado, rígido, conservador.
Wilhelm Reich
La respuesta sóla la saben Dios y los arqueólogos.
A nosotros nos basta con constatar que
el callejón es una preciosa reliquia del pasado.
El callejón de los milagros. Naguib Mahfuz
Hay muchas cosas que, pareciendo que existen y tienen ser,
ya no son nada sino un vocablo y una figura.
Francisco de Quevedo
El infinito cabe en una hoja de papel.
Lu-Chi
se mueve es limitado, rígido, conservador.
Wilhelm Reich
La respuesta sóla la saben Dios y los arqueólogos.
A nosotros nos basta con constatar que
el callejón es una preciosa reliquia del pasado.
El callejón de los milagros. Naguib Mahfuz
Hay muchas cosas que, pareciendo que existen y tienen ser,
ya no son nada sino un vocablo y una figura.
Francisco de Quevedo
El infinito cabe en una hoja de papel.
Lu-Chi
La niebla otoñal, tan densa en algunos días de noviembre, invadía ya la larga noche, acariciando toda la población, y, más concretamente, su parte monumental, que, por ser, lo era todo. Mientras, la ciudad dormía hacía ya horas, ese sueño que dicen reparador para seguir despiertos. Desde lejos se podía ver envuelta por la bruma, como una inmensa nube flotando sobre el territorio en el que se asentaba. Los vehículos, que a esas horas se acercaban, al enfocar con sus faros y sus luces de posición, daban la impresión de que una tremenda pompa sedosa, algodonosa y luminescente había ocupado el lugar donde Llerena estaba o debería estar por aquella noche desde tiempo inmemorial.
La niebla era la reina y señora de toda la población al anochecer. No se veía casi nada y todo quedaba como sumergido en esa agua algodonosa y materna que, por ciencia física, se esfuma y levita en pompitas de líquido elemento en el aire hasta que vuelve a caer, unida a otras levitaciones húmedas. Existe un mapa antiguo que representa parte de la península ibérica de cierta manera extraña. Si lo hacemos equivaler a mapas actuales, resulta que Llerena estaría en una isla muy húmeda, de forma alargada de noreste a suroeste, con la extensión que actualmente tiene la comarca que lleva su nombre. Pero no divaguemos sobre aguas, islas, levitaciones, gotas y nieblas y digamos que la noche pasó lenta y navegando en aquel mar nebuloso y sin formas.
Por la mañana apareció la hondonada limpia, el hueco mensurable donde había estado la torre. Los que se percataron de que la hermosa torre barroca, adosada al enorme edificio de la iglesia principal, había desaparecido, fueron los municipales, siempre tan atentos y vigilantes, cuyo cuartelillo se sitúa en una de las alas de la parte baja del ayuntamiento. Dicen que el primero que avistó el suceso creía estar soñando, pese a no haber pegado ojo en toda la noche, pensaba que la vista le jugaba una mala faena. La inmensa mole de ladrillos de la esbelta torre de 64 metros de altura agiraldada no estaba. En su lugar se veían limpios el aire y su cielo, libre de la niebla que se fue levantando antes del amanecer. Y una inmensa zanja, perfectamente cortada, en el suelo en el que se sustentaba la fábrica de la torre. Incrédulo ante lo que veía, el guardia miró, espontáneo, más arriba, echando toda la enorme cabeza hacia atrás, para percatarse del amplio cielo que las luces del amanecer iluminaban ya plenamente. Pudo cerciorarse de que no había torre.
-¡Chacho, chacho! ¡Qué no está la torre! -Corrió dentro.
-¡Qué coño dices! Pos… ¡La ostia! ¡Es verdad! –Al salir a la plaza.
Los dos se fueron corriendo hasta las cercanías donde debería estar la construcción, que parecía haber desparecido, no sin cierto miedo marcado por la obvia extrañeza ante lo imprevisible, propio del oficio. Efectivamente, pudieron comprobar la inmensa zanja, como hemos dicho más arriba, y que faltaba toda la torre desde los mismos cimientos. Rápidos se fueron al despacho y llamaron a la Guardia Civil y al señor alcalde. Cuando uno de ellos volvió a salir ya había en el lugar del suceso dos personas mirando, entre confusas y aleladas, el extraño hecho. A la media hora ya eran muchos los vecinos que se arremolinaban en la plaza, en un continuo pasmo. Aquel día madrugó casi todo vecino para ir a ver la desaparición de la torre.
Limpiamente faltaba todo el cuerpo de la torre, desde la propia cimentación, repetimos. Habiendo un enorme hueco rectangular en el lugar desde donde se elevaba al cielo, que podía tener como cuatro metros de profundidad. Lo que más impactaba el espanto y asombro del personal numeroso, que se agolpaba para ver y creer, era la limpieza con que el corte de la desaparecida torre había sido hecho para el resto del edificio, el orden absoluto en que había quedado todo el entramado de la construcción que la envolvía. Ni un cascote, ni un caliche siquiera… Sin nada de escombros y todo aparecía sajado como por un inmenso cuchillo que hubiese penetrado limpiamente en una tarta y se hubiese llevado un trozo. Y ese trozo fuese la torre. O como si un gigante cuidadoso hubiese cortado su cacho de una enorme porción de gelatina, que podría ser todo el enorme edificio de la iglesia. Sí, se veía el interior del templo, las armazones de las bóvedas, el coro desnudo, el interior… Todo lo que se tapaba a la vista con la torre en su sitio.
Hacia el mediodía las autoridades decidieron acordonar la zona, después que los especialistas hiciesen pesquisas sobre daños, y la policía recogiera pruebas del delito, porque de eso no había duda, alguien había robado el edificio, con sus campanas y todo. También se decidió, desde la jerarquía política, no hablar del suceso en los medios de comunicación, que aceptaron la propuesta. De forma que el asunto sólo corrió como rumor y por vía telefónica, y otros medios, entre los particulares de fuera de Llerena. Ese día los niños no fueron a la escuela y los llevaron, por grupos, a presenciar la falta de la torre, entre otros sucesos derivados que rompieron la monotonía cotidiana de la tranquila ciudad. Otro acaecimiento notable fue el que no se pudo tocar las campanas para avisar de las funciones religiosas, y lo más doloroso y lamentable fue que murieron dos personas, que se quedaron sin agonía ni dobles, no repicados por las inigualables campanas mencionadas. Tampoco el reloj, que como un ojo polifemo vigilaba toda la plaza, que presidía la torre, pudo ser consultado por sus seguidores ni les dio la hora, lo que supuso no menor dolor para sus admiradores..
Los días siguientes fueron de desasosiego de los habitantes de la sin par población. La mayoría siguió sus tareas diarias y se trató de hacer vida normal, como si nada hubiese ocurrido, confiando en que las autoridades pronto resolvieran el asunto y se averiguase el extraño suceso. A tal efecto se nombró una Comisión Cívica de notables para las pesquisas y averiguaciones de las razones de la desaparición de la torre. Dicha comisión no sabía realmente qué decisiones tomar en principio, y decidieron celebrar una comida de confraternidad, por aquello de que las penas con pan son menos. Finalmente acordó, como primera medida, convocar a las personas que hubiesen visto la torre la noche anterior, y en qué hora y desde dónde, si vieron algo sospechoso, etc. Todo para ir haciendo tiempo y poder digerir lo que estaba ocurriendo ante sus narices como algo imposible, increíble, raro y doloroso, todo a un mismo tiempo. Y lo peor: sin saber razones, detalles, explicaciones…
Fue así como a la semana, cuando uno de los madrugadores mayores de la población se percató de que todas las columnas de lo soportales, llamados popularmente como de La Casineta, no estaban. Lo que más le extrañó es que el edificio que aguantaban no se derrumbara. Asimismo faltaban los arcos de ladrillo. Todo sin dejar rastro y cortado con limpieza increíble. Las autoridades, velando siempre por la salud e integridad de todos, mandaron poner pontones, de la forma más urgente, a una empresa especializada, que, por cierto, cobró un dineral, y era propiedad de un primo del concejal de obras. Este otro suceso conmocionó más, si cabe, tras esfumarse la torre, a toda la gente de la población, que aún no se recuperaba de la falta del apéndice torrero. Mucho más a la ingente cantidad de visitantes que todos los días venían a la población para ver la falta de torre, noticia que corrió como la pólvora de boca a oído, ya que, como se acordó, ningún medio de comunicación habló del asunto; pero ya se sabe, hoy en día con los móviles, internet y todo eso, no se puede callar la boca de lo que es evidente, pese a que todos los medios de comunicación comprendieron la gravedad del suceso como para no mencionarlo en sus jaraneros medios informativos. Aunque se sospecha que algún empresario turístico puso cuña publicitaria en algunos lugares, en donde mencionó el suceso, a propósito de la fortaleza con que estaba construida su hotelito rural. Pero es mero cotilleo fuera de Llerena y nadie lo ha divulgado, como no fuese comentario privado y personal.
Todo lo demás vino tan rápido que sobran pormenores para expresarlo. En otro lugar y con la memoria atemperada, recogeremos la crónica exacta de los sucesos que aquellos días nos aquejaron. Que con ser graves, sorprendentes e imprevistos, requieren el poso de los tiempos para ser escritos con tranquilidad y sin pasiones y verosimilitud, o a lo menos con objetividad. Un día sí y el otro también, fueron desapareciendo, con la complicidad negra de la noche, algún elemento monumental de la ciudad, que era conjunto histórico y artístico. Sin que nadie pudiera percatarse de detalle que explicase el hecho. La Comisión Cívica, nombrada al efecto, estaba desbordada y algunos de sus miembros habían dimitido, como si su impotencia para dar explicaciones fuese causa de culpa. Tal día fue el pináculo del Camarín de la Virgen lo que se echó en falta, tal otro la Puerta de Montemolín, más allá un lienzo de muralla, de los conservados… Y hasta comenzaron a desaparecer casas particulares, preferentemente las no habitadas… Dicen que un vecino vio, en el silencio de la noche en la que no dormía, tejas volando, elevándose hacia las alturas, lo que le recordó la letra del himno de la región; pero que no pudo percatarse de la razón de lo que sucedía ni por qué. Lo cierto es que todo desaparecía envuelto en el mayor de los secretos, pues, salvo el de las tejas, no existen testigos presentes; y la Guardia Civil cree que el de las tejas se lo ha inventado para burlarse del himno, y el señor alcalde, hombre de orden donde los haya, ha presentado contra él querella civil. Porque hay gente para todo y que juega con las desgracias sociales, culturales, monumentales e históricas, sin entrañas ni respeto a nada. Gente indecente que insulta a la autoridad democrática.
Pero llegó el día en que uno de los aviones de línea, que vuela el pasillo aéreo del este de la ciudad, avistó unas extrañas formas o moles flotando entre nubes, y que, en manera alguna, eran masas nebulosas o algún tipo de satélite. Y todo eso encima justamente de Llerena. Avisado el ejército ante la captación, y sospecha de que fueran ovnis, dos cazas se dirigieron al lugar y comprobaron, no sin asombro, que era la torre de Llerena y una serie de construcciones propias de la tal ciudad, como se comunicó a los mandos, por ser el piloto de uno de los cazas natural de Berlanga y conocer suficientemente la zona. Con el testimonio del compañero por supuesto, que era catalán, y había tenido novia en Llerena. El alto mando se puso en contacto con las autoridades locales, las cuales se sumieron muchísimo más en el aciago asombro de los sucedidos.
Fue entonces cuando, desde el ministerio, decidieron tomar medidas. Primero se instaló una vigilancia permanente, con aviones espías especiales, que sobrevolaban, en círculo, con gran despliegue técnico, alrededor de las moles que levitaban, a considerable altura, de forma que no podían ser vistas desde tierra. Segundo, se dispuso de dispositivo de emergencia en la propia población, con vigilancia permanente. Cierto día esta vigilancia sorprendió a la vecina Antonia Rosel Barreda encaramada en lo alto de la Merced, esperando que se volatizara y la llevara con ella a las alturas, pues entre la población de la ciudad se supo inmediatamente que la parte desaparecida había aparecido flotando, como si se tratase de satélite, a muchos miles de kilómetros por encima de la ciudad y en el cielo. Tras descubrirla, subida en los tejados del templo, la vigilancia la conminó a bajar, la deslumbró con focos para ello, pues era atardecido, y la apresaron, siendo llevada para ser interrogada, por su presente participación en los sucesos, y se le aplicó la ley antiterrorista. Sabido es que la autoridad tiende siempre a inventarse enemigos ante hechos que no puede explicar, o lo explica así; pero la autoridad es así de lista. Como observadores asistieron dos miembros de la embajada norteamericana, por si la tal vecina estuviese implicada en los famosos atentados del 11S, en NY. Ella siempre dijo que lo que quería era perder el virgo, tal como narraba el simpar novelista más famoso de la ciudad en alguna novela suya, referido a una heroína protagonista.
Se filtró un informe del servicio de vigilancia aérea de la mole flotante, formada con los restos que faltaban en la ciudad, o la Llerena Antigua, como se comenzó a llamar. Ese informe, escueto, hablaba del perfecto orden que todos los materiales mantenían, exactamente sobre los lugares que estuvieron en tierra, según informe de un satélite espía que los sobrevoló y fotografió. Incluso se hablaba de que había personas entre ellos. A lo menos, en las captaciones de vídeo, se veían gentes deambular entre los restos.
Ante el cariz que tomaba el asunto, la misma autoridad que aludimos decidió establecer el estado de queda en el entorno de Llerena. Que fue acordonada por el ejército, impidiendo acercarse a la población o sobrevolarla, a medios de comunicación, que rompiendo lo pactado anteriormente, habían informado ampliamente, al calor del morbo de lo acontecido y jamás –como suelen- para formar a la gente, jugando con el chismorreo que llaman información y la alcagüetería electoral. Emprendiendo un cúmulo no pequeño de curiosos, estudiosos y otros similares, sobre todo historiadores del arte, una peregrinación masiva. Sólo se permitió entrada de vituallas, medicinas y material de necesidades vitales para la gente que moraba en ella. El hospital comarcal dejó de funcionar, siendo trasladados todos sus servicios y personal a Zafra. Se montó, en la sierra más alta que dominaba la población, o de san Miguel, un observatorio especial, que, incluso, llega a grabar en vídeo digital como la espadaña del convento de las Clarisas se eleva y desaparece en el cielo, durante la noche. Para ello cuenta con luces de visión nocturna y otros artilugios. Asimismo ya había testigos presentes de las levitaciones de muchos edificios, en todo o en parte.
Dijimos que, pese a las medidas de incomunicación absoluta, a que es sometida Llerena, por las autoridades militares y civiles, la noticia del suceso trasciende, porque, pese a haber anulado o intervenido todos los teléfonos móviles y fijos, aparatos de radioaficionados, un tal Kashishi envió por escrito un informe (elaborado por un profesor de instituto, amigo suyo, en el bar El Camarón), mediante sus eficaces palomas mensajeras, que, por cierto, utilizaba para hacerse de jachís en otras épocas, burlando así los controles de impermeabilidad de Llerena, por parte de la Guardia Civil. Y, como ya hemos mencionado, miles de personas, llenas de curiosidad malsana, las más turistas aleccionados por agencias sin escrúpulos que actúan desde internet, quieren llegar a Llerena, o se apostan en las poblaciones vecinas, haciendo viajes en la noche para ver si columbran levitar algún monumento, con la dura oposición y vigilancia de las fuerzas del orden y del ejército, que, por supuesto, lo impide diariamente, estableciéndose el perímetro de estado de queda cada día más alejado del centro de la ciudad, afectando ya a Casas de Reina, Reina, y acercándose a otras poblaciones vecinas, que están en estado de máxima alerta. Lo descorazonador es que se han producido varias muertes por armas de fuego, al disparar la tropa nerviosa sobre turistas infiltrados que a toda costa quieren ver lo qué pasa, que para eso han pagado.
Y ha llegado un momento en que las autoridades han acordado trasladar a la población, a los habitantes de Llerena, a otros lugares, a la gente toda, dejando la ciudad evacuada y sin nadie. Especialmente se está dando acomodo en poblaciones grandes, como Berlanga o Azuaga, donde se les facilita vivienda y se les atiende convenientemente. Aunque posteriormente el acomodo de personas fue hecho entre todas las poblaciones de la comarca. De esta manera, en menos de una semana, la población quedó totalmente desierta en presencia y vivencia de vecinos. Sólo elementos especiales del ejército, de la Guardia Civil Especial patrullan sus calles, entran en sus casas, una por una, para desalojarlas y vigilar que no quede nadie. Y en espera de desenlaces finales.
Y todo se hace porque han amanecido días en los que había desaparecido, totalmente, una casa mudéjar, despertándose sus moradores a la intemperie. Poco a poco, una noche sí y la otra también, desaparecen calles enteras, casas, edificios públicos o religiosos… De forma que, quienes la conocían, hoy dudarían ante lo que queda de la devastada y expoliada Llerena, irreconocible y reducida como a la mitad. Y va a más enorme pérdida y desgracia.
Y así, en este último pasado veintitrés de junio posterior, noche de san Juan, todo el dispositivo que vigilaba lo que restó de Llerena, fue cegado por un luminoso resplandor. Cuando pudieron abrir los ojos y recobrar nuevamente la visión, nada existía en el lugar donde antes se levantaba la histórica, artística y monumental Llerena. Se había volatizado totalmente. Bueno, no del todo, parecían quedar restos aún: una casa de esquina en la plazuela del Teatro, con fachada de ladrillo no mudéjar, parte de la fachada de otra en la calle Corredera, con una ventana neomudéjar, la estatua de Zurbarán en medio del desierto y de la nada y los dos árboles que estaban adosados a la fuente de la plaza Mayor, toda la montera de cristal del patio del ayuntamiento, la piscina de la casa de doña Mariana… Algunas viviendas dispersas en lo que fue el extrarradio de la ciudad, la oficina de turismo y casi nada más. Todo era un árido erial donde antes se arracimaba una de las perlas de la región.
Pero el espectáculo era desolador, tétrico y desierto, donde antes se aposentaba, repetimos, una de las más hermosas ciudades de la península, tan extrañamente desposeída de su sustrato terrestre y, parece ser, levitada a miles de metros, en las alturas de los cielos. Tal vez en busca de otros habitantes, tal vez un fenómeno desconocido del poder radiactivo, o no sabemos qué causas y azares de estos tiempos de cambio climático y azogue, que los más gustan vivir con la cabeza escondida bajo el ala del consumo, del engaño o de la estupidez.
Por otra parte, los aviones que, desde el inicio de la desaparición de la torre y la arcada de la plaza, sobrevolaban, en observación permanente, alrededor de la mística ciudad elevada, de la Llerena huida, podríamos decir, fueron informando, puntualmente, como toda se recomponía, igual a una enorme maqueta tamaño natural, allá arriba, en el empíreo de los cielos izada. Pero tampoco podían ver cómo se hacía, con que fuerzas, porque era imposible aproximarse mucho. Una desconocida fuerza magnética los repelía, afectaba a sus sofisticados aparatos cuando lo intentaban. Para evitarlo los rusos y chinos ofrecieron otros aviones especiales, que igualmente vieron frustrados sus intentos. Asimismo se lanzaron paracaidistas voluntarios, de los que jamás se supo, siendo engullidos por la Llerena flotante y etérea, la aupada a su gloria. Pero no diremos más sobre los intentos de la autoridad por mandar y ordenar, por dominar lo que sucedía fuera de su mandato, porque sería harto sufriente para nuestros lectores y una cadena de insensateces tal como cualquiera que la conozca está acostumbrado ver.
Conviene hacer un parón, en esta verdadera crónica de los sucesos de los que fui testigo, para traer la reflexión de uno de los directores de una revista cultural de la ciudad, que se publicaba en uno de los últimos números. Era algo así como que, en otros tiempos algunos habitantes de Llerena, elevándose por encima de la chata visión de la medianía, habían levitado, subido y volado alto, tal como los alumbrados, emigrantes y demás huidos. Hoy no se puede decir lo mismo, y es la propia ciudad la que huye en busca de otras gentes. O, a lo menos, eso es lo que se nos aparece con la certeza de lo que contamos a nuestros lectores. Tal vez el director de Torre Túrdula, mencionado, no andaba tan descaminado el emitir aquel juicio sobre los tiempos en los que la gente huía de la ciudad, encumbrándose a otros cielos o espacios habitables. Siendo –repetimos- a la inversa en el día de hoy, cuando es la propia ciudad quien busca su gente, como en otro tiempo la gente buscaba su ciudad. Incluso, en nuestra tarea informativa, hemos charlado con un número, no parco, de personas, entre las que recuerdo a un gordo seboso, que fue concejal, que al referirse a un partido de oposición, por supuesto formado por gente más sensata, buena y menos avariciosa que el que el propio gordo milita, éste se refirió a ellos con la definición degradante de que “esa gente levita”. No sabe el propio seboso que fue premonitoria su visión de la levitación; pero se equivocó, y no fue la gente quien lo hizo. Traigo esto acá como recuerdo imborrable que escuché en lo primeros días de estos hechos y que quedó en mi memoria, como algo curioso y menor.
Pasaron los años y, tras un tiempo de prudente observación, las autoridades decidieron reconstruir Llerena totalmente, sobre el inmenso solar en que se ubicó la volatizada. Sobre todo por el fuerte empeño de las autoridades europeas, que aportaron una fuerte suma, como subvención a fondo perdido, para que tal cosa se hiciese en pro del patrimonio artístico, monumental e histórico de toda Europa, que no era lo mismo sin Llerena. No antes si hacer exhaustivas prospecciones arqueológicas, que dieron como resultado maravillosos hallazgos, poniendo en cuestión principios inamovibles del saber prehistórico. Era de razón hacer catas minuciosas, geológicas y arqueológicas, a fin de documentar toda la historia más antigua del territorio sobre el que se asentó Llerena la Vieja, antes de proceder a su reconstrucción total y en pormenor, de su conjunto histórico, artístico y monumental. Desconsiderando el hallazgo veraz de la antigua ceca púnico-fenicia de Turiregina, que se asentaba en la misma Llerena, habiéndose encontrado ingente cantidad de monedas de metales preciosos y no menos valiosos, objetos y materiales de fundición y acuñamiento, así como otros restos de valía incuestionable, no podemos dejar de señalar lo más importante. Esto es, la nómina de hasta 213 ídolos labrados en hueso, y casi iguales al famoso Idolillo del Huertecillo. Diremos, para nuestros lectores ignaros, que el tal idolillo es una figura labrada en hueso, del periodo calcolítico, aproximadamente de 6.000 ó 8.000 años antes de nuestra era. Algunos arqueólogos suponen que existía en Llerena alguna factoría artesana para el labrado de tales piezas, encontradas en perfecto estado de conservación, y alineadas de manera tal que, por su distribución en paquetes de número similar, dan que pensar que estaban preparadas para, dicho en términos de hoy, comercializarse o enviarse a las gentes para las que se elaboraron. Con lo que es posible suponer que ya existía una industria laboriosa en Llerena y un comercio, por supuesto miles de años antes que en Zafra o Azuaga, por poner una comparativa del entorno. Como dato curioso este yacimiento se hizo donde estaba ubicada la antigua calle Curtidores, con lo que no es descabellado pensar que en toda esa zona hubo antaño un foco eminente de la industria de los derivados y manufacturados de origen animal: cuero, pieles, hueso, etc., aparte de carnes y sus derivados, por supuesto.
Y de lo que no hablaremos, de momento, dejándolo para posterior entrega, es de la red de galerías y catacumbas aparecidas bajo Llerena. Existía una leyenda sobre el particular. Una leyenda que aseguraba que Llerena toda estaba hueca, y que sus iglesias, conventos, casas principales y palacios se comunicaban entré sí por una intrincada red de túneles. Hoy, gracias a quedar al aire y descarnada toda la cobertura de lo que fue la ciudad, eso se ha develado cierto, y muy lejos de leyendas, rumores y sospechas. Y aunque ya decimos que merece trato aparte, ya que informa de otra historia de la ciudad, no podemos dejar de dar un adelanto del asunto. Tuve la oportunidad de adentrarme por uno de los pasadizos con un arqueólogo y dos guardias y puedo contar algo. Andamos por término de un cuarto de hora y llegamos a un lugar donde la galería se ensanchó y se dividió en otras, continuamos al azar por una, aunque el arqueólogo llevaba una brújula especial, y sabía bien por donde iba, y conseguimos llegar ante una puerta, que se situaba, más o menos, debajo justamente de la plaza mayor. La abrimos, no sin esfuerzo, y pude ver que nos ofrecía una amplia habitación abovedada. La tal habitación estaba adornada, en sus paredes, con pinturas que representaban a todos los inquisidores de Llerena, con sus nombres al pie, y la etapa en que lo fueron, también los maestres de Santiago, y los priores de la misma orden, así como los alcaldes posteriores, hasta el último, y toda autoridad… En fin parecía como si alguien se hubiese encargado de guardar la memoria gráfica completa de todos los hombres históricos de Llerena en aquel sitio. Esa era mi impresión. Un detalle de corte artístico es que las gentes de parte del siglo XVII parecía pintada por Zurbarán o gente de su escuela. Y perdóneseme la ignorancia en esos asuntos, ya que fue lo que le entendí al arqueólogo. Asimismo había cantidad de muebles antiguos, con muchos archivos, libros, armas, cosas, ropas… Y fuimos descubriendo una no despreciable cantidad de habitaciones, bien comunicadas entre sí, bien aisladas a los lados de los túneles, y todas estaban amuebladas y llenas de enseres de todas las épocas, y como abandonadas desde hacía poco, por la limpieza y orden que reinaba en ellas. Lo cual hacía sospechar que estaban habitadas, o lo habían estado recientemente. Pero no vimos un alma. Pasamos en esto casi toda la jornada y sólo recorrimos una parte mínima. Pero hasta el día de hoy se me ha prohibido hablar de esto en detalle. Cosa que acato. Y quede eso ahí para mejor ocasión de sacarlo con toda su pujanza e indudable interés. Supongo que al lector le asaltan las mismas preguntas que a mí: ¿Existió otra Llerena sepultada, paralela y receptora de la única que se conoce?, ¿cómo se comunicaban y quién o quiénes la mantenían en orden, el gasto, cómo se excaban las galerías, etc.?, ¿quiénes tenían conocimiento de ella?, ¿era posible una Llerena subterránea al igual que existía una Llerena aérea?, ¿existiría en algún lugar una Llerena acuática? Y para completar el ciclo de los tres elementos (tierra, aire, agua, fuego): ¿Se daría en alguna parte alguna Llerena viviendo en el fuego, ignea?
Pasado aquel periodo de estudio arqueológico que, dicho sea de paso, fue hecho en su integridad por hijos del la ciudad, la autoridad decidió restaurar la Nueva Llerena totalmente. En el proceso sirvieron mucho los planos perfectamente conservados de sus edificios. Asimismo los muchos estudios y material fotográfico, de vídeo, cinematográfico y etc., que estaba recogido en instituciones públicas provinciales, regionales y nacionales. Mención especial merecen los muchos emigrantes que habían aportado sus mucho material para esta labor, en colecciones hechas en los muchos años alejados de su tierra, lo que les llevó a almacenar, compulsivamente, todo lo referido a ella: planos, fotos, publicaciones, y ese largo etcétera de detalles que hacen posible el trabajo de recuperación de los edificios. Pero lo que más contó, a la hora de medidas precisas, fue lo que se conseguía, mediante la exacta observación, con las máquinas más modernas, de la Llerena Vieja, que flotaba a miles de metros sobre la que se edificaba la Nueva. Por cierto de Llerena la Vieja este que les informa sabe, por su arte y parte de áscesis y mística, que está habitada por los más de 5.000 muertos, al parecer resucitados, cuyos restos y momias fueron exhumados en 1979, cuando las obras de remodelación de la iglesia de la Granada y de la plaza mayor. Precisamente en dependencias sitas en la torre. Dichos restos se conservaban en almacenes del cementerio municipal y han desaparecido, tan misteriosamente como la ciudad levitó. Los expertos suponen que son las gentes que se ven pulular por sus calles. La forma de esa extraña vida no me ha sido revelada, ni el destino, ni hasta cuándo o cómo. Se sabe que la NASA y el ejército han montado dispositivo de observación en un satélite especial y secreto. Pero de sus informes y observaciones nada se sabe, como siempre, salvo la banca que paga los proyectos y la lucha antiterrorista.
Por supuesto dejamos para mejor ocasión la narración de las miles de historias, cavilaciones y sucedidos en este acontecimiento, ocurridas a la gente corriente, aunque mención aparte merece un señor predicador laico, lo llamaremos así, que le dio por anunciar que todo era una conspiración contra Llerena, fraguada por sus enemigos seculares, según contaba, tal vez avecinados en pueblos como Azuaga, Berlanga y demás y, por supuesto, no cabía la menor duda, por los enemigos de la Historia, de la Religión y de la Civilización, esos protervos sin salvación. Este tipo, parece ser que ocupó un cargo de escribiente en algún registro o similar, se daba a leer con tanta afición y gusto la llamada novela histórica, que llegó a tanta su curiosidad y desatino en esto que le llevó a la pasión por los papeles de los archivos oficiales, sobre todo antiguos, llamados archivos históricos, no sabremos nunca con qué criterios lógicos, para indagar sobre el pasado o la Historia. Perteneció a una sociedad pública, establecida en la zona, para el estudio del asunto histórico y derivados. Dio en sacar unos panfletos en los que publicaba libelos, entre apocalípticos y en defensa del patrimonio artístico, monumental e histórico, o una mezcla extrañamente religiosa de todos ellos. A esas publicaciones las llamó Albora y estaban financiadas por instituciones públicas y por la banca local, a pesar del contenido absolutamente desquiciado de lo que daba a la imprenta. Suponemos también que, tal vez, todo era una tapadera, incluida su vesania, para conseguir, de matute, un lindo y no breve capital. A costa del cuento monumental, histórico y artístico. Pues por esta tierra hay gente pa to. Y lo peor son los fanáticos de cualquier laya, moda, y los talibanes de la Historia, tan al servicio del dominio, mando y ringorrango siempre, y a la orden de la autoridad competente, y con su permiso.
Volvamos al proyecto de remodelación de Llerena la Nueva. Conforme se iban haciendo las fases constructoras se iba aposentando a toda la población que, como dijimos anteriormente, había sido establecida en las poblaciones de toda la comarca de Llerena, aunque algunos habían decidido aprovechar la hecatombe para instalarse en otros lugares, no ya de la península ibérica, sino del universo mundo. Así que, poco a poco, Llerena fue recobrando su nuevo tono vital y artístico, monumental e histórico, con una afluencia turística considerable, que venía a ilustrarse con la restauración de su monumentalidad y su arte sin par y, por supuesto con su Historia preclara. También, poco a poco, las gentes fue reconstruyendo los detalles de la vida cotidiana en todas sus grandezas y mezquindades. De tal manera que la alcagüeta volvió a la alcagüetería, que había celado y guardado en el exilio, el ninguneo al ninguneo, la soberbia a sus gobernantes y la gente de orden a su lugar y todo a su palo y tentetieso, como si no hubiese pasado nada de nada, y todo estuviese a prueba de siglos, perfectamente restaurado, atado y bien atado, amarrado.
Pero eso ocurrió hace mucho tiempo. Tanto que las personas de más edad lo han borrado de sus memorias. Y si alguna vez tienen un atisbo de recuerdo de lo mismo, suelen notar como sus pies se elevan no más de un palmo del suelo, o a la casa se le levanta el tejado cosa de medio metro, si el recuerdo perdura unos segundos. Pero estos sucesos son cada vez más raros. Toda la memoria histórica no existe, salvo para mí, que no soy de esta tierra, y la veo y lo cuento más como un espectáculo que con pasión de indígena. Se comenta que las autoridades, por salubridad mental o por interés político, hicieron tomar un preparado del olvido a toda la población, escrupulosamente, a través, sobre todo, del servicio de agua potable, y de la colaboración de los distribuidores de cerveza o vino, y derivados y otras bebidas para la población. Todo para que olvidaran que un día la ciudad comenzó a levitar, poco a poco, trozo a trozo, como si huyera o quisiera abandonar a sus habitantes, como si los abandonase a sus suertes, consiguiéndolo totalmente, y allá por los cielos anda a su buenaventura. Y que esta, la Llerena la Nueva en que se vive, es totalmente hecha a imitación de la real y Antigua. El servicio de restauración de monumentos ha conseguido la perfección.
En uno de los últimos números de Albora, nuestro cronista apocalíptico defendía la teoría de que cuando la Llerena Nueva esté completa, al detalle mínimo y como una recuperación y restauración de la Llerena Antigua y real, mas levitada, esa Llerena Antigua levitada, y huida a los cielos, desaparecerá para siempre, siendo todo como un sueño o una pesada pesadilla, algo que sólo una poderosa imaginación y una creación geniales pudieron maquinar, pero que la ramplonería calculadora y diaria no podría ni sospechar y menos vislumbrar. Y algo de verdad diría el buen hombre, pues nada se sabe desde hace muchos años de aquella Llerena Vieja, que fue. Aparece, al día de hoy, tan desaparecida de los cielos como lo fue otra vez de la tierra, y antes de las aguas y esperemos que del fuego, en su futuro, sobre todo infernal.
Lo que acaban de leer, mis lectores queridos y desagradecidos, es testimonio personal, como testigo presencial e inicial de los hechos referidos y acaecidos en este lugar. Por puro casual me hallaba descansando en esta bellísima población de Llerena, luego de dos años de una ruda faena, como corresponsal de guerra en Irak. He tenido la suerte de vivir, desde que se iniciaron los sucesos lejanos, de los que hablo a vuelapluma; únicos, irrepetibles y maravillosos. A tal ha llegado mi grado de encantamiento que vivo establecido en Llerena desde entonces, donde estoy escribiendo una larga novela, en la que narro los pormenores del todo, con mejor estilo y depurada factura, que este tipo de crónica periodística expone, ya digo que en primicias, para mis ávidos lectores. Desde luego es novela histórica, por supuesto, ya que los hechos ocurren en la Historia que se pretende olvidar. Aunque sé que casi todos lo tendrán como producto de mi imaginación, y me acusaran de calenturiento, forastero y, sobre todo, mentiroso y plagiario, porque una medianía de gente en Llerena no entiende ni sabe lo del hecho de crear artísticamente. Pero cuando vean que están restaurando un edificio, no olviden esto que les he contado, sobre todo cuando no les cueste un euro la faena de la restauración, y recuerden que la pócima del olvido ha hecho su efecto en los olvidadizos. Pero confío en que la naturaleza humana es más fuerte que todos los mejunjes y drogas del olvido, sobre todo de esto tan importante, así como para el recuerdo.
Espero, finalmente, ser el que resucite esa memoria con esta crónica de urgencia. Breve, conciso y al grano del asunto he ido, tal vez un poco al estilo de los comics. Como en mis crónicas urgentes de guerra, y, como en ellas, alguien tratará de llamarlas mentira e infundio de mente afiebrada e imaginativa. Pero les ruego que la lean impunemente. Iacta est.
NOTA ACLARATORIA: El relato reproducido, La ciudad levitada, ha sido legado a Agustín Romero Barroso por su autor, un importante periodista francés, así como guionista de comics relevante. Así que ARB es su verdadero propietario, habiendo mejorado el estilo, dentro de lo posible, y reservándose el derecho a disponer de este material para elaborar una novela en el futuro, evidentemente no histórica y tal vez histérica o irónica, dando fe así de la escuela literaria del Nuevo Humor, formada por gente de Llerena, conocida en el universo mundo menos en ella. Fue publicado en primicia en algún número de la mítica Torre Túrdula, y sale de nuevo en este sitio para retomar con fuerzas el otoño y el duro invierno que llegan.
Fabricaron alas de papel que resultaron baldías. Manolo se golpeó duramente la cabeza en varias ocasiones tras tratar de usarlas. Eugenio, sin emabargo, investigó sobre nuevos materiales más flexibles y aerodinámicos. Pronto una nueva sociedad oculta de gente inquieta surgiría. Existía la necesidad de volver a echar a volar.
ResponderEliminar-David Rafael-
Ciudadano.
Eugenio sin embargo, investigó sobre nuevos materiales más fexibles y aerodinámicos p
ok
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