No sé si fue Raimond Pániker o algún otro pensador ínclito, al que leí aquello de que hoy la gente se pasa las horas revisando, recordando o construyendo el pasado, o está pendiente del futuro o haciendo proyectos y especulaciones con el porvenir. Se preguntaba el preclaro filósofo, en un alarde irónico: Bueno, ¿y esta gente cuándo vive? Pregunta pertinente donde las haya.
Desde hace unos años, tal vez desde finales de los ochenta, se están instalando o reinstalando en nuestros hábitos culturales de altura, a esos impuestos por los medios de dominio y control como la tele, el cole y demás, sobre todo de la industria de la cultura –no confundir- , comerciales (en su sentido de rapiñeo), políticos (en su sentido conservador y facha) y sociales (en los sentidos de la ignorancia, los miedos y los odios) una serie de tendencias por todo lo que lleve el marbete o nombre o adjetivo de histórico, que tanto da si lo llamamos histérico.
Sabido es que ese afán por reconstruir el pasado, llamado historia, es imposible de cumplir. Jamás sabremos lo que ocurrió en el pasado como no sabemos lo que pasó ayer con nosotros. Como el tiempo, se escurre entre las manos, agua en cedazo. Es un afán inútil. Lo malo es que a ese afán se dedican muchos millones de euros. Muchas energías, muchos desvelos como naufragios anticipados. Se ha constituido ya en una alienación más.Pero no todo es perder en semejante asunto de la historia. Bien se cuidan lo poderosos en regir y controlar ese desvelo, como se cuidan de hacer de toda necesidad negocio y trinque. Miremos donde miremos encontraremos historia: si miramos la tele se nos ofrecen series de enjundia retrógrada que nos recuerdan la llamada transición del franquismo a gloriosa ¡oh! democracia, como en milagro imposible, o en salto circense, ¡ale hop!; si vamos a las librerías las encontramos abarrotadas de novelas, panfletos y textos de menester histórico, cuando no toda una sección dedicada al alto arte de la llamada novela histórica, esa que practican los más avezados e ilustres escritores de alcurnia y frenesí, con ingreso en la Real Academia de su Lengua. Si oímos la radio se nos asalta con un revival histórico de éxitos de los años cuarenta, porque en el siglo XV o XVII no había grabaciones musicales, que si no ya veríamos…
En fin tras el debate de hace unos años sobre la enseñanza básica de la historia nacional española, en todos los centros escolares como desvelo de la formación humana, hasta los enjundiosos tratados populares sobre la historia de España como una, grande y libre desde el principio de los tiempos, uno está comenzando a quedar un tanto agilipollado, cuando no empachado de tanto trajín con el pasado reconstruido como momia.
Es evidente que el generoso despilfarro de los poderes impuestos, que el pueblo se ha dado, en sufragar todo lo que suene a histórico tiene el interés exclusivo de usar eso que llaman historia para dominar, controlar, mentir, manipular e incluso hacer lucrativo comercio (miren la editoriales) con la historia.
No es creíble que así, por las buenas, esté de modos y moda semejante asunto, la pasión por la historia, esa pasión inútil e imposible, aunque respetable como es respetable el que colecciona huevos vacíos, es un lastre y rémora para la libertad, porque si alguna vez hubo algo noble en el estudio del pasado como conocimiento para aprender, mejorar, disfrutar el presente y cambiar el futuro por una humanidad mejor, libre de ignorancias, miedos y odios. Hoy la historia, sobre todo en el ámbito de los medios, se erige como una costra de carcundia, un lastre para la vida, un sumidero de odios e ignorancias ilustradas, que se espurrean sobre los cerebros de los aburridos lectores de novelas y cuentos, mucho cuento.
Ya el noble y veraz Miguel de Cervantes se cachondeó bien de las verídicas historias, y puso en solfa a la Historia en su Quijote. Poco más sino decir que lean, al hilo de esto, tan tremenda burla y gozo.
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