10 de noviembre de 2006

LECTURAS HISTÓRICAS

Estoy ordenando y reconstruyendo mi biblioteca. Me encuentro joyas de otro tiempo. Libros trasconejados, olvidados, escondidos que van saliendo en esta mudanza y ordenación de todos ellos. Y como guardo todo lo que se asemeje a libro, y tenga un cierto valor informativo, formativo, testimonial y artístico, pues aparece este ejemplar que lleva conmigo como casi cuarenta años, Lecturas Historicas, sin acento en la o, porque entonces las mayúsculas no se acentuaban.
Era el manual de lectura de ingreso al bachiller por aquellos años franquistas. He reproducido su portada tal cual quedó luego del maltrato a que lo sometía tras soportar tantísima historia patria como se nos obligaba a leer, y releer, en voz alta en las largas tardes de invierno en las que los colegiales leíamos, sin ton ni son, esos recuerdos grandiosos de la patria y sus preclaros varones, esas memorias históricas escritas por los unos.
Por cierto, el maestro que dirigía las lecturas fue un prócer senador socialista, bueno del pesoe (que va grande diferencia), eurodiputado luego, y político de pro siempre. Espero que los otros sepan ahora entender mi asco a las suyas también. Me refiero a sus historias, memorias o políticas. Porque nos amenazan con que leamos las memorias históricas de ellos, de los otros, cuando los unos ya nos hartaron. He conservado lo que de niño puse sobre los monigotes históricos. Eran indudables grafittis constestatarios. Vean la cruz nazi sobre el héroe de la escopeta, o los aviones disparando a tan glorioso acto de conquista. Aquí sacaré alguna ilustración transformada en el interior, que venía con profusión de ellas. Me pasmo de que a tan tierna edad ya tenía una clara conciencia política. No en vano el exalcalde Graciano y su hermana, o parienta, Eulalia La Brochonera, influían en mí, en mi cotidianidad de niño que visitaba mucho su casa, ya que vivía en uno de los barrios de Llerena donde el rojerío se manifestaba todavía libre y donde el castigo de los unos dejó fuertes secuelas. Aún recuerdo a Eulalia, mujer a la que nunca vi sin dejar de trabajar en sus sillas, brochones y escobas, alzar la navaja artesana cuando en las primeras teles apareció el sapo Iscariote de Franco recibiendo en el Pardo, y la mujer le llamaba asesino, y le preguntaba dónde estaba su hijo, que desapareció por Francia y del que nunca supo. Marcó necesariamente a los niños que mirábamos aquello, pasmados primero, y luego concienciados de que los que mandaban eran los malos, los perversos, los fachas de luego, cuando conocimos el vocablo, aunque a Graciano alguna vez lo oí con la acepción de fascistas y derechuzos.
Pero a lo que voy. Que espero que se me comprenda en esa aprensión contra los de la memoria histórica. Quedé empachado de ella en esos tremendos años de lecturas históricas, harto de historia, ahíto de pasado glorioso, o de pasado simplemente, como para que ahora me vengan con más, aunque se esgrima que es otra versión, la real, la verdadera, la buena, la demócrata y todos los adjetivos que se quiera. Mu bien, pero a mí lo que no me interesa es la historia, sea de los buenos o de los malos. Sobre todo la petarda que cuentan los llamados historiadores y asimilados, publicistas e interesados varios. Que la verdad sobre el pasado, que pudiere interesarme, ya la viví y la aprendí por parte de los que la vivieron, de boca a oído. Y del franquismmo lo sé todo porque lo sufrí, aunque miraba para otra parte para no estropear mi vida mucho.

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