Si bien es verdad que nada hay tan terrible como los infiernos, yo juraría por todos los dio¬ses, por lo más sacro que nos compete, que la he sentido rezongar y he sufrido las penurias claustrales más enormes. Rápido corrí de su proximidad y retomé el aliento. Tardará por lo menos unos minutos en acercarse de nuevo a mí.
En un principio creí que era una maligna lamia, pues se me aproximó en el desierto que, en aquel tiempo, atravesaba. Me ofreció su amor, bien es verdad, que no rechacé sino que ingenuamente respondí. Ahora le huyo. Es imposible describir su cara de réproba, siendo bastante parecida a las de su misma sociedad infernal. Es espantosa y carece de vida, como las que vemos en los cadáveres. Es negra a veces y otras resplandece como una antorcha, abunda en granos, en fístulas, en úlceras. También su cuerpo es monstruoso. La fiereza y la crueldad de su mente modela su expresión; pero cuando se la elogia, se la venera y se la adora su cara se compone y dulcifica por obra de la complacencia. Y eso fue lo que me engañó y sedujo.
Tal es la apariencia de ella vista a la luz del sol; pero entre los de su especie es contemplada como mujer, para que no se vean tan aborrecibles como yo los veo y los demás. En mi relación con ella quedé tan maltrecho como si hubiese abrazado una estatua de mujer de hierro enrojecida al fuego.
Desde entonces me he dado en estudiar todos los grandes monstruos que existieron hace miles de años sobre la tierra y procuro conocer de lejos los que aún quedan. A veces tengo temporadas en que me es imposible por el acoso de esa bestia. Me dedico entonces a huirla y a disimular que no soy yo. Una astuta postura que más de una vez me dio resultados complacientes. He llegado a la conclusión de que no es muy inteligente. Quizás por esto, y en momentos de debilidad, he llegado a justificar su malignidad. Por su torpeza.
Hablé antes de los demás que la ven aborrecible. Pero no sabría identificar a los demás. Y así me encuentro solo ante ella. Varias veces me ocurrió que confundí a los de su ralea con los de la mía y purgué el error.
Parece que no me sigue y corro de nuevo a pesar de mis impedimentos. Cerca de mí hay otros. Yo juro que jamás fui causa de hambre o de llanto, que jamás maté y no hice matar, ni que alguna vez aparté la leche de la boca de los niños, ni alejé del parto a los animales. No estaría seguro de decir lo mismo de ellos. Pero de esa, de la horrible, podré decir que lo hizo y otras muchas cosas que pondrían espanto en las tranquilas aguas de un estanque con sólo sentir el rumor de las palabras que las narren.
Sé de ella que sobrevivió a varios cataclismos, como el conocido diluvio universal y que sólo lo hizo para encontrarse conmigo y atormentarme. Puedo escapar a sus ataques como lo prueba el que vivo para contarlo. No sé hasta cuándo o si esto se hará tantálicamente infinito. Sisifesco.
Recuerdo bien sus encantos en medio del páramo que atravesaba hacia ninguna parte. Llegó la oscuridad y yo mordía su piel entre bocados oscuros en una carne sin límites. Y aquel amor desesperado del que ya no lo esperaba. Aquellas caricias en los breves días que duró el idilio...
Hoy me maldigo nuevamente en el erial en que me arrastro. Si intentaras hoy, como intentas, embelesarme con nuevas y bellas apariencias tendría dos caminos a elegir: uno, el afán de devorarte y deglutirte haciéndome tú misma o seguir huyéndote.
Con todo esto me volví y allí estaba de nuevo. Levanté mi zarpa y le asesté un terrible golpe. La dejé sangrando a borbotones y corrí de nuevo estremeciéndome, como el que viene del infierno.
NOTA.- Inicio la publicación de una serie de cuentos publicados en revistas diversas, desde finales de los años setenta hasta ahora, con la etiqueta de cuentos.
En un principio creí que era una maligna lamia, pues se me aproximó en el desierto que, en aquel tiempo, atravesaba. Me ofreció su amor, bien es verdad, que no rechacé sino que ingenuamente respondí. Ahora le huyo. Es imposible describir su cara de réproba, siendo bastante parecida a las de su misma sociedad infernal. Es espantosa y carece de vida, como las que vemos en los cadáveres. Es negra a veces y otras resplandece como una antorcha, abunda en granos, en fístulas, en úlceras. También su cuerpo es monstruoso. La fiereza y la crueldad de su mente modela su expresión; pero cuando se la elogia, se la venera y se la adora su cara se compone y dulcifica por obra de la complacencia. Y eso fue lo que me engañó y sedujo.
Tal es la apariencia de ella vista a la luz del sol; pero entre los de su especie es contemplada como mujer, para que no se vean tan aborrecibles como yo los veo y los demás. En mi relación con ella quedé tan maltrecho como si hubiese abrazado una estatua de mujer de hierro enrojecida al fuego.
Desde entonces me he dado en estudiar todos los grandes monstruos que existieron hace miles de años sobre la tierra y procuro conocer de lejos los que aún quedan. A veces tengo temporadas en que me es imposible por el acoso de esa bestia. Me dedico entonces a huirla y a disimular que no soy yo. Una astuta postura que más de una vez me dio resultados complacientes. He llegado a la conclusión de que no es muy inteligente. Quizás por esto, y en momentos de debilidad, he llegado a justificar su malignidad. Por su torpeza.
Hablé antes de los demás que la ven aborrecible. Pero no sabría identificar a los demás. Y así me encuentro solo ante ella. Varias veces me ocurrió que confundí a los de su ralea con los de la mía y purgué el error.
Parece que no me sigue y corro de nuevo a pesar de mis impedimentos. Cerca de mí hay otros. Yo juro que jamás fui causa de hambre o de llanto, que jamás maté y no hice matar, ni que alguna vez aparté la leche de la boca de los niños, ni alejé del parto a los animales. No estaría seguro de decir lo mismo de ellos. Pero de esa, de la horrible, podré decir que lo hizo y otras muchas cosas que pondrían espanto en las tranquilas aguas de un estanque con sólo sentir el rumor de las palabras que las narren.
Sé de ella que sobrevivió a varios cataclismos, como el conocido diluvio universal y que sólo lo hizo para encontrarse conmigo y atormentarme. Puedo escapar a sus ataques como lo prueba el que vivo para contarlo. No sé hasta cuándo o si esto se hará tantálicamente infinito. Sisifesco.
Recuerdo bien sus encantos en medio del páramo que atravesaba hacia ninguna parte. Llegó la oscuridad y yo mordía su piel entre bocados oscuros en una carne sin límites. Y aquel amor desesperado del que ya no lo esperaba. Aquellas caricias en los breves días que duró el idilio...
Hoy me maldigo nuevamente en el erial en que me arrastro. Si intentaras hoy, como intentas, embelesarme con nuevas y bellas apariencias tendría dos caminos a elegir: uno, el afán de devorarte y deglutirte haciéndome tú misma o seguir huyéndote.
Con todo esto me volví y allí estaba de nuevo. Levanté mi zarpa y le asesté un terrible golpe. La dejé sangrando a borbotones y corrí de nuevo estremeciéndome, como el que viene del infierno.
NOTA.- Inicio la publicación de una serie de cuentos publicados en revistas diversas, desde finales de los años setenta hasta ahora, con la etiqueta de cuentos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Hay algo que se llama libertad, y que debes ejercer libremente. Así que distingue bien entre las ideas, los sentimientos, las pasiones, la razones y similares. No son respetables; pero cuida, que detrás hay personas. Y las personas, "per se", es lo único que se respeta en este lugar. Muy agradecido y mucha salud. Que no te canse.