
Aquella vez estuve como dos meses perdido por la ciudad. Tomé la costumbre de irme temprano por la zona del puerto, o pasar al Barreiro, un barrio más bien dormitorio, al otro lado de estuario del Tajo. En una de esas vi la foto. Sí, esa foto que abre la entrada, tan borrosa, mala tal vez, dudosa y rara, como un apunte de Velázquez o un destello de Goya, tal vez un fotograma de Buñuel... Tenía entonces una cámara de fotos elemental, vamos que era una caja de cerillas con un carrete escondido casi, un agujero por el que mirar... Y funcionaba a ojo de buen cubero. Salía a pillar los ambientes y vida lisboetas con ella y me daba el apaño, por el montón de fotos que han ido ganando con el tiempo, y que tengo olvidadas allá y acá, aunque los negativos andan a recaudo, eso sí... Sobre todo son estupendas las fotos del barrio de Alfama, entonces casi nada turisteado, ni arreglado, ni preparado para el visitante, sino auténtico y real, ni como decorado de jolivú, que han convertido a casi todas las ciudades hermosas de Europa…
Y de cuando en vez, dado mi pobreza consustancial, alguna foto, pero muy bien administrada, me hacía con aquella cámara elemental de mercadillo. Y esa es la más generosa que pude hacer en mucho tiempo. Era bien temprano, tal vez sobre las siete y media de la mañana o las ocho. Iba bajando la rampa para tomar el paquebote o transbordador que me trasladara al Barreiro, que me encantaba pasear, y los vi venir. Un niño, que al principio y de lejos me miraba como sonriente, y un hombre ya mayor, que cojeaba garbosamente. No le daba la mano al nene, sino que lo agarraba ya por el hombro, ya por el brazo o la mano que el chavea alargaba con costumbre. El ciego, porque el adulto era ciego y cojo, colgaba una bolsa del hombro que se bamboleaba algaranera. Procuré preparar el momento, antes de la entrada a la rampa. Que no hubiera nadie más que ellos, o no, mejor que hubiera alguien para darle como ambiente, sí. Bueno, lo que saliera, si sale. Y avancé… Y al momento de echar la foto el lazarillo alza la mano libre y se hurga la nariz, sacando la lengua, como si la picazón pudiera más que el momento de inmortalidad... Mira al suelo, como indiferente y eso da un valor añadido a la foto: los dos testigos van a su bola, a su aire de mañana de lunes, creo que era. Y un transeúnte atrás, testigo de mi foto, lo atestigua. La luz que viene del agua, del Tajo, deslumbra el fondo y muestra sombras de algunas parvas gentes que suben la otra rampa… El suelo de esa menuda adoquinería lisboeta y el bastón tremendo del ciego. Nada más. Y nada menos.
Cuando las revelé, porque para remediar mi pobreza entonces lo hacía de propio, esas fotos, de aquel viaje, me entró aquella emoción inexplicable por las mismas que díficilmente he vuelto a recuperar alguna vez luego, poco. La intención de material para un poemario, que junto a las muchas notas hechas, textos de mi diario, que casi consumí un cuaderno de aquellos grandes, contenían material más que suficiente para el trabajo.Y así lo hice, y anda por ahí uno de los muchos apuntes de poemario, que llamo, que creo que se llama Cuaderno de Lisboa, como provisional. Y de ahí, de aquel viaje, nace el conocimiento de uno de esos poetas llerenenses que la casualidad me deparó, ya que en mi endeblez económica me vi en la necesidad, y ella me puso, ante el paisano que arregló, de alguna manera, mi comida y estancia por un tiempito más, que fueron tres meses en la ciudad, pues entonces uno hacía el milagro de los panes y peces como cosa acostumbrada. No sé bien si no fue más por pariente que por paisano, ya que Víctor Trinidad Marín era pariente de mi madre, por parte de mi abuela, y eso tira más que el paisanaje... También lo hago ahora, y con más chulería si cabe, que este mes vivo con 50 euros y me sobra para juerga y cervezas... Entonces no estaba de moda Lisboa entre la cutre progresía, sobre todo la de las grandes ciudades acatetadas y noveleras españolas, y hablo de Madriz, Barcelona, Sevilla y etc., que con la caca del cine y otros negocios, la acupó para ningunearla y cargársela para sus cosas publicitarias y sensibleras de modas y de ¡oh, Lisboa!, de las payas turisteras más que otra cosa, inanes y vacas vacuas que van como locas y alocando, y ellos de ramal... Que he visto echar como perros a españoles de restaurantes serios y tranquilos lisboetas por horteras, y hablaban catalán, o con acento madrileñí claro, y lo decían…, por maleducados y bestias, amén de garrulos de barrios…
En las otras fotos, muchas y casi todas tan o más interesantes que esta que hoy muestro por acá, se ve la Lisboa cotidiana, sus gentes, sus vidas… Pero y las pondré de una buena vez algún día.
Dos poemas. Uno es apunte de aquellos días y sobre el encuentro con el niño y el ciego, lazarillo y amo, sin haber visto la foto, pues no la revelé aún. Pero aquella tarde no pude dejar de recordar el impacto que tuve de aquel encuentro. Tengo que decir que en días sucesivos la casualidad quiso que me encontrara al ciego cantando canciones como fados sin serlo. En Lisboa cantan fados las mujeres, no los hombres, que lo hacen en Coimbra. Y el niño pedía con un plato metálico. Una de las veces fui generoso a fuer de mi pobreza, claro. Con lo que se resolvió el contenido de la bolsa que colgaba del hombro del hombre... El otro poema es de luego, de ahora, y es versión del apunte anterior.
uno
ciego me viene rampa arriba cojeando
niño lleva con la mano
un muchachito rubio
lazarillo leve alegre elemental
recuerdo a homero
tal vez a borges
los ciegos de romances
de la once
tiresias sonriente
otros ciegos y poetas
con el puerto cerca
cercados de la luz
todo es pura literatura
impura vida
no he desayunado
y son visiones borrosas de lo que leo
o he leído tal vez lo que leeré
si la gente
gente atareada y trabajadora
presa de la prisa del trabajo rompe tanto y destaca
tanto y tan enorme
la escena intemporal
del artista ciego que toca y canta
al que conduce un rubio chaval
como un sol
Lisboa, junio 1980
de Cuaderno de Lisboa, 1980
dos
allá en lisboa ciego y lazarillo
me canta con su luz blanca camisa
su borgiano bastón seguro pisa
la señera cojera que al chiquillo
en su hombro se apoya tan sencillo
como andar a la par en su premisa
si le suena la música en sonrisa
bolsa cuelga del hombro al estribillo
si él me canta y le doy por una calle
su foto queda ahí como recuerdo
y su voz en olvido no la pierdo
este paso de dos haciendo uno
este fugaz momento por si alguno
de los tres se lo vio en el recuerdo
Llerena, mayo 2009
ciego me viene rampa arriba cojeando
niño lleva con la mano
un muchachito rubio
lazarillo leve alegre elemental
recuerdo a homero
tal vez a borges
los ciegos de romances
de la once
tiresias sonriente
otros ciegos y poetas
con el puerto cerca
cercados de la luz
todo es pura literatura
impura vida
no he desayunado
y son visiones borrosas de lo que leo
o he leído tal vez lo que leeré
si la gente
gente atareada y trabajadora
presa de la prisa del trabajo rompe tanto y destaca
tanto y tan enorme
la escena intemporal
del artista ciego que toca y canta
al que conduce un rubio chaval
como un sol
Lisboa, junio 1980
de Cuaderno de Lisboa, 1980
dos
allá en lisboa ciego y lazarillo
me canta con su luz blanca camisa
su borgiano bastón seguro pisa
la señera cojera que al chiquillo
en su hombro se apoya tan sencillo
como andar a la par en su premisa
si le suena la música en sonrisa
bolsa cuelga del hombro al estribillo
si él me canta y le doy por una calle
su foto queda ahí como recuerdo
y su voz en olvido no la pierdo
este paso de dos haciendo uno
este fugaz momento por si alguno
de los tres se lo vio en el recuerdo
Llerena, mayo 2009
Que bellos, ambos Agustín, los poemas y los protagonistas de la foto!
ResponderEliminarUn besote