Hago recomposición de lugar, y este elemento me alumbra verdad, aun a su pesar, sobre la cosa de Israel, sus hechos, sus sucesos, sus guerras y todo ese afán de la gente pejiguera y en guerra siempre, que es casi todo. Porque nacionalismo a machamartillo y tentetieso es lo suyo, y raza electa, y pueblo electo de algún dios o de una moreneta… Él mismo es elegido por los dioses votantes de abajo...
El siglo XIX fue un siglo historicista, hablando por lo fino, y fundador de la manía histórica diciéndolo carnavalero y siquiatra, o auscultador de bollaos, que en llerení quiere decir tarado, loco, tocao (lo de bollo viene porque a una cacerola golpeada le salen bollos, está bollá..., y se llaman bollos a las abolladuras de los golpes, las abolladuras o trompadas, o golpazos, como se llaman en Argentina también), aventador de estos apuntaladores de la cosa de la herencia, de la sangre, de la patria y matria, de la nación, de las fronteras y su guarda y limitación y rayado, de un trapo de colores determinado como algo santo y representativo, y todo eso, entre otras miasmas insoportables y dañinas que nos legó el XIX. Aunque hay en el mismo también muy interesantes aportaciones que por ahora no mencionaré. Me refiero a asuntos y cosas de la centuria decimonónica.
Vengo a lo de la nación, y sobre todo a la inflamación grave llamada nacionalismo, que mejor sería llamar nezionalismo, con sólo cambiar la a en e. Y no detesto lo de nación y de los nacionalismos por las mismas razones que los taraos que lo hacen por otra nación, supuestamente superior, o por ideas conservadoras en formol, o liberalismos alguno. Lo hago porque sinceramente creo que la máxima de que mi patria es el mundo y mi familia la humanidad es lo único que no daña a nadie, en su práctica, y lo único que se atiene a razones de libertad, igualdad y solidaridad. O sea la pura racionalidad que intenté mamar desde Espinoza hasta la fecha en estos asuntos y que trato de concretar en los que tengo más cercanos sin alharacas ni exclusividad a los lejanos. La nación es algo absolutamente artificial y de cohetería, apuntalado por la historia, esa historia siempre manipulada y manipulable, con otros aditamentos folklóricos –en sus prístinos sentidos-, y que al ser excluyentes y competitivos con otros, es negativo e irracional para el común de los humanos. Sencillamente.
Surge así el concepto de nación, que echa a nadar, en su práctica, a los principios del siglo XX, llegando a conformar aberraciones que estallan en los fascismos y nazismos de tres o cuatro decenas de años después, porque ningún fascismo existe sin nación y raza, sin historia que lo sostenga y sin dios que lo invente, bendiga y de fe. No es casual ese surgimiento de los fascismos y el nazismo, sustentado en la nación y un ultranacionalismo basado en un sentido histórico que hunde sus raíces en la noche de los tiempos de los pueblos elegidos por este u otro motivo, un sentido absoluto de la raza, sustentado en esa perversa e inquietante mala interpretación de los biólogos, naturistas y antropólogos, apuntalados por los historiadores finiseculares del siglo XIX, e iniciales del XX. De forma y manera que un Kropotkin tiene que advertir que de Darwin no se desprende que la vida sea competición y competencia despiadada y triunfo del más fuerte, interpretación en que se basan no pocos nacionalistas, aparte de capitalistas o liberals, porque en la naturaleza el apoyo mutuo entre especies, y de la misma especie entre sí, el maravilloso equilibrio de colaboración, es superior a la destrucción de alguien, o la destrucción de los unos por los otros, si hemos de ser consecuentes con la competitividad. Además que en la materia nada se destruye sino que se transforma. Se lee poco El Apoyo Mutuo, un libro generoso y deslumbrante de verdades y certezas racionales y científicas, que alumbran la concepción libertaria y el sentido de la anarquía, para los que la desprecian desde la suprema ignorancia. Y que traspasa la idea, la mala idea de la nación, la necia ocurrencia de nación, como algo excluyente, de DNI y trazas de la raza única y dilecta, del dios único, por supuesto.Vengo a lo de la nación, y sobre todo a la inflamación grave llamada nacionalismo, que mejor sería llamar nezionalismo, con sólo cambiar la a en e. Y no detesto lo de nación y de los nacionalismos por las mismas razones que los taraos que lo hacen por otra nación, supuestamente superior, o por ideas conservadoras en formol, o liberalismos alguno. Lo hago porque sinceramente creo que la máxima de que mi patria es el mundo y mi familia la humanidad es lo único que no daña a nadie, en su práctica, y lo único que se atiene a razones de libertad, igualdad y solidaridad. O sea la pura racionalidad que intenté mamar desde Espinoza hasta la fecha en estos asuntos y que trato de concretar en los que tengo más cercanos sin alharacas ni exclusividad a los lejanos. La nación es algo absolutamente artificial y de cohetería, apuntalado por la historia, esa historia siempre manipulada y manipulable, con otros aditamentos folklóricos –en sus prístinos sentidos-, y que al ser excluyentes y competitivos con otros, es negativo e irracional para el común de los humanos. Sencillamente.
No hace falta que recuerde a Sabino de Arana y sus gestas, creencias y apuestas, y las de los suyos, ni las de los catalanes, por no pasar por los croatas o servios de respuestas, cuando si nos vamos a los bretones alucinamos, sin dejar de mirar a otros nacionales mayores o menores. Cierto que la predicación de un nacionalismo estaba llamada a triunfar, ya que se identificaba a los nacionales con la gente dominada por alguna suprajerarquía, como ocurre en el imperio austrohúngaro, sembrado de parcelas nacionales que se justificaban en razón racial, lingüística, costumbrista o de tañedores de zanfoña. Y ese pueblo escuchaba el canto arrebatador de los predicadores del nacionalismo y se lanzaba en pos como si de un Hamelin se tratara, para ratas despreciadas de algún dios y de la Gloria de algún imperio, fuera el austrohúgaro o el romano… Y no ya pueblos con lengua, tierras, fronteras o idea clara hasta donde ocupaba y hasta donde no, con bailes, cantos, formas de hacer tortilla…, que eso no era todo, que había pueblos sin tierra, sin lengua, sin cantos comunes y sin tortilla excepcional de patata o chorizo único identificador, cuando no queso violeta o forma de sentarse para ver la tele… Y como tienen fama de avezados y adelantados de molleras, alto nombre de inteligentes, pues algunos miembros herederos del reino de Yavé en la tierra se percataron del asunto. Y fue inventado el nacionalismo sionista, de tanto abolengo y gallardía como el que más, nacido de la misma miasma y humus, o huevo, que todos, por la misma época, o sea mediados y finales del siglo XIX, y con la misma fuerza resolutiva para mostrar y demostrar que la patria lo era todo, y que la conforman las ideas de raza, lengua, tierra…, bueno, bueno…, aquí se disponía de algo más eficaz, de algo resueltamente demoledor, de algo que nace en lo interior de los hombres llamados a constituir esa nación, algo sumamente estudiado, asimismo, por los historicistas, la religión, o el sentimiento profundo y espiritual de los hombres, o de aquellos hombres unidos por una misma creencia de orden superior a lo mero mortal de los cuerpos, algo que se elevaba a lo divino y por ende todos los hombres han de servir. Por ello los conformadores del sionismo buscaron una tierra para los delirios espirituales de sus almas errantes… Porque un pueblo sin tierra es algo peor que una tierra sin pueblo. Y la historia les marcaba aquella tierra de aquel pueblo desperdigado por toda la Tierra y todos los continentes, su tierra matriz, su tierra marcada por la mano de su Yavé, la tierra de Canaán, que ya no se llamaba así, sino con otros nombres, y en la que estaban otras gentes. Pos peor para esa otra gente, que no es heredera, por demostración histórica a rajatabla, de esa tierra. Así que los sionistas se ponen a marchar a aquella tierra. Y se apoderan, expropian y expulsan a los que en ella hay. Y hasta la compran, que pa eso son ricos y se les da bien lo de la guita. Alguna vez he pensado si a estos sionistas, o nacionalistas judíos, no se les ha ocurrido recuperar también la tierra anterior de sus ancestros, o sea la zona de Mesopotamia de donde vinieron los suyos a Canaán, según la historia sagrada, que para ellos es toda la historia. Que me da que la cosa que tienen contra Irán va por ahí, a que quieren también recuperar la herencia habida por aquellos lugares,el cortijo de los padres de la patria, de los patriarcas…
En fin, cuento la verdad con un cierto matiz de ironía y un mucho de cachondeo para que se vea clarita la sinrazón de esto nacionalistas israelíes, que así llamaron a la tierra que la historia les hereda, les da, les atestigua que fue la suya y para siempre.
En fin, en estas componendas y principios espero que se entienda la cosa de este nacionalista pretencioso y patriota, este Carod Rovira, como todos ellos. Me da lo mismo que sea catalán que abisinio, israelí que español. Todo malos, todos basados en cuchipandas y tonterías traídas por los pelos de la historia, ese ser supremo que erigen en todo, y matan si no se les deja imponerlo. Matan o hacen la vida imposible a los comunes mortales que no tenemos patria, ni nación al uso y concebida de esa forma tan especial y marrullera, excluyente y mortal. Nos matan a los que no tenemos ni queremos historias y que nos vengan con historias y herencias y registros divinos de la propiedad...
Uno tiene patrias, por ejemplo hablaba yo de la patria cervantina, o la de la lengua que hablo, pues aprendí de Lope de Vega, finísimo y desconocido revolucionario, cuando en una de sus mejores obras, La Dorotea, un tal Fernando le dice a su amada que él no tiene más patria ni nación que el cuerpo de ella y la lengua en que le habla. Pos eso, que uno es nacionalista a esa usanza y fe. Y que no mata ni impone, ni ocupa ni nada de todo eso. Que el amor es todo el motor y corazón, y la libertad, la solidaridad y la igualdad -entendida como de oportunidades y en lo referido a las normas y leyes- de todos, su única tierra y agua, fuego y aire.
Por eso no me extraña el apoyo a Israel por parte de un talibán nacionalista de este postín como Carod y sus jarcas. Y el mejor apoyo es la pasta contante y sonante del erario público, que eso es la flor de la nación y el sostén del nacionalismo cañí. Apoyan el nacionalismo más coherente que existe, el israelí, el de mayor pedigrí, ya que está basado en razones divinas, porque las humanas son risibles. Es perfectamente coherente con la raíz de la que maman todos ellos en las entrañas de los amables teóricos del historicismo y sus consecuencias, desde mediados del siglo XIX. Me refiero a lo nezionalistas de piñón fijo, herederos de unas tierras exclusivas, con unas lengua entendidas como excluyentes y de usos exclusivos, con unos folclores reguays, unas formas de tocar la flauta, unos ojos de diferente catar, y todo lo que conforma una raza, unas culturas profundas y artes excelsas, dadas por un dios y que lo canta la historia, esa ciencia que no miente. Y los historicistas sus profetas.
El sionismo es diametralmente opuesto al judaísmo, que dicen el saber popular y los hechos.
NOTITA.- Es curioso como los medios de propaganda y desinformación, que son los más famosos y los que más medios tienen, ocultan la oposición mundial de los judíos del mundo al estado de Israel. Curioso. Como la foto que ilustra esta entrada hay muchas que no se ven, ni se leen.
Pego una nota que hace al caso.
ResponderEliminarSaludos
"PLOMO FUNDIDO" SOBRE LA CONCIENCIA JUDÍA
León Rozitchner.
Página 12
4 de enero de 2009
“Si nosotros nos revelamos incapaces de alcanzar una cohabitación y acuerdos con los árabes, entonces no habremos aprendido estrictamente nada durante nuestros dos mil años de sufrimientos y mereceremos todo lo que llegue a sucedernos.”Albert Einstein, carta a Weismann, 1929.
¿Recuerdan cuando hace dos mil años los judíos palestinos, nuestros antepasados en Massada sitiada, enfrentaron las legiones del Imperio romano y se suicidaron en masa para no rendirse? ¿Recuerdan la rebelión popular y nacional de nuestros macabeos contra la invasión romana, cuando murieron decenas de miles de judíos y se acabó la resistencia judía en Palestina y nos dispersamos otra vez por el mundo? ¿No piensan que esa misma dignidad extrema que nuestros antepasados tuvieron, de la que quizá ya no seamos dignos, es la que lleva a la resistencia de los palestinos que ocupan en el presente el lugar que antes, hace casi dos mil años, ocupamos nosotros como judíos? ¿No se inscribe en cambio esta masacre cometida por el Estado de Israel en la estela de la “solución final” occidental y cristiana de la cuestión judía? ¿Han perdido la memoria los judíos israelíes? No: sucede que se han convertido en neoliberales y se han cristianizado como sus perseguidores europeos, que, luego de exterminarlos, empujaron a los que quedaron vivos para que se fueran a vivir a Palestina con el terror del exterminio a cuestas.
El meollo de la actual tragedia está en la Shoá. Si la memoria de su pasado define el sentido histórico que marcó el “destino” del pueblo judío, donde se van hilando las cuentas de nuestro derrotero, y si el acto final en el que culmina ese destino convoca a los judíos israelíes a aniquilar la resistencia de otros pueblos inocentes, algo del sentido histórico ha desaparecido de la memoria de los israelíes. ¿Puede ser invocada la Shoá sin ser infieles a los desaparecidos, cuando al mismo tiempo el sentido completo de ese acontecimiento monstruoso ha quedado oscurecido? ¿Cómo podríamos “hacer memoria” si la construimos con los únicos recuerdos de nuestro pasado que los culpables europeos del genocidio nos autorizan? Es cierto: si los israelíes recuerdan todo, pierden a sus aliados. Porque la memoria de la Shoá que llevó al retorno a una tierra perdida hace mucho tiempo tendría que volver a ser pensada.
Lo primero a recordar: nuestros perseguidores históricos no fueron ni son los palestinos. Nuestros perseguidores estaban y siguen estando en las naciones de cultura europea que nos expulsaron y masacraron, y sin embargo son ellos los que siguen marcando el destino de todos nosotros, sobre todo de los judíos israelíes. ¿Será por eso que se busca olvidar a los verdaderos culpables de la Shoá? Los israelíes ya no se preguntan por el pasado bimilenario judío. Nunca los judíos, salvo excepciones, acusan del exterminio judío a la religión cristiana y a la economía capitalista que produjeron necesariamente la Shoá, como la conclusión de un silogismo que se venía desarrollando en Europa cristiana desde su mismo origen, como si el nazismo hubiera sido sólo un accidente sin antecedente en la historia europea y todo comenzara con Hitler. ¿No será que luego de la Shoá ustedes, los descendientes de los judíos europeos asimilados, se aliaron luego con los exterminadores en un pacto oscuro que el terror dictaba, y volvieron ahora todos, de cierta manera, a ser judeo–cristianos? Porque seamos honestos: el Tercer Reich se ha prolongado en el 4º Reich del Imperio norteamericano. Es claro: prefieren no saberlo porque el Estado de Israel está –nosotros los judíos latinoamericanos sí lo sabemos– al servicio del poder cristiano–imperial de los EE.UU. ¿O van a creerse que los EE.UU. y Europa combatieron al nazismo para salvar a los judíos? ¿Por qué ahora habrían de seguir persiguiéndolos si mantienen lo que tienen de judíos congelado sólo en lo arcaico religioso? Pero ¿no les dice nada pasar a ocupar ahora el lugar impiadoso, como brazo armado de los poderosos capitalistas cristianos, contra una población civil asediada y asesinada por osar defenderse contra la expropiación ilimitada de un territorio que debía ser compartido?
Recordemos. Karl Schmitt, filósofo católico del nazismo, había puesto de relieve lo que la hipocresía democrática ocultaba: la categorías políticas son todas ellas categorías teológicas. Es decir: la política occidental (democrática y capitalista) tiene su fundamento en la teología cristiana. Es notable: Schmitt coincide con lo que Marx joven decía en Sobre la cuestión judía: el fundamento cristiano del Estado germano se prolonga como premisa también en el Estado democrático.
Y si la política occidental al desnudarse muestra su fundamento teológico oculto, sin el cual no hubiera habido capitalismo, entonces toda política de Estado capitalista era antijudía, porque ése era el escollo que el cristianismo había encontrado para consolidarse como religión universal. No contra los judíos cristianizados que, como ustedes en Israel, apoyan esa política, es cierto. Ustedes tienen de cristianos, sin saberlo, lo que ocultan en su propia memoria al ocultar que la Shoá como “solución final” fue un exterminio teológico (cristiano) político europeo. Schmitt la tenía clara. Lo que el sutil filósofo alemán católico necesitaba activar, en momentos de peligro extremo para el cristianismo y el capitalismo frente a la amenaza de la Revolución Rusa y las rebeliones socialistas, era el fundamento cristiano escondido en la política: el odio visceral y alucinado religioso antijudío para que en Europa reverdeciera con toda intensidad el fundamento grabado durante siglos en el imaginario popular cristiano. Y con ese vigor arcaico reverdecido pudieran enfrentar la amenaza revolucionaria del judeo–marxismo.
Por eso, frente a la apariencia liberal de la política democrática como una relación “amigo-amigo”, el fundamento de la política nazi extremaba las categorías de “amigo–enemigo” que Schmitt vuelve a poner de relieve en el “estado de excepción” como la verdad oculta de la democracia: el único enemigo histórico cuando entra en crisis el fundamento social europeo son nuevamente los judíos. En 1933, frente a la amenaza del socialismo tildado quizá con cierta razón de judío, resurgía para muchos europeos todo su pasado y encontraban en los judíos el fundamento más profundo de lo más temido para su concepción cristiana: las premisas judías de un materialismo consagrado, no meramente físico cartesiano como la economía capitalista requería. Por eso Schmitt vuelve a desnudar las categorías fundantes adormecidas que la teología católica mantenía vivas: volvía al fundamento religioso de la política cristiana del Estado democrático para enfrentar el peligro del “comunismo ateo y judío”.
Sucede que en ese momento los judíos laicos formaban parte de la creatividad moderna que en Europa alimentó el pensamiento político y científico: eran rebeldes todavía, no como tantos de ahora, y por eso Marx de joven pensaba que los judíos, una vez superada su etapa religiosa y se hicieran laicos prolongando la esencia judía más allá de lo religioso, podrían pasar a formar parte activa de la liberación humana.
Y cuando al fin los europeos creían haber logrado en el siglo XIX la universalización del cristiano–capitalismo que se expandía colonizando a sangre y fuego el mundo, aparece otra vez el materialismo judaico como premisa del socialismo, que no es físicamente metafísico sino que parte de la Naturaleza como fundamento de la vida del espíritu humano. Tiemblan entonces en Europa los fundamentos cristianos de la política y de la economía: un nuevo fantasma la recorre y se manifiesta en una teoría judía revolucionaria. De lo cual resulta que en momentos de crisis Hitler sólo representó, en términos estrictamente religiosos, culturales y políticos, el temor de toda la cultura occidental ante los comunistas y los judíos como los máximos enemigos de ambos, ahora renovados: del capitalismo y del cristianismo. El racismo de los nazis –esa “teozoología política”– no es más que el espiritualismo cristiano secularizado que el Estado nazi consagró laicamente en las pulsiones de los cuerpos arios.
Una vez aniquilados los millones de judíos –como luego fueron arrasando y aniquilando con la misma consigna a millones de soviéticos “judeo-comunistas”– el impacto aterrorizante de la “solución final” hizo que los judíos casi nunca, salvo muy pocos, se atrevieran a señalar a los verdaderos culpables del genocidio (como pasó entre nosotros con los genocidas). Con la derrota de los nazis como únicos culpables –según cuenta la historia de los vencedores– desapareció en Europa la historia de los pogromos y las persecuciones cristianas medievales y modernas que nos aterraron durante siglos: la de los franceses tanto como la de los italianos, los españoles, los polacos y los rusos mismos. Sólo los nazis alemanes fueron antijudíos.
Los judíos cristianizados por el terror del cristiano-capitalismo en Europa luego de la Shoá buscaron su “hogar” fuera de Europa: se instalaron en Palestina, como si el reloj de la historia, ahora teológica, se hubiera detenido hacía dos mil años. No se dieron cuenta de que la mayoría de los judíos que volvían a Israel no eran como nuestros antepasados que se habían ido: los descendientes de los defensores de Massada o de los macabeos. Buber, Gershon Scholem y tantos otros sí lo recordaban. Nadie quería que nos volviera a pasar otra vez lo mismo, es cierto; pero en vez de enfrentar y denunciar a los verdaderos culpables del genocidio –que ahora nos apoyaban para que nos fuéramos para siempre de Europa y termináramos nosotros mismos la etapa final democrática de la “solución final” judía que ellos comenzaron– los israelíes terminaron sometiendo a los palestinos como los romanos, los europeos y los nazis lo hicieron antes con nosotros. Pero primero tuvieron que vencer la resistencia de nuestros pioneros socialistas.
Los israelíes, apoyados ahora por el Imperio cristiano–capitalista que los había perseguido, crearon también en Israel un Estado teológico, pero la “parte” secularizada dentro de ese Estado judío siguió siendo la del Estado cristiano. Volvieron como judíos para culminar en Israel la cristianización comenzada en Europa: mitad judíos eternos en lo religioso, mitad cristianos secularizados en lo político y en lo económico. Por eso ahora en Israel el Estado mantiene la economía neoliberal capitalista y cristiana sostenida por los religiosos judíos sedentarios, detenidos en el tiempo arcaico de su rumiar imaginario. Y por el otro lado los iraelíes son neoliberales en la política y en la economía y en la ciencia “neutral”, cuyas premisas iluministas son cristianas. Mitad judíos en el sentimiento, mitad cristianos en el pensamiento.
Y por eso quieren que todos, también aquí y ahora, seamos como ellos: judeo-cristianos como el rabino Bermann, avalado por el cardenal Bergoglio, o judíos–laicos como Aguinis, neoliberal letrado avalado por el obispo Laguna. O como los directivos de la AMIA, que tienen la potestad de determinar si soy o no judío. Si soy judío “progresista” y no me secularicé como cristiano, entonces no soy judío, no podré aspirar a ser enterrado en un cementerio comunitario porque me faltaría la parte cristiana de mi ser judío. Pero judíos–judíos, esos que prolongan en lo que hacen o piensan los valores culturales judíos, quedan al parecer muy pocos, aunque sean muchos los que leen hebreo o reciten kaddish en la tumba de sus padres. Todos están aureolados con la coronita del cristiano-capitalismo que al fin los ha vencido por el terror cristiano luego de dos mil años de resistencia empecinada: convertidos ahora al “judeo-cristianismo”.
Por eso la creación del Hogar Judío en Palestina tiene un doble sentido: la “solución final” europea tuvo éxito, logró su objetivo, el cristianismo europeo se desembarazó de los judíos y muchos de los que se salvaron se fueron de Europa casi agradecidos, sin querer recordar por qué se iban y quiénes los habían exterminado. La Europa cristiana y democrática se había sacado el milenario peso judío de encima. Pero mis padres, que llegaron a las colonias judías de Entre Ríos, sí lo sabían.
Todos los judíos estamos pagando esta inmerecida transacción, ese “olvido” del Estado de Israel, al que seguramente se habrían negado los defensores del Ghetto de Varsovia, que murieron, ellos sí, sabiendo quiénes eran los responsables políticos, económicos y religiosos –estaban a la vista–- como los millones de judíos europeos que murieron en los campos de exterminio. Los judíos que vinieron luego, esos que estamos viendo, no quisieron ni pensar a fondo en los culpables: se unieron a los poderosos y saludaron alborozados que el socialismo stalinista antisemita se derrumbara arrastrando al olvido al mismo tiempo, como si fuera lo mismo, la memoria de los pioneros judíos revolucionarios asesinados por Stalin. Por eso sus sueños mesiánicos dependen ahora únicamente de los cristianos y del capitalismo para poder realizarse. Sólo tenían que hacer una cosa: permutar al enemigo verdadero por un enemigo falso.
Estamos pagando muy cara esta conversión judía. Los israelíes, ya vencidos en lo más entrañable que tenían de judíos históricos, se han transformado en la punta de lanza del capitalismo cristiano que los armó hasta los dientes para enfrentar el mayor y nuevo peligro que tiene el cristianismo: los mil millones de musulmanes que pueblan el mundo. Pero ni los musulmanes ni los palestinos fueron los culpables de la Shoá: los culpables del genocidio son ahora sus amigos, que los mandan al frente.
Y aquí cierra la ecuación política amigo-enemigo de Karl Schmitt. Antes, hasta la Segunda Guerra Mundial, el fundamento teológico de la política era “amigo/cristiano–enemigo/judío”. Ahora que los judíos vencidos se cristianizaron como Estado teológico neoliberal la ecuación es otra: “amigo/judeocristiano–enemigo/musulmán”. ¿Este es el lamentable destino que Jehová nos reservaba a los judíos? Porque de lo que hacen ustedes en Israel depende también el destino de todos nosotros.
Bueno después de oir y leer por los diferentes medios de información de todo tipo; sólo una pregunta: ¿algo bueno tendrá el judio?
ResponderEliminarmis saludos
Odeya, claro! De bueno y de malo, como todo el mundo! Personalmente hablo de un gobierno de un Estado que de ninguna manera representa a todos los judíos, como muchos que viven en mi país - como León Rozitchner que escribió la nota que pegué antes y es de tradición judía - que no son ni mejores ni peores que los católicos, los musulmanes, los luteranos, los calvinistas, los anglicanos, los ortodoxos rusos, los budistas, los ateos, los agnósticos, los abogados, los médicos, los escribanos, los maestros, los gitanos, los negros, los blancos, los mulatos, los homosexuales, las enfermeras ....como todas las personas Odeya..ni mas ni menos....
ResponderEliminarSaludos!
Bueno no se entera, Odeya no se entera, o simplemente trata de intoxicar y seguir la guía del engaño. Israel no es más que un estado terrorista y bélico criminal, y el que Israel ppreternda representar a todos los judíos es una de sus más terribles canalladas. A día de hoy los más de los judíos no nos sentimos representados por Israel, ni por nadie, nos representamos a nosostros mismos. Gracias.
ResponderEliminarAnónimo, yo al menos doy la cara y muestro quien soy en mi comentario, cosa que por lo visto tú no te atreves. ¿intoxicar? porque digo lo que pienso??? ¿pórque pienso diferente a la mayoria propalestina?? Sí sé que a loa judioa también les huele... como a todo el mundo, desde que defiendo a Israel sólo me encuentro enemigos, ¿pórque será? los primeros antisemitas son los que diecn ser judios, que pena!!!
ResponderEliminarAnónimo, yo al menos doy la cara y muestro quien soy en mi comentario, cosa que por lo visto tú no te atreves. ¿intoxicar? porque digo lo que pienso??? ¿pórque pienso diferente a la mayoria propalestina?? Sí sé que a loa judioa también les huele... como a todo el mundo, desde que defiendo a Israel sólo me encuentro enemigos, ¿pórque será? los primeros antisemitas son los que diecn ser judios, que pena!!!
ResponderEliminarVamos a ver, ¿quién habla de mayoría propalestina, dónde está? Simplemente somos personas libres que estamos asistiendo a una matanza y un genocidio tremendo, no sólo ya de muertos inocentes, no solo palestinos, en la franja de Gaza se ha matado de todo, sino destrucción de hospitales, viviendas, todo lo que sea sostén para vivir, etc. No se trata de estar contra nadie ni a favor de nadie, se trata de parar esa máquina de asesinar que es Israel, un estado ferozmente nacionalista, surgido de las entrañas del sionismo, una teoría sobre el pueblo elegido nacida en el siglo XIX,como expone Agustín muy bien, como todos los nacionalismos excluyentes y padres del nazismo y los fascismos. Se está contra la muerte y la violencia ejercida por Israel, como desmedida y sin respeto a niños e inocentes, de forma sistemática y con maquinaria de Guerra. Los palestinos, algunos palestinos, si atacan y hacen algo, siempre menor, es en absoluta defensa, comparado a lo que hace Israel con cálculo, frialdad, mercenarios que ni son judío, contratados en el mercado internacional de mercenarios y empresas de seguridad, todas controladas por los Estados Unidos y grupos de presión procedentes de allá. ¿Tú crees que los palestinos tienen dinero para pagar una campaña contra el “pobrecito y víctima Israel”? ¿Tú crees que la Cruz Roja Internacional y Amnistía y las decenas de voluntarios de todo el mundo, de organizaciones humanitarias están confabulados contra el “inocente” Israel? NOOOOOOOOOOOOOOO, Israel es el verdugo y la gente limpia, honesta, clara y de paz lo condena por sus crímenes. Y que no se esconda destrás de la máscara de que son judíos y tal y cual. La mayoría, lo dice Agustín y lo puedes comprobar con datos, de los judíos reales de todo el mundo lo condena hace tiempo. Gente como Einstein o personalidades judías más importantes del mundo, desde que existe, no lo defienden y “pasan” del mismo. Pasa que el paraguas de los Estados Unidos y los peorres grupos de opinión de allí, ricos y con grandes intereses en la estartegia de medio oriente, del grupo político ultraconservador al viejo estilo de Bush, los protegen.
ResponderEliminarY la historia criminal del estado de Israel es grande, con decir, lo apunta Agustín, que apoyaron con armas, consejeros, especialistas el régimen racista de Sudáfrica está dicho todo. Y eso fue patente, negarlo un crimen o mucha ignorancia. Están las condenas reiteradas de Naciones Unidas.
Y sólo te pido que te enteres del verdad, que veas, que leas, que estudies. Aquí no se ha insultado a nadie, yo al menos, por lo tanto no he de dar la cara si no deseo…
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ResponderEliminartop message apps
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