La lluvia me obliga a quitar del patio la chabola del gato: Las dos cajas de cartón, el transportín que sirve de casa, la barquilla de mimbre donde descansa y los cubiletes de la comida, amén de bolas de bolsas de plástico con las que pelea y juega, mondas de melón secas que persigue en sus retozos, un palito que lo trae loco en mordidas, un altramuz seco que le chifla triscar, su cuerda con los colores de la bandera española con la que trisca y brinca, y muerde y veja, como libertario y republicano, su bandeja de necesidades que nadie puede hacer por él… Todo lo pongo, apresurado, en la cocina. El gatito anda por el salón como durmiendo, creo. Pero como he dejado la puerta abierta, llega a ver qué ocurre. Y mira asombrado todas sus cosas amontonadas en medio de la cocina. Entra raudo en el patio y mira más pasmado, con esos ojos grandes, que su rincón está arrasado, no hay nada. Me mira, mira y remira el sitio sin nada… Va y da vueltas sobre el mismo. Ya amenazan gotas de lluvia, bueno, goterones. Que cayó una buena de agua y granizo como garbanzo.
Al rato de confirmar que no es una de sus elucubraciones lúdicas de gato lúdico y de colocón parrandero y cuchipanda, se convence que todo ha desaparecido; pero de allí, de ese sitio... Entra en la cocina y se refugia en una de sus cajas de cartón. Entra y sale de ella como si nada hubiera pasado. Va a la otra. Visita el trasportín y se sube a la cesta de dormir de un salto, pues la he puesto alta con la prisa por recoger de la lluvia. Lo observo en todo esto. Ando en otras faenas, pero lo vigilo. Al ratito está como pedro por su casa, como si el lugar donde están sus cosas importara poco. Lo que importan son sus cosas. Y revuelve y enreda entre el amasijo de cuerdas, mondas de melón, altramuz, palitos, bolas de plásticos, hojas de geranio y demás que he puesto en un montón... Sí, recupera el gozo de sus cosas, la costumbre cortita de sus cosas.
Fuera comenzó la lluvia torrencial y de verano.
Al rato de confirmar que no es una de sus elucubraciones lúdicas de gato lúdico y de colocón parrandero y cuchipanda, se convence que todo ha desaparecido; pero de allí, de ese sitio... Entra en la cocina y se refugia en una de sus cajas de cartón. Entra y sale de ella como si nada hubiera pasado. Va a la otra. Visita el trasportín y se sube a la cesta de dormir de un salto, pues la he puesto alta con la prisa por recoger de la lluvia. Lo observo en todo esto. Ando en otras faenas, pero lo vigilo. Al ratito está como pedro por su casa, como si el lugar donde están sus cosas importara poco. Lo que importan son sus cosas. Y revuelve y enreda entre el amasijo de cuerdas, mondas de melón, altramuz, palitos, bolas de plásticos, hojas de geranio y demás que he puesto en un montón... Sí, recupera el gozo de sus cosas, la costumbre cortita de sus cosas.
Fuera comenzó la lluvia torrencial y de verano.
Ay, mírale de puntillas con las patas traseras, qué trastada habrá acabado de hacer...
ResponderEliminarNo hay cosa que los gatos odien más que los "traslados"; una vez que están seguros de que siguen en la casa y que sólo se trata de un cambio ya están seguros. Pero a veces se vuelven extremadamente "ordenados" y cada cosa tiene que estar en su sitio; si se cambia cualquier objeto de lugar el gato maullará y te llevará allí para indicártelo :-)
Qué suerte, qué gato más bonito, no sé quién de los dos tiene más suerte.
Mimos gatunos a ambos ;-)