30 de julio de 2008

ZERBANTIANA: ELOGIO DE LA LENGUA


A la memoria del hombre Miguel de Cervantes,
que tantísima miseria hubo de aguantar de los sabios
encantadores, en el año en que se conmemora el cuarto
centenario de la publicación de la primera parte de su obra genial,
para alimentar esos espíritus hambrientos por todo el mundo
.

Hablaba hace días con un amigo, en animada conversación, sobre canto coral, precisamente. No se sabe por qué enigmáticos caminos del discernir, no siendo el tema de la charla cerrado, dimos en parlar del lenguaje. Aunque luego aterrizamos en el canto, la voz y todo eso.

Entonces entró en un trance elevado, aunque discreto, y me contó aquello de la mitología hebrea, que narra el origen del universo, del mundo. Cómo Dios creó, en un principio de la nada, por supuesto, las cuatro letras madres del alefato judío, de cómo aquellas (llamadas letras madres) originaron las demás letras, hasta completarse. Una vez Dios dispuso de las letras las fue combinando, pronunciando, formando palabras, que al hacerse y decirse, daban lugar a las cosas, al mundo material. Por ello la versión normalizada del libro del Génesis menciona tanto lo de Y Dios dijo, y venga a decir que Dios dijo, y nos cuenta que conforme decía, así se hacía. Tampoco hace falta recordar el Evangelio de san Juan, con aquello de Al principio era el Verbo, y el Verbo se encarnó…, o sea, la palabra primordial (Verbo) se hizo realidad… Lo que mi amigo me contaba era la interpretación cabalística de la invención del mundo por la palabra, por el uso de la lengua. Una mitología que nos presenta un Dios más que creador oral y literato (por las letras) del mundo, un supremo filólogo, ya que ama a ese mundo que crea más que ninguno. No habría que recordar que filólogo significaría, etimológicamente, del griego, amante del logos, esto es del dicho, de la palabra, de la lengua, del mundo hecho con ella, por ella, para ella. Pues es mundo lo que se puede nombrar. Como dice uno de nuestros escritores geniales de ahora, Miguel Espinosa (ya muerto): el pájaro existe porque lo nombro.

Recordé luego que, continuando con la mitología de la Biblia, cuando el hombre se creía sabio y todopoderoso, como un dios, y trató de trepar a lo más encumbrado y soberbio construyendo una torre más alta. Fue precisamente ese Dios literato y filólogo quien le quitó el poder y el don de lenguas, que dan esa creencia en la que se es supremo sabio: la lengua, el don maravilloso de la lengua. Y fue que se la confundió, con lo que la torre de Babel se precipitó a los suelos desde los cielos, y sus soberbios constructores se vieron confusos, sin poder entenderse, como ícaros caídos, en una ventolera de lenguas que los perdió. Y con la pérdida de la lengua que los unía y que los entendía, lo perdieron todo y Babel fue símbolo de eso: caos, barullo, trastorno, tiberio, conflicto, maraña, baturrillo, mezcolanza, enredo, guirigay, desconcierto, lío, laberinto, barahúnda, pandemonium, algarabía, gresca, greña, pelea, pelotera, marimorena, desorden, turbación, desorientación y desconcierto.

Para arreglar todo recurrí a lo más primario que nos hace. Nuestra carnalidad hecha palabra: el cuerpo. Es evidente que el lenguaje, el hecho de tener una lengua que hablamos, ha sido posible a la evolución biológica del mono que somos, más o menos inteligente, más o menos hábil. El suceso de que podamos tener el torrente de voz, la columna de aire, que se sustenta en el diafragma/abdomen y resuena en ese esfínter llamado cuerdas vocales, es un milagro evolutivo, que, bien temperado en la boca, los labios y demás, da origen a los sonidos que forman palabras, que llenan la lengua, incluso al canto en algunos, y agradable en pocos. Sobrados son los estudios sobre el origen biológico del lenguaje. Sin esa transformación de los humanos, que de andar a cuatro patas se alzan erguidos sobre dos piernas, no sería posible que todo ese aparato fonador funcionara tan a la perfección y en tantas lenguas como en el mundo son. No se conoce ninguna cultura, ningún grupo de humanos que no hable. El habla, y por ende, la lengua es algo consustancial a la humanidad. Forma parte no sólo de su cultura o cultivo evolutivo, sino de su propia biología. Decir esta obviedad no es valetudinario. Fácilmente se olvida por esa memoria histérica que el mono tiene a veces.
Y ahora porque el mono involutivo, que los poderes quieren hacer, ha entregado todo el saber sobre estas cosas a historiadores y periodistas, dos advenedizos salidos de la decimonónica centuria para aliarse a los políticos con poder y dominar y mentir sobre pasado, presente y futuro, a fin de afianzar el dominio para siempre. Es curiosísimo que cuando hay alguna polémica sobre lenguas, sobre cualquier lengua, sobre todo con este cuento de las autonomías y esos territorios cuyos poderes políticos y de trinque, que pretenden apoderarse de las lenguas como si fueran suyas, es curioso, -repito- que jamás hable un filólogo, y siempre sale un historiador contando una de sus milongas acientíficas y de papelorios o sucesos pasado que nada aclaran sobre nada nunca, como no sea a notarios o registradores de propiedades, esos dos apéndices del poder de afañe.

Olvidamos que somos lengua, que sólo somos si nos nombramos, nos creamos y nos creemos si nos hablamos, como aquel Dios de los cabalistas, que creía si nombraba lo creado. Porque es indudable que el pensamiento no existe sin el soporte eficaz de la lengua. De tal manera que un pensar no tiene existencia si no posee una lengua, y también que no existe lengua sin pensamiento. Es la lengua quien fragua, forja, evidencia, en sus sentidos más profundos y terminales.

Sí, se dan casos excepcionales, se dirá. Qué pasa con los mudos, los afónicos, etc. Sencillamente que traducen la lengua en otras formas de expresarla, en otros medios, que no es oral, que siempre será su referente último. No hablo de oralidad, hablo de lengua en su prístino sentido espiritual. El vehículo por el que la lengua, comúnmente, se expresa es el oral, acompañado de toda la expresión no verbal: manos, gestos expresivos, etc. Si falla la oralidad surgen inmediatamente sustitutos de más difícil vehiculación, más restringidos y más pobres de ese caudal que nos define tanto como el ser animales mamíferos, incrustado en la médula de nuestro estar, que es la lengua, la capacidad de lenguaje normalizado en el habla, acordado en la escritura, etc.

Por todo ello es casi natural que a quien domine ese don gratuito, mas no superfluo, se le respete como un humano superior, sabio, cabal… Bueno, eso era antes del laberinto de confusión de estos calamitosos tiempos de la estupidez bien temperada de nuestros días, en los que se confunde criterio con opinión, y esta con creencia... De ahí que se le use - a ese humano superior- hasta para adornar, o dar lustre y valor a algo tan moderno como el dinero -en relación a la lengua, claro-, en monedas, como bien sucede, lamentablemente, con el bien amado Miguel de Cervantes Saavedra, cuya supuesta efigie adorna el vil metal, con el que se compra y vende. Y ya lo decían los latinos: los dineros son las vísceras del avaro (pecuniae viscera sunt avari). Quien sepa entender que entienda.

NOTA.- Con este trabajo inicié una serie de reflexiones sobre la lengua, la literatura, la creación, y sobre Cervantes y su obra, tan poco leídas; digo en su sentido de entendimiento, o lectura veraz no cabezona ni utilitarista, sino espiritual. Con motivo del centenario de la publicación de la primera parte del Quijote. Hay que liberar a ese Cervantes secuestrado, esclavizado y encantado por las altas instancias del Poder, los Dioses y los Amos, los Académicos de Argamasilla, o de Madrid, y otras Cutrerías Publicitarias y Editoriales que unidas a la caterva de Periodistas y sus similares para el pasado, los Historiadores, se han adueñado del Santo y la Limosna. Y, por supuesto, dar libertad a su obra. Continúo aquí la publicación de esos trabajos bajo la serie que llamo ZERBANTIANA.

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