12 de mayo de 2012

MI AMIGO MANOLO







Verdad debe ser aquello de que la suerte trae los amigos. La muerte se los lleva. Hay una sóla letra de diferencia entre la una y la otra palabra: s y m. Porque sólo la muerte acaba con los verdaderos valores y esencias de la vida, que ya deja de ser vida. Tal y como la sabemos y en lo que sabemos. Y tuve la ventura de conocer y hacer amistad con Manolo. Un valor grande. Mi amigo Manolo Ruiz Millán. Que se nos fue el viernes pasado y al que dimos sepultura en la mañana de un sábado, de este mayo tan caluroso como se ha transformado. Y que venía bien este tiempecillo, luego de un invierno raro y frío. Pero el calor vino de repente, como la muerte y la suerte las más de las veces. Así que si uno recuerda que nació en un mes como éste, también recordará que se me fue este amigo que nombro y rememoro. Lo uno por lo otro, y viceversa.

Con Manolo viajé, me reí, charlé, discutí, bebí, comí, paseé... Era mi tocayo, si hemos de hacer caso a mi nombre compuesto, Agustín Manuel, y a que tanto él como sus hermanos y familiares me conocían como Lolo, Lolo Barroso. Según usos de por acá, que coinciden con costumbres celtas o por lo menos irlandesas, bretonas y demás, de llamar o motejar por el apellido de la madre. Hace como tres años y unos días se nos fue otro Manolo.

Viajé incluso sin pretenderlo ni elegirlo, sin prepararlo ni esperarlo siquiera. En encuentros fortuitos. Y ya cuando su hermano, y también mi amigo, Fernando, me avisaba, en la mañana del viernes, sobre su suceso, uno ha estado como recordando muchas cosas. De maneras atropelladas, pausadas, claras o confusas. Depende del momento del día y del calor, actividad. Desde mi último encuentro con él, sobre finales de abril,  y lo que charlamos, que fue como una despedida, viéndolo desde esta orilla del ahora ya..., hasta aquel viaje por Italia, a Portugal... Pero me ha sorprendido, sobre todo, el recuerdo de aquella vez que viajamos desde Cáceres a Llerena. Y ni lo acordamos ni lo planificamos ni nada. Fue  ventura, chiripa, chamba y la casualidad. Estuvo eso, el destino, azar, hado, sino, fortuna, providencia, albur que uno estuviera  a las afueras ya de Cáceres, en aquel año 1983, y en la carretera a Mérida y con idea de llegar a Llerena, si la caridad de los automovilistas o camioneros lo quería. Cuando vi venir una moto. Bueno, un tipo con una moto más o menos grande. Y que venía de la ciudad cacereña. Y sin pensarlo, y como ya el autostop estaba duro, pues puse el dedo, al mismo tiempo que el piloto del asunto aminoraba su marcha y se apartaba a discreto lugar de la carretera, como para recogerme. Lo cual me extrañó sobremanera. (Quiero aprovechar este momento para agradecer infinitamente, muchos años después, mi buena estrella con eso del autostop. Que fue forma en que recorrí medio mundo. Las más de las veces por necesidad y el resto por deporte. La generosidad de quienes me portaron es impagable y la reconozco en público. Hay materia para muchas novelas y bastantes cuentos, poemas y demás en todo ello). Mi sorpresa fue total al ver que, al quitarse el casco, aparecía la cara del caballero Manolo, mi amigo, sonriendo y llamándome. Tras los pertinentes arreglos y explicaciones y demás, uno se puso de paquete en su moto. Por aquel entonces no era obligatorio casco en esa situación. Así que arreamos la ruta y uno lo pasó extraño, ya que, a poca velocidad que fuera, el golpe del aire a veces se sufría mal. Pero estaba contento de ir así. Manolo iba, por supuesto, a Llerena. Desde Madrid, donde entonces vivía y trabajaba, a Llerena. Y yo era transportado de Cáceres a Llerena, también. Y fue por finales del mes de junio. Incluso debe estar por las páginas de mi diario tal suceso, que oportunamente traeré. No es para menos.

Paramos varias veces en el trayecto, pues la moto no era una maravilla para dos, precisamente. Pero ninguno de los dos tenía prisas. Manolo había tomado la ruta por Cáceres para conocerlo, visitarlo, disfrutarlo. Ya que de usual lo hacía por la Nacional V, desviándose luego por la Ruta de la Plata, hasta el cruce de Zafra, y allá tomar la carretera nacional Badajoz-Granada, que nos dejaría en Llerena. Pero antes del cruce de Zafra, un poco más allá de la mitad del camino, se echa a faltar gasolina para la moto. Y tuvo que dejarme cerca del cruce de Zafra, a unos 40 kilómetros de Llerena, mientras él iba a Zafra, que estaba cerca, a ver si llenaba el depósito y podía llegar, ya que el preciado líquido andaba faltusco. Menos mal que recuerdo que el trayecto era cuesta abajo lo más, o casi todo, como un dejarse caer para Zafra. Y como me apeé mucho antes del cruce de Zafra, pues anduve un trecho de como media hora, mientras Manolo venía a por mí. Con mi mochila y mis cosas. Llegó el motorista y marchamos finalmente para Llerena. Fue una de las más felices coincidencias que me han ocurrido en la vida. No ya sólo de autostopista veterano, sino en esta ruta que es la vida. La de encontrarme con Manolo Ruiz Millán, amigo de los de verdad, como una hermana suya me recordaba en la noche del velatorio, al recordarme su pérdida y darme así un pésame como pocos. Y es muy cierto, tan certero. Algo similar lo comparo con el encuentro, en un callejón de Roma, de noche cerca de medianoche, a oscuras casi total, callejón largo, largo y nada transitado, en que vi venir tres personas... Y cuando una de ellas pasó casi rozándome, me dice, adios Agustín, buenas noches..., ¿cómo que adios y buenas noches? -dije-, ¿a ti te parece esto normal, este encuentro?, y claro que no. Estábamos en Roma y cercanos a la Vía Cavour y en lugar muy marginal como aquel largo y estrecho callejón. Eran dos chicas conocidas, primas de un amigo y un novio de alguna de ellas, que estaban de turismo por Roma. Y precisamente estaba en Roma con mi amigo Manolo. En aquel memorable viaje a Italia del año 1984. 

Y todo esto es algo del todo que he estado recordando, entre otras muchas cosas. Algunas creencias antiguas suponen que quien muere, antes de irse del todo y en todo, está durante unos cuarenta días, más o menos, deambulando, despidiéndose, visitando por los lugares en donde estuvo y con quienes trató. Con preferencias a los seres queridos, los que le quisieron y quiso. Si es así, me imagino que todo eso puede venirme por esa circunstancia que, se crea a no, me lleva, me envuelve, me trata. Pues ando como embuido en mis recuerdos de Manolo. Y por eso se debe decir de los que mueren que no los olvidamos. O los vamos fijando paulatinamente y de forma natural, sin llegar a un fin nunca, en el que se quedan prendidos. Y que su recuerdo es muy fuerte en esos cuarenta días, que dicen que están aún vivos y de otras maneras, que no sabemos entre nosotros, los que los quisimos y quedamos. Siento eso, lo he sentido cada vez que se me ha muerto un ser con quien quise. Y muchos que me lean sabrán bien qué estoy diciendo. Muy bien.

Vaya mi recuerdo, pues, para esa memoria, para ese vivir de alguna forma entre nosotros, para ese estar, para mi amigo Manolo. Vivo en mí. Y vaya mi abrazo para todas sus hermanas y hermanos, para su madre, para sus amigos y amigas y para todos los que lo trataron y quisieron. Él, de alguna forma, nos une y reúne.

Así, hice este soneto, a vuelapluma, entre el sábado y hoy. Y, como suelo tener magnetismos para ciertos animales, un gato en el cementerio, o el gato del cementerio -pues sólo había éste- salió a mi encuentro, con arrumacos y caricias, cuando me acuciaban los que me transportaron allá y me traían a la ciudad. Tal que le hice esta foto y me llevó a este poema por Manolo. El gato como animal inmortal de siete vidas, entre otras cosas benéficas de cultos diversos, por todo el mundo y los mundos. 

La foto que pongo de Manolo la hice sobre el diez de diciembre de 2010, en unas de nuestras correrías o viajes por Extremadura. Fue en una plaza de Puebla de la Reina, y ante una de las entradas a su iglesia.







por manolo ruiz millán allá allá



gato del cementerio en tu caricia
me quitas mi dolor cosido al ser
trabado de tu luz y acontecer
del ciclo de la vida y su justicia

no sabes que manolo en mi noticia
murió un día atrás tal como ayer
y trajimos su cuerpo que es deber
que de eso ya no sabe tu pericia

y si sueles estar en camposanto
velando fallecidos por su sino
te ruego y yo te pido mientras tanto

detengas tu mirada de michino
nos esperes muy largo el quebranto
de nuestra suerte final de convecino




sábado por la tarde 11 de maio longo











3 comentarios:

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  2. muchas gracias, amigo mío, es la vitalidad quien lo mueve todo y lo vive todo, salud y repito mi emotivo agradecimiento

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  3. Ya quisiéramos ser Manolo para que un amigo como Agustín nos recuerde cuando ya no estemos...

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Hay algo que se llama libertad, y que debes ejercer libremente. Así que distingue bien entre las ideas, los sentimientos, las pasiones, la razones y similares. No son respetables; pero cuida, que detrás hay personas. Y las personas, "per se", es lo único que se respeta en este lugar. Muy agradecido y mucha salud. Que no te canse.