De un tiempo a esta parte, tal vez desde los inicios de la década de
los noventa, se han promovido modas mentales de corte histórico. La
Historia a aposentado sus reales como la Gran Ciencia y el Gran Saber de
to quisque. Bueno, lo que llaman Historia los usuarios, turistas, consumidores, mercachifles, impostores y afines. Así, mayusculizada y negociada. Porque el negocio editorial, con la novela histórica, ha sido y es proverbial. No sólo por la pingüe ganancia, sino porque amodorra aliena y distrae, como el fútbol y otras parrandas y mentideros de la mente y la libertad, bondad y bien. Y ha sido que, como la gente ha subido el ranking de titulajes universitarios o afines, formación académica y cultural, pues ya la típica novela del oeste, o la de amores y policíaca, y todo el subgénero literario al uso, se tuneó de sapiencia histórica. Que es la sapiencia y ciencia verdadera, cierta, legítima, exacta, pura, genuina, propia, axiomática, positiva, infalible, seria, estricta, vera faz del ser humano. Que ya dice el aserto sapiencial: es Historia. Lo cual se lo pone a güevo a sus amantes, escribidores y negociantes varios de diverso recoveco. Y así se ha hecho evidente Negocio y se ha elevado a las alturas de autoridad cultural a toda la bellaquería que se dedica a esos artilugios del noveleo histórico o, en meras palabras, mero, neto y casto tuneo de la novela del oeste, policíaca o similar. O sea, nada creativo sino zarrapastroso mondo, y todo lo contrario de lo que debe ser la ética/estética de lo literario, sino lata novelera adaptá a las pobres meninges y cocoteras de su público lector o zampador. Que ya el género del oeste, policíaco y similar lo era para hambres de mayorías. Estas últimas siempre con todo mis respetos, pues haber conocido, en Arenas de san Pedro (Ávila), en su día, al ínclito coronel Marcial Lafuente Estefanía no es moco de pavo. Como tampoco a doña Corín Tellado.
Una de esas usanzas, manías, novelerías, hábitos de estos tiempos, ha sido el uso de ciertos ambientes, la estructura ambiental de algunos sitios, su monumentalidad artística e histórica, estilos, para el comercio y el mercado turístico. Con lo que la Historia se ha manifestado como una necesidad que da mucho negocio y juego pal Poder, la Banca, los Mercados, la Especulación y el Mal que trae Crisis siempre. Tal vez por ello un llerenense ínclito dijera algo así como que si se es histórico se es desgraciado. Lo cual apuntala la máxima del capital: crear necesidades para hacer negocios, como sea y a costa de lo que sea, cargándose lo que fuere, etc. Dado que el Caspitalismo (sic), triunfante con la Historia, reduce todo a precio y venta: desde una persona a un monumento, o los dos en uno, si cabe el caso. Aun recuerdo a los serbios tratando de destruir Dubrovnik ante la inminencia de su caída en manos de los alemanes, aunque la prensa dijo croatas, para usarla como emporio del turismo en el Adriático, como así ha ocurrido.
Por acá corrió la moda mental del mudéjar como fuego. Y no me
refiero a un Teruel o un Toledo, sino a lugares menos conocidos. Y de la
mano de eso llegaron ayudas para restaurar y recuperar lo que entendían
por mudéjar perdido, poco conocido, por conocer..., decían. ¿Para qué,
por qué, en qué, cómo, etc.? Luego todo resultó que fue tuneado de un
peculiar estilo mudéjar, monocorde y vulgar, en donde el ladrilleo era
la estrella y lo estrellado. Como la manía franquista consistió en todo encalado, blanco, impoluto. La cosa es marcar, con dos pinreles, al pueblo y a la gente, lo que debe ornar y cómo debe tener sus cosas, ordenado desde el Poder Político. Supongo, que esto del ladrilleo mudejarado aconteció por la coincidencia milagrosa de las especulaciones
inmobiliarias llamadas, por la prensa y los medios, del ladrillo.
Y mucho ladrillo se ha fabricado aquí, ladrillo de moda y de todos los colores, incluyendo los ladrillos de la novela histórica, que son auténticos tochos, preferentemente de color ladrillo, curiosamente. Porque, a poco que me he fijado en la presentación de tales obras, he de reconocer que están muy bien presentadas en tapas duras, acartonadas y de gruesos calibres, en cuanto a paginaciones, letra mu grande, claro, que en to no van imitar a la novela del oeste y similar, que traía letra pequeñita y encuadernación parca para llevar en el bolsillo de atrás del pantalón, o en el de la chaqueta...
Pero retomo lo del tuneo mudéjar: se redujo eso del mudéjar a algo meramente monumental, de fachada y ladrillo visto y na más. Y cualquiera, medianamente leído y culto, sabe que nanay. Que el estilo o cultura mudéjar es esencial y consustancial a la mismísima cultura española, por donde menos se piensa. Sin ir más lejos el Quijote es obra mudéjar primera y señera.
Pero lo ocurrido con el mudéjar, en alguna parte de la patria
hispana, es para mear y no echar gota. Han inventado lo que se llamaría
mudéjar tuneao, como gótico tuneao, románico idem o barroco lo mismo.
Que el tuneo es algo esencial a la cultura de hoy, una cosa mu moderna
que lo arregla to en un plisplás. De recortan y pegar, y al tiempo, pegárnosla, en su acepción de estafa, engaño, memez, truco, fraude, timo, trampa, farsa, falacia, baratería, socaliña, apaño.
Aunque ahora que lo escribo... La cultura del hoy es básicamente tuneá, y quien dice la cultura va al arte y hasta a la política, pasando por la gastronomía o la manera de respirar y beber, incluso de curarse las enfermedades, qué ya es errado. Más que por la crisis esa, por la miseria mental y la imagen, o apariencias, que dicen. O sea, el arte de estafar y dar gato por liebre.
Cuando hablo de moda y modos, referido al tuneo, lo digo así porque significaría, del inglis, tuning algo así como sintonización, acoplamiento, eso, modo y manera de ser lo que no es pero está con lo que es como contaminado, a remolque, chupando rueda, vampirizando vida y alegría.
Así es el hombre medio, la cultura media, la calle de el medio y el medio ambiente y la media ostia en mitad la plaza, hoy. Todo mediocre, maniatao, en medio, medianero, dios mediante, demediado, módico, ramplón, escaso. Es la crisis de siempre, antes de la Crisis. Por la que Larra lloraba cuando escribía en España.
NOTA: Versión El Pollo Urbano.
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