1 de septiembre de 2009

UN GATO CALLEJERO: CAZADOR











Mi gato es un cazador nato. Ya lo veía de pequeñito atrapando moscas al vuelo y otras ficciones o gusarapos, gentes de la república insectal o de los troníos de sus alrededores. Las avispas como que no, que aquel primer verano ya las respetaba, pese a que era su primer verano sobre la tierra y bajo los cielos y sin decirle nadie que eran peligrosas, sobre todo de cintura para abajo, como algunas mujeres malas; pero algo sabía de aguijones, cinturas y posaderas con trampa escondida tras los refajos de colorines negro y amarillo. Las miraba mu serio y respetuoso, con los ojos abiertos y las orejas aguzadas, las seguía quieto con la vista, sobrevolando el recipiente de su agua, las observaba posarse y, como mucho, se acercaba a verlas mejor, tal vez olerlas, y lo más alzaba la patita para espantarlas, y eso muy quedo, suave..., y a veces en un acto de eso, si me veía mirándolo, me guiñaba, cómplice del mal que se tenía delante. 

Pero es cazador. Ha vuelto a dejar el cadáver pequeñito y como gominolo oscuro, al pie de la escalera, en el pasillo, y en medio, para que yo lo vea bien al bajar, que esté claro, que él cumple con su misión y su compromiso vital. Antes los dejaba a la entrada al patio, también bien visibles y por lo general panzarriba siempre con las cabecitas ladeadas los bichitos muertos. Me refiero a los cuerpecitos de las salamanquesas y lagartijas que coge y caza en el patio, generalmente, a no ser que esté conchabado con algún ave de las muchas que sobrevuelen y se los traigan... Así me depositó como siete, que recuerde, en la entrada al patio. Y tres, hasta ahora, en la casa y en el arranque de la escalera, como ya digo. Muy religiosamente y con unción sacerdotal y conciencia de rito y mito... 

Rito siempre el mismo. Mito el que se le quiera poner o crear, o recrearse... Divisa una salamanquesa y la controla, la vigila, la asalta hasta que la pilla. Asalta paredes en vertical y me degüella macetas y plantas... Una vez la atrapa, juega con ella, la atonta, la trae y la lleva, la baila, le hace el ocho, se tiende a su vera, la deja, la coge, la tira, la suelta... Eso sí, tanto de salamanquesas como de lagartijas se come, invariable, el rabo intranquilo y con esos meneos eléctricos, que dejan o les arranca Gurruñeta de propio..., y sin mucha piedad, y cuando lo atrapa para zamparlo pone las orejas como puntiagudas y mira atento y engulle, haciando ñam, ñam, ñam y dando bocanadas adelante, que el rabo no se deja tragar fácilmente, ansioso y alegre como es y nervioso como el dicho asevera...

Algunos me dicen que eso de ponerme los cadáveres muertos, del cansancio del juego y trajín del gato, más que de zarpazos o heridas, como oferta o especie de botín, es como muestra de su aporte y compromiso a la seguridad de que en mi entorno no habrá, con su presencia, sabandijas que me aquejen, monstruos que me asalten, caramantas que inquieten mis sueños y la misma vida, que a la muerte la tiene vista como forma de salamanquesa o lagartija y la espanta el gato. 

Yo no sé que pensarán los ecologistas y los mismos pacifistas de este gato, y no digamos los que están contra el toreo, de esta masacre sistemática que acomete contra todo bicho viviente en forma de lagartija o salamanquesa en el patio o la casa, y tal vez aleccionando alguna ave que pasa arriba en los cielos. Y eso que está bien alimentado, que si lo hace es de vicio, de juego o de propio y fiel seguimiento del instinto, que los gatos aún deben tener, y que los humanos, pese a esas tonterías que hablamos de instinto, lo perdimos hace ya milenios como bien saben los científicos, y defienden los sensibleros, creyentes y ñoños.

Lo de hacer el ocho el gato me lo dijo el domingo mi amigo Manuel Martín Burgueño: es cuando el gato se restriega contra los bajos, las piernas o pies, y de puro cariño, haciendo como un ocho, al pasear su garrido cuerpito, o símbolo del infinito, que lo mismo por eso eran animales sagrados de los egipcios y en mi casa...



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