17 de septiembre de 2009

EL CALLEJÓN DEL BICHO


A la Pirula, narradora visceral, mágica

Existen en Llerena callejones sombríos, tristes, de paso. Algunos están en la almendra intramuros, otros gozan de la salida a campo abierto. De estos últimos es el Callejón del Bicho. Como obvio debe su nombre a un bicho.
Sabido es que bicho es masculino de bicha, que por estos lares se llama a toda serpiente, con todo el misterio y maldición que el cristianismo le otorga, como lo satánico. Algunos se refieren al Bicho que le picó a Camilo, estar hecho un bicho, ser un mal bicho, etc. O sea, bicho puede ser algo así como dragón, o, al menos, feo y temible. Es este significado al que se refiere dicho nombre de callejón. Ya que bicho también designa, cariñosamente, a todo animal doméstico, incluso con el cariñoso bichito. Tiene su sentido positivo decir estar hecho un bicho, o sea, estar fuerte.
Pero el cuento que cuento, de pan y pimiento y de rábano tuerto, nos narra qué o quién era ese Bicho del callejón. Así como otros cuentos y mitos nos contarán, en su día, quién es el moro de la piedra, el obispo de la otra piedra, o los quemaos de otro callejón, así como la personalidad de la rana de la fuente, precisamente frente al Callejón de los Quemaos.
Parece ser que un día apareció, en medio de la plaza Mayor, una enorme estatua de piedra. Esto ocurrió hace mucho tiempo. Nadie sabía quien la había colocado. Parecía tosca escultura megalítica, y como muy moderna podría ser visigoda, por decir algo. Representaba a un hombre desnudo, con una gran cabeza melenuda de ojos saltones. Sus vergüenzas al aire, que eran prominentes y más bien desvergonzadas. El cabello largo decimos y el aspecto, en general, fiero y hosco, todo ello bien proporcionado, aunque membrudo.
El cabildo, tras muchas deliberaciones y consultas a los hombres sabios del pueblo, entonces no existían expertos ni correveidiles, o similares, decidió que aquello no podía estar allá, para burla de todos los vecinos y bochorno ante los visitantes. Así que decidieron retirarlo a un lugar discreto. Como siempre sin consultar con la mayoría de los súbditos. Previamente se dictó una orden para ponerle taparrabos a la cosa. Así se hizo; pero cada amanecer aparecía destapado. Parece como si aquel pleno invierno tuviera calores para la cosa.
Se decidió retirarlo tras la huerta del Marimanto, en un callejón sin nombre, que parecía ser un ramal de la Mesta, un paso de caballerías y ganado. Con los artefactos necesarios, los encargados del trabajo trasladaron, con gran esfuerzo y en dos jornadas, entonces se carecía de tecnología, la estatua, al citado lugar indicado por el consistorio municipal, aunque otras versiones hablan del rey del pueblo, porque por entonces, según algunas versiones, Llerena tenía su rey. Así se hizo.
Al amanecer del siguiente día no daban crédito a sus ojos. El Bicho, como ya le llamaban, con propiedad, los lugareños, estaba otra vez en medio de la plaza mayor.
El rey montó en cólera, lo que era fatal, pues se parecía al muñeco diabólico, y el consistorio y los mandamases dieron la misma orden. Fue retirado al mismo callejón. Volvió a ocurrir igual al día siguiente: la estatua aparecía en la plaza al amanecer. Esto aconteció un mes. Hasta que, cansados, reunidos los sabios y consultados los doctores, dictaminaron lo mejor: una vez que fuera trasladado al callejón se procedería a romperlo, resquebrajarlo y destruirlo con martillos, marras y macetas. Así se hizo; pero al ser de una piedra tan dura sólo lo redujeron a algunos pedazos, y de pura suerte, quedando muy deformado.
Más tranquilos volvieron dejando en el callejón al bicho cuarteado.
Amaneció la plaza con la estatua entera y resplandeciente en medio. Volvieron a destrozarlo, esta vez con más encono, y no ya porque les mandaran y pagaran, y volvió a reaparecer íntegro en días sucesivos. Pasó otro mes.
Hasta que el rey, valiente y cortés, pero con malas pulgas, astuto y muy tozudo, convocó a todo el pueblo con mazas, escoplos, marras, martillos y todo instrumento contundente. El Bicho fue trasladado a su callejón y se ordenó reducirlo a polvo. A lo que se aplicaron todos los vecinos con frenesí de destrucción de lo demoníaco. Alguien dice que mientras se hacía esto se oía llorar a lo lejos. Así, pues, el Bicho quedó hecho tierra, la de ese color especial que todavía queda por algún tramo del Callejón del Bicho, en Llerena, aun hoy. Desde entonces se llama el Callejón del Bicho a ese espacio que no es ni calle, son como traseras de unas viviendas de nueva planta o así. Al que el consistorio no ha puesto nombre de alguien de alcurnia y prosapia histórica.

NOTA. Este cuento es de la serie de ellos publicados en la revista Torre Túrdula, como catorce cuentos... Se dice que la madre de los Machados estuvo por Llerena recopilando cuentos populares, se contaron cuentos por Llerena, esa tradición se perdió, esa cultura, la cultura real..., como se perdieron muchos mitos y ritos que se aluden en este cuento, por mor de cierta cateta manera de desarrollismo...

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