Gerardo Ramos Gucemas es uno de los referentes culturales, artísticos, personales y patrióticos (en su noble sentido) de este sitio, y otros y de otras formas, desde siempre. Tiene la suerte de ser uno de esos extremeños desperdigados por el mundo… Bueno, Gerardo siempre hace constar, en todo lo que asoma en algún medio, su condición de ser originario de la república de Llerena… Por eso si la hago extensible a Extremadura debe ser por la cosa mera administrativa y todo eso, que quien me quiera entender bien lo entenderá.
Bueno pues en el prestigioso suplemento Ñ del diario Clarín de hace poquitos días me visitó una entrevista que reproduzco fielmente, y remito al sitio originario. Que la disfrutéis. Para mí ya es suficiente regalo navideño saber algo de este amigo lejano en lo geográfico; pero de cercanía cada día más íntima, y me refiero a ideas, arte, luz, afectos…
Hace un tiempo que Gerardo ilustró, para esa revista cultural del diario Clarín, que lo entrevista, Ñ, los trabajos que Fernando Savater fue publicando sobre los pecados capitales...
A los lectores de esto, y a los llerenenses especialmente, que me lean les invito a ir al sitio y escriban algo sobre esa entrevista, ya que el sistema lo permite. De momento hay un sólo comentario del alcalde de Llerena... Yo pondré el siguiente, pues esperaba poner esto aquí y conectarlo...
En breve colgaremos el texto de la comunicación presentada, hace como dos años, a las Jornadas de Historia en Llerena, sobre la obra y vida de este pintor extremeño, poniendo en valor su obra y acercándolo de la lejanía, no sólo geográfica. El trabajo fue realizado por Julián Ruiz Banderas y uno mismo y fue publicado en las actas de dichas jornadas.
¡Larga vida y salud para Gerardo!
El pintor de la violencia
Gerardo Ramos Gucemas, un artista español que desde 1971 vive en Tucumán, habla de su obra expresionista, vitalista, existencialista, llámala como tú quieras. De Franco a las dictaduras argentinas.
Por: Ruben Elsinger
Ramos Gucemas básico
Llerena, España, 1941. pintor
Formado en Madrid, realizó sus primeras muestras en la capital española en los años 60. Cansado de la dictadura franquista, optó por viajar a la Argentina, y desde 1971 está radicado en Tucumán. Lo que yo fuera a pintar, mejor o peor, lo podría hacer acá, con la cadencia tranquila, paciente y libre de la provincia, sin que nadie me imponga condiciones. En 2004, expuso una retrospectiva de su obra en el Museo Eduardo Sívori, de Buenos Aires. Ilustró para Ñ la serie Los siete pecados capitales, de Fernando Savater.
Afirmación de Derechos Humanos es el sobrio título elegido por Gerardo Ramos Gucemas para la exposición que inauguró el domingo 30 de noviembre y permanecerá abierta hasta el 26 de este mes en el Museo de Bellas Artes Timoteo Navarro, de Tucumán. Organizada por la Secretaría de Derechos Humanos tucumana para festejar los 60 años de la Declaración Universal de Derechos Humanos, reúne 70 cuadros que abarcan más de tres décadas de labor del pintor español aquerenciado en esta provincia. Autor de una potente obra que desborda cualquier rótulo (expresionista, vitalista, existencialista, llámala como tu quieras, se encoge él de hombros), una parte de ella tradujo a imágenes de violenta belleza los horrores de los años de plomo.
-¿Cómo surgió la idea de la muestra?
-De la Secretaría de Derechos Humanos. Consideraron que si alguien tiene una obra que se acerca a los tiempos duros que pasamos, ése soy yo. Uno de mis temas esenciales ha sido la violencia como efecto de la represión. Es decir, antes del 76 no pintaba florcitas. Los reflejos de la realidad siempre han tenido que ver con lo que yo hacía.
-¿Esos reflejos le causaron problemas?
-En 1976, a mi mujer y a mí nos echaron de la Universidad. Los militares me tenían prohibido no sólo exponer sino hasta pisar el Museo de Bellas Artes. Fue un momento muy duro, pero yo seguí con mi trabajo.
-Creció bajo la dictadura de Franco, y vino aquí, en 1971, bajo otra dictadura.
-Nadie me echó de España, pero estaba harto de Franco. Había tenido problemas de censura, porque mi obra ya era aguerrida entonces. Siendo muy joven, formé parte en Madrid de la heroica Asociación Libre de Artistas Plásticos Españoles, cuyo presidente era nada más y nada menos que el escultor Eduardo Chillida. Fue un caldo de cultivo que incentivó aún más la posición que empecé a delinear en las primeras obras que hice en España. Y que tenía que ver con Goya.
-¿Qué tenía que ver con él?
-Que me dedicase a pintar esta obra medio difícil, obra no decorativa, obra que siempre ha tenido problemas de mercado. Tuvo que ver con Goya porque de bien jovencito me lo mamé en El Prado; lo estudié mucho, leí mucho sobre él. Y descubrí un pintor que, especialmente en sus carpetas de grabados, es a la vez pintor y periodista; el primero que da testimonio de una realidad concreta.
-¿Qué ocurrió al venir aquí?
-Veni, vidi, vici. Llegué en 1971 e hice mi primera muestra en Tucumán con trabajos que había traído de Madrid. Era una pintura totalmente desconocida acá. Pegó muy fuerte, sobre todo en la gente joven. Al año siguiente me presenté en el Salón Nacional de Santa Fe y para mi sorpresa gané el primer premio. Una muestra mía en la Galería Lirolay de Buenos Aires se inauguró unos días después y fue un éxito. Todo hizo que no pensara en volverme a España. Además, Franco seguía vivo. Y para cuando se murió, en 1975, yo ya era medio argentino.
-Después vino el 76.
-Fui uno más de los que, tal vez por chiripa, no terminaron con un balazo en la nuca. A otros, tal vez por menos, los hicieron desaparecer. Yo seguía pintando. ¿Y qué iba a aparecer en mi pintura? El destino me dio facilidades para que yo expresara como artista algo que no me gustaba que pasara en la realidad, pero que me estaba facilitando pretextos para mi trabajo. El tiempo ha ido aflojando cierto énfasis excesivo que coloqué en mi obra entonces.
-Estos 70 cuadros, ¿a qué épocas pertenecen?
La mitad fueron realizados después de 2001. Habrá quienes dirán: ¿Esto qué tiene que ver con derechos humanos? Porque creen que derechos humanos es hacer un tipo con las manos atadas. Hay cuadros que sí tienen que ver con eso, porque era lo que marcaba el pulso del tiempo. Pero luego hice también mucha figura y cambiaron las actitudes de esos seres que están ahí. Y cambió también mí relación pictórica con las obras.
-Le gusta exponer mucha obra.
Yo digo que un cuadro es el capítulo de una novela. De una novela larguísima tal vez, pero sólo un capítulo. No se puede juzgar la obra de un pintor por un solo cuadro. Por eso me gustan las muestras con mucha obra. El que quiera hacer una lectura seria tiene la posibilidad. Quizás sean muy pocos los que hagan una buena lectura del conjunto. Pero es suficiente para mí.
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