14 de septiembre de 2014

ARROZ







Mi madre preparaba un arroz buenísimo. Parecido a lo que hoy llaman paella. Y lo hacía en un cuenco grande de barro, vidriado al estilo antiguo. El artefacto era antiguo y heredado. De barro rojo y por abajo todo negro de las diversas maneras de usarse: desde el carbón hasta el butano... Y en su vida conoció la palabra paella, como eso, palabra usual suya, ni estuvo por Valencia para aprender a hacerla, ni nada del folclorete mentiroso acerca de esa cosa. Para ella hacer un arroz guisado era lo que llaman hoy -todos- paella. Y como era comida de pobres a veces iba con conejo, otras con pollo o gallina, algunas con torreznos, verduras y lo que pillaba para ornar el arroz.
La publicidad, la mentira repetida, la patraña hicieron que se llamara así a todo arroz preparado de parecida forma en España, como si todo fuera algo uniforme, con grados de verdad y autenticidad. No pasó eso con la tortilla de patatas, que mucho más que la paella, es el olor de España y lo más unificado y unificador que existe. Sin contar el jamón de pata negra o los embutidos llamados chorizos y alguna cosa que olvido. A ninguna zona se le ha atribuido la invención de la tortilla de papas, ni darle un nombre de su parla, en excelencia.
Digo todo esto porque quedo estupefacto ante esta matraca informativa, en Yanquilandia, sobre la cultura gastronómica de aquí. Con la falseada paella y eso de las tapas van a pensar, los más inteligentes, que comemos peor que ellos de hamburguesas y perritos calientitos. 

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