28 de mayo de 2008

REGALO



Sobre 1975 y 1979 este, que suscribe, se puso a elaborar una revista de literatura, en Llerena, sin recursos y sin apenas colaboradores. Impresa en ciclostil y en máquinas de diversos lugares que, de alguna manera, eran expropiadas para tan noble tarea. Desde la habida en un colegio-residencia de religiosas, las Hermanas del santo Ángel, hasta la perteneciente al colegio público Suárez Somonte, cuando no la del instituto de bachillerato (entonces) Fernando Robina, y no recuerdo bien si la del colegio Nuestra Señora de la Granada... Entonces eso del ciclostil era la forma de impresión de esas cosas, ya que la imprenta estaba cara, o nos lo parecía. Luego resultó que no. Donoso suceso muy común a algunos apasionados de este tipo de actividades, como cauce a la creatividad literaria.
Un hecho oscuro, ocurrido en un lugar oscuro y apartado, en una sociedad oscura que salía de una dictadura a no se sabe dónde, en un país oscuro… Sobre 1980, y residiendo en Cáceres, me pude dar cuenta que no se siembra vanamente el mar. Creo que era el primer congreso de escritores extremeños, y en una ponencia de Hernández Gil sobre publicaciones y revistas extremeñas, el que fue presidente de las Cortes constituyentes, y jurista de prestigio, se me sacaba a relucir, y la revista que entonces hice, Miscelánea, como una de las publicaciones de ese tipo más importantes y novedosas en Extremadura… Es mi memoria.

Por aquella época se cocían otras cosas en otros oscuros lugares, que después han visto luz. Uno de ellos era san Sebastián, en el barrio del Antiguo, y en 1978, donde nace el grupo CLOC de Arte y Desarte. Y estos datos los tomo del mencionado libro de Juan Manuel Díaz de Guereñu, CLOC, Historias de arte y desarte (1978-1981), 1999, Hiperión...
Y todo para celebrar el recibo de un libro, ayer mismo, víspera de mi cumpleaños, de Francisco Javier Irazoki, Los Hombres intermitentes, 2006, Hiperión, uno de los miembros de CLOC, con prólogo de Fernando Aramburu. Me lo manda desde París, donde reside. Y todavía no le he leído, estando como estoy con la cabeza espesa y el cuerpo derrotado con una especie de gripe, catarro o cotarro de esos raros que ocurren cuando el tiempo anda así de revuelto, con estas lluvias intempestivas y estas variaciones bruscas de temperaturas, que parece abril extraño, sino lo mintiera el calendario. Bueno no lo he leído del tirón, aunque sí he oliscado algún que otro texto. Me lo quiero reservar para un buen momento, lo más pronto posible y cuando me recupere de esta cosa griposa. Por gozarlo mejor y claro, que promete. Y traer aquí mis observaciones y mis criterios de lector estudiado y puesto científicamente en la material de lo que se llama crítica literaria, por supuesto con el amor que don Ricardo Senabre me enseñó para tales menesteres, porque sin amor no hay crítica nunca.
De principios tengo que decir que me encanta el diseño de la portada y del formato del libro, como pueden ver en la foto. Lo prologa Fernando Aramburu, quizás el miembro más destacado del grupo CLOC en la cuestión mediática, bien que para minorías, por fortuna. Reproduzco la breve carta que lo acompañaba, en la duda de si debo o no; pero teniendo en cuenta que ya es mía lo hago con permiso de Irazoki. No creo que se me moleste este patriarca barbado y de pelos largos que aparece en la foto interior, puro bueno y musical... Borro sus datos personales, eso sí, con todo respeto.
ALGO MÁS, O MENOS
Y tengo a bien reproducir un texto, del libro, de los que ya he leído, al vuelo y antes de mi lectura en orden. Se trata del último, que de él se colija algo de sus valores de narrador y lírico, Aramburu dixit.
Tengo que decir que mi ejemplar es único, he encontrado un abrazo entre sus páginas, y no se va...


BIOGRAFÍA

HUBIERA AGRADECIDO algo de viento, que unas hojas y el polvo se moviesen entre los edificios rojos. Cuando llegué a la ciudad, mi perro caminaba como títere apaleado por la batuta del sol.
Busco a alguien que se llama como yo, que ha tenido una vida idéntica a la mía. Grito mi nombre a las ventanas y puertas cerradas. Al fin un hombre me ve desde su mirador enrejado, desciende y se aproxima mientras repito la llamada. Después, dos niños se unen a nosotros, y también los animales asoman su curiosidad temerosa. Poco a poco, aumentan los grupos de mujeres, muchachos y viejos que acuden a la cita. Todos desconocidos, en sus rostros se repite un rasgo común: mi mirada. Dónde está el hombre al que llamo. Quizá no pueda abrirse paso entre quienes me acompañan. Caigo en el aire quieto. Ellos se disponen en círculo alrededor de mi ausencia.

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