2 de mayo de 2008

ARQUEOLOGÍA DE MI PIEL


Como Sarduy, me mantengo a distancia y distinto del culto romántico, inculto, a la figura del escritor y del poeta, y de la mistificación contemporánea a través de las campañas de mercaduría y mercachiflería de la promoción editorial, que han acabado convirtiendo a los autores en atracción de feria y circo, cuando no de zoo y museo de cera y muerte, y en seguras patentes de corso o de fábricas o marcas registradas. Y, en consecuencia, en activos de poder dinerario y en útiles políticos de enganche y control mediático, cuando no prédica de la moralina del poder y sus dineros, sobre todo de los vacuos entramados socialdemócratas o de partido único. ¡Ay!, ¡cómo lo ejemplifica Extremadura!

Conocí la obra de Severo Sarduy a través de la lectura de Juan Goytisolo. No sólo en los ensayos de éste, o en sus entrevistas o intervenciones, sino en su obra novelesca, o mejor en sus intersticios. Y llamo especialmente obra novelesca a aquella trilogía impecable que nos entregó. A mí a finales de los setenta, a través de préstamo del profe Eduardo García Chaves, de grato recuerdo siempre y de profundo cariño. Mucha gracia me hizo, entonces embebido también en la lectura de Gregorio Marañón, sobre Enrique IV y la España de su época. Y aquello de Isabel la Caótica y Juana la Lógica, que encuentro, recuperando del olvido, en el tomo Obras I POESÍA (2007), del autor cubano. Y al (h)ojearlo vienen mis recuerdos de las lecturas de algunos textos en prosa.

Me lo he encontrado en una deambulación en librería barcelonesa. Me encanta perderme y no encontrarme husmeando en estanterías de la sección, invisible en algunas, de poesía. A ella arriban siempre gentes que buscan algo para trabajos escolares o de estudios o cualquiera otra martingala utilitaria, algún alma en pena y ojerosa y en cuaresma, generalmente del sexo femenino o similar, tal vez contrario, o algún gañán con pinta de afortunado entendido y experto en el asunto de los versos. Cuando no el despistado, que cree estar en mecánica del automóvil, y me pregunta por el Tratado de tuercas y tornillos. Ayer no, ayer fue una hermosa zagala bien talluda y florida, como en mayo, que repetía al chico de la librería que la obra de teatro se llamaba algo así como Eloísa está debajo de un ciruelo. A lo que atendí, volviendo en mis mientes de la estantería, y contesté, que no que era …debajo de un almendro. Y que el autor era Enrique Jardiel Poncela. A lo que el mancebo de librero hizo contento, ya que parecía no tener ni puta idea. He de aclarar que teatro y poesía lo amontonan en el mercado libresco en el mismo garito, o apartado, para venta.

Sucedido lo anterior, y luego de las reiteradas gracias de la ninfa de los ciruelos o almendros, tropecé con don Severo Sarduy (1937-93). Gustavo Guerrero hace un prologal retrato de un poeta en ocho fragmentos. Casi lo leo del tirón y al arrimo de los estantes poco visitados por el no poco público. Ahora entresaco: Su búsqueda fue siempre la de un diseño y un designio que, en los años sesenta y sententa, le llevó a cultivar el experimentalismo visual del libro objeto -Flamenco (1969), Mood Índigo (1970) y Big Bang (1975) son todos frutos de colaboración con pintores y grabadores-; pero que más tarde, a partir de los ochenta, le conduce a desarrollar una poesía rigurosamente métrica y de exigentes formas fijas. En realidad, se trata de una transformación y también de un retorno, pues los primeros versos del joven Sarduy de Camagüey de los cincuenta ya estaban escritos así, como décimas y sonetos que combinaban tradidiones cultas y populares. Volver a ellos significó, en cierto modo, reafirmar una identidad y reivindicar un lugar en uno de los más antiguos linajes de nuestra lengua poética: “Yo pertenezco a la más estricta tradición cubana, aquella que se vincula a la tradición tupida y lujosa del barroco español, es decir, a Góngora y aun a la literatura clásica”, declaró como quien hace una profesión de fe. Su poesía, fiel a estas palabras, fue sin lugar a duda el género más característicamente neobarroco de su obra, aquel donde la mezcla de tiempos, temas y estilos encarnó en una forma única de leer el pasado y decir el presente, la marca personal de Severo Sarduy. Allí está él entero con su humor irreverente y sus ocurrencias, con su sentir del exilio y su evocaciónn de Cuba, con Barthes, con Lezama y con el Siglo de Oro, con su amor por la pintura y su pasión por los cuerpos.

Leído lo cual me inflamo de ardor guerrero, me escarrancho (verbo del habla de Llerena) en mi hermoso trono catalán y me lleno de vanagloria y orgullo de la casta brava y buena. No estoy solo, ¡no estoy solo!… ¡La pasión de Sarduy está conmigo! Ella, con otras muchas, me guían.

Frente a poetas hueros y garrapatas, miméticos del día; frente a los poetas ruinas y de trepas, frente a poetas pose de poltrona y cargos políticos de garrafa, frente al manejo del mercado y del Capital Editorial, frente a la linda progresía poética, regresada a sus intereses de cama, mesa y misa, presuntamente marginal y fiera furiosa, frente a tanto manijero político y poético, frente al uso indebido de todos los ministerios y covachas, y despachos y tugurios y misterios de las administraciones con poder para domeñar y servirse de ellos para elevar a la categoria de poetas a simples zampabollos ganavotos y ganapanes, menesterosos y emborronafolios fatuos de lo que llaman poesía y no es sino mimetismo de malas traducciones del inglés, mamotretos con presunción de interés y ese halo, ¡ay!, ese olor a ministerio y misterio, diputación y conserjería, y entendidos, a gente de clan y de partido, de la misma cuerda o soga, o trinque, bebercio, y todos tan cuerdos con la tira y guita... ¡Mastuerzos! Frente a esos poetas oficiales que sólo buscan figurar a toda costa y costo público, debidamente pasado como ayuda o subvención a la empresa privada, en no pocos casos… Frente a la morralla esa y pese a ella, la tradición tupida y lujosa, derrochadora de la poesía en castellano, mi lengua y mi patria, campando por mis fueros entre el deseo y la muerte. Sonetos, sextinas, décimas…, todo realmente libre y libertario frente a la ocurrencia que, con cinismo mayestático llaman libre, o verso libre. ¡Como si pudiera ser de otra manera!

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