17 de agosto de 2013

LUNA





Todavía huele a tinta el lomo. Recién salido de la imprenta rápida. Recién colgado en Amazon, de donde puede bajarse para leer en varios formatos y por módico precio. Luna, de Agustín Romero Barroso no es una novela histórica. En todo caso histérica.
De amores va la cosa. Por una trama. De política y poder por la otra. Y de los entresijos de todo eso. Asuntos aparentemente muy manidos y tratados. Sorprende la forma, claro. Que es lo que debe sorprender en arte. Pues todas las historias capitales están contadas desde hace siglos. Varía el decorado, el tiempo, la forma, en definitiva. Esos detallitos que cada escritor se saca de la manga no cambian un ápice nada de las vértebras esenciales de la nómina temática.
Un judío que fue el que gestionó -diríamos hoy- los negocios entre los reyes católicos, que él llama caóticos, como luego lo harán Severo Sarduy o Juan Goytisolo, nos narra en primera persona la trama. Este judío nació y se formó en la Llerena de mediados del siglo XV. Y su nombre lo recogen como Gabriel Israel. Habla de su señor el último maestre de Santiago, don Alonso de Cárdenas, y de como se enamora de doña Leonor de Luna, sobrina que fue del famoso papa Luna. Y de como ese amor los llevó a edificar la iglesia de Santiago en Llerena, con una determinación secreta de inmortalidad en la clave del edificio. Como si de una pirámide se tratara y ellos faraones. De manera que este observador perspicaz nos revela secretos curiosos e inquietantes sobre todo el edificio. Por ejemplo la coincidencia de la luna llena, a una determinada hora, que se pone justamente en medio de los dos escudos de la entrada principal y, poco  a poco, va derivando hacía el de doña Leonor de Luna. Y siempre ocurre en la noche más esplendente del fenómeno lunar.
Esas y otras historias de los constructores del edificio. Maestros traídos de Aragón y Cataluña, que dejaron larga descendencia en Llerena. Larga y curiosa. Como la de un miembro de sus muchas logias masónicas del siglo XIX, que era heredero directo de saberes de albañilería de los que construyeron la iglesia de Santiago en Llerena.
En fin, es lo que a vuelapluma puedo decir sobre esta novela. Luego de haberla leído a matacaballo. Son doscientas páginas están suficientemente trajinadas y bien escritas, con decenas de sucesos menores que se arrebujan en uno y el principal o principio de todo amor inmortal. Que si la visita de tapadillo del papa Luna a Llerena, que si la trama que los judíos de la misma hicieron para sobrevivir a la expulsión, que si la fortuna de Gabriel y sus conocimientos de cábala hebrea. En fin, buenos componentes de lo trillado por la novelística caduca histórica de todos los tiempos, y que hoy encandilan al ufano lector de memeces de este tipo. Pero si lo traemos acá es porque la tralla de Agustín Romero Barroso es que se carga lo que se entiende y mantiene como verdad histórica, o ciencia y todo eso. Hace una auténtica escabechina, en nombre exclusivo del arte poético y de la mera creación, la imaginación y el juego. Que no otros valores despacha o debe despachar la literatura como arte, y jamás parte de predicadores de cateteces para justificar el orden social, político, económico y personal incluso que nos ordena y manda y encarcela.
Una auténtica delicia, si la encuentran, claro.

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