27 de julio de 2013

A MIS PAISANOS









El franquismo y los progres, al unísono, trabajaron siempre porque poetas mayores y serios, como un Luis Cernuda, no fueran nunca leídos. Lo mismo que -de siempre- los maestros de la escuela y el cole obligatorio, hacen ignorancias porque no se sepa la realidad de un Julio Verne, su planteamiento libertario; o de un Cervantes. Acojonados o empaquetados en la oficialidad y no campando alegres por las lecturas libres. Ponen y ponían las pantallas de poetas como Machado o Lorca, con graves carencias. Ponen y reponen lecturas de chiquilicuatros y tontunas y ocurrencias, las más historicistas, que llaman lecturas. Pero les  sirven y servían para tapar a poetas como Cernuda, Prados, León Felipe, Bergamín, y la larga y buena nómina de luego, hasta Miguel Espinosa... Una larga lista de grandísimos poetas y creadores. Que incluso trataron de la risa y el humor, que en Machado o Lorca apenas si aparecen... La risa y el humor no es literatura, para los maestros y profesores. No forman partes esenciales, a su merecer, del arte. Y no lo digo por la cantiña de don Umberto Keko, o Peko o Eko ese.
Escribir esto me ha venido de la lectura, anoche, del poema de Cernuda con que termino, de cita completa, como consuelo ante la incuria secular hispana. Larra quizás -y sin quizás- sea el mejor maestro de Cernuda. Ese Larra también acallado por los apagafuegos e inquisidores, armados de la Historia, como lepra y dios que arrasa todo y quema todo. Esto me viene de esta tarde, al leer algo de María Zambrano y la divinización de la Historia, como cutrería decimonónica. Casi ninguno de nuestros grandes poetas clásicos publicó nada en vida. Desde Garcilaso a Quevedo, pasando por el gran Aldana, extremeño, que menciona Cernuda, en ese poema infra, todos escribieron mucho y nada publicado mientras vivían. Esa indagación se la debemos a don Antonio Rodríguez Moñino, grande extremeño y honesto estudioso de las obras literarias. Que no se crean los gipipuertas que Quevedo o Góngora, o Garcilaso o fray Luis eran famosos y publicados como poetas en vida, que no. Algo dice esto de la incuria y el desastre del paisanaje español. La triste envidia a la creación, a lo puro creativo, a lo que no sirve pa na, a eso que no entienden, ni saben, ni aman; pero temen y odian. España es un lugar del universo en donde las ignorancias, los odios y sus miedos son los reyes del mambo contra los creadores certeros. Al personal de aquí le encanta el circo y el circunloquio.
Y para enlazar esto, que viene en el periódico, que dice la simpar y valiente Ada Colau, contra el carcamalerismo militante, en estos y pasados tiempos, bien que disimulados, traigo este poema de tanta tralla. Que tanto me identifica, de mi hermano, y -sin embargo- colega, Cernuda. Un topetazo a la incuria perenne de la votambra españolí de siempre, tan sumamente necia y tradicional. Sea en lo que llaman democracia o fuera de la misma. Adorando siempre a los mafiosos y necios, a los soplapollas y triscadores, a los trepas y guaperas, a la gentuza de orden y pasta, a los escribidores y opinantes, a los que guardan el tipo y elaboran la mentira, la maldad y lo feo. Eso que tanto gusta. ¡¡Estoy tan hartito del verbo gustar, como de bonito!! Eso que tantísimo gusta a esas mayorías de votambras y demás paisanos, a los que atizaron desde el arcipreste de Hita hasta Cervantes; pero no espabilan. Ellos siguen perennes en su sagrado y sacristía de la necedad supina. Y yo me los trabajo a destajo.



A SUS PAISANOS



No me queréis, lo sé, y que os molesta cuanto escribo. 
¿Os molesta? Os ofende. ¿Culpa mía tal vez o es de vosotros?
Porque no es la persona y su leyenda
Lo que ahí, allegados a mí, atrás os vuelve.
Mozo, bien mozo era, cuando no había brotado
Leyenda alguna, caisteis sobre un libro
Primerizo lo mismo que su autor: yo, mi primer libro.
Algo os ofende, porque sí, en el hombre y su tarea.

¿Mi leyenda dije? Tristes cuentos
Inventados de mí por cuatro amigos
(¿Amigos?), que jamás quisisteis
Ni ocasión buscasteis de ver si acomodaban
A la persona misma así traspuesta.
Mas vuestra mala fe los ha aceptado.
Hecha está la leyenda, y vosotros, de mí desconocidos,
Respecto al ser que encubre mintiendo doblemente,
Sin otro escrúpulo, a vuestra vez la propaláis.

Contra vosotros y esa vuestra ignorancia voluntaria,
Vivo aún, sé y puedo, si así quiero, defenderme.
Pero aguardáis al día cuando ya no me encuentre
Aquí. Y entonces la ignorancia,
La indiferencia y el olvido, vuestras armas
De siempre, sobre mí caerán, como la piedra,
Cubriéndome por fin, lo mismo que cubristeis
A otros que, superiores a mí, esa ignorancia vuestra
Precipitó en la nada, como al gran Aldana.

De ahí mi paradoja, por lo demás involuntaria,
Pues la imponéis vosotros: en nuestra lengua escribo,
Criado estuve en ella y, por eso, es la mía,
A mi pesar quizá, bien fatalmente. 
Pero con mis expresas excepciones,

A vuestros escritores de hoy ya no los leo.
De ahí la paradoja: soy, sin tierra y sin gente,
Escritor bien extraño; sujeto quedo aún más que otros
Al viento del olvido que, cuando sopla, mata.

Si vuestra lengua es la materia
Que empleé en mi escribir y, si por eso,
Habréis de ser vosotros los testigos
De mi existencia y su trabajo,
En hora mala fuera vuestra lengua
La mía, la que hablo, la que escribo.
Así podréis, con tiempo, como venís haciendo,
A mi persona y mi trabajo echar afuera
De la memoria, en vuestro corazón y vuestra mente.

Grande es mi vanidad, diréis,
Creyendo a mi trabajo digno de la atención ajena
y acusándoos de no querer la vuestra darle.
Ahí tendréis razón. Mas el trabajo humano
Con amor hecho, merece la atención de los otros, 
Y poetas de ahí tácitos lo dicen
Enviando sus versos a través del tiempo y la distancia
Hasta mí, atención demandando.
¿Quise de mí dejar memoria? Perdón por ello pido.

Mas no todos igual trato me dais,
Que amigos tengo aún entre vosotros,
Doblemente queridos por esa desusada
Simpatía y atención entre la indiferencia,
Y gracias quiero darles ahora, cuando amargo
Me vuelvo y os acuso. Grande el número
No es, mas basta para sentirse acompañado
A la distancia en el camino. A ellos
Vaya así mi afecto agradecido.

Acaso encuentre aquí reproche nuevo:
Que ya no hablo con aquella ternura
Confiada, apacible, de otros días.
Es verdad, y os lo debo, tanto como
A la edad, al tiempo, a la experiencia.
A vosotros y a ellos debo el cambio. Si queréis
Que ame todavía, devolvedme
Al tiempo del amor. ¿Os es posible?
Imposible como aplacar ese fantasma que de mí evocasteis.


Luis Cernuda
Desolación de la quimera 
(1956-1962)


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