1 de abril de 2013

CONVERSACIONES CON FACEBOOK, 9






facebook: ¿Qué estás ya cavilando, enemigo mortal de la idiotez?
enemigo mortal de la idiotez: gracias por el piropo, que no merezco; y si acaso por serlo de la mía misma; por ser enemigo mío de mí no saber, de mi falta de encarecimiento de los de Arriba y sus matracas de dominios. 
Pero encuentro este texto, del incomparable maestro Miguel Espinosa, cuya Escuela de Mandarines recomiendo, o al menos su librito temprano, Asclepios, como traca del camino del saber y del reír. Pues pocas cosas más alegres y sensatas se pueden leer, al mismo tiempo. Es algo más que alegre, es revitalizante y gozosa esa obra literaria inclasificable, y digo esto porque incluso parece fuera de la literatura y ocupa campos de la sabiduría y de la alegría, del juego y del sentir la vida como algo muy hermoso, que fatídicamente estropeamos por la mala educación, la enemistad contra nosotros mismos y toa la matraca de valores estupidizantes que se nos despacha por la sociedad esta enferma y mantenidas por los más y los peores, que son siempre muchos. Que mantienen este estado de cosas perversas en que vivimos y se revuelcan, sin ni siquiera saber: sumidos en la idiozia o idiotismo elegido. 


Trata acá, en el texto que traigo, el maestro Espinosa, del uso de las minúsculas y mayúsculas..., y sobre este particular, el habitual lector de este sitio, se habrá dado cuenta  de mi exacta utilización de eso, sobre todo en poemas: Mayúsculas, minúsculas. Uso preferentemente la minúscula, desde hace años, para escribir lo que importa, lo real y amado, lo sencillo y bueno, lo verdadero. Sobre todo poesía y libertad, amor, y la igualdad de amantes y libres, claro. La Mayúscula suelo dejarla pa los de Arriba, y sus miméticos de abajo, y sus cositas, sus ringorrangos de opresiones y soberbias y to eso. Digo suelo dejarlo porque no siempre ese uso de mayúsculas lo es -por contexto- en ese sentido, mayor y elevado, alto y de mandos y alcurnias idiotas de los de Arriba. Aunque debo aclarar que uno llegó a su propio idiolecto -si es debido el uso de ese concepto acá y a eso- para el uso artístico y poético de las minúsculas y Mayúsculas, claro.

Me parece una reflexión inteligente de un hombre muy inteligente, de un gran artista de la palabra, en su sentido noble de lítera, esto es de literatura, concepto vilipendiado, burlado, agredido, reducido, engañado, estafado, malusado, despectivo por los de Arriba y el gentío idiotizado que se domina por esos de Arriba. Uno de mis esenciales maestros en muchas cosas, don Miguel Espinosa. Grandioso provinciano -de Murcia- que dio sopas con honda a los empingorotados del Capital y la Fama, los Premios y el Dinero y to eso en que basan ellos, los idiotas, las calidades de sus Mercados. Además un profundo hombre de contemplación del mundo como algo grandioso, verdadero, bueno y bello. Tal que así, ahí va lo que dice Miguel:

Sobre la palabra Verdad

Miguel Espinosa

Mister Bertrand Russell se lamenta de que algunos escriban la palabra Verdad con mayúscula, propensión que incapacita, a su entender, para conocer la verdad. Si el vocablo Verdad pudiese ser figurado con minúscula, el concepto que representa se encontraría, ciertamente, en este mundo, relevando a un hecho que tal vez hubiese atrapado el mismo Bertrand Russell.

Cierto mandato de modestia, que por lo demás, se revela como el primero de los principios de toda ciencia, nos ordena escribir con minúscula el menor número posible de palabras. Ciencia sin método no puede existir, y la esencia del método estriba en la modestia. ¡Figurémonos lo que sería la manifestación de un pensamiento donde todos los conceptos resultasen mayúsculos! Seguramente, la obra de un loco, una magia cabalística, o la exposición de motivos de un Hacedor megalómano.

Escribir los vocablos con letra mayúscula o minúscula no es, simplemente, una cuestión de buen gusto o de ortografía, sino problema de precisión y, por tanto, asunto filosófico. El concepto configurado con mayúscula se convierte en modelo, sustancia única, soberana y aislada. En medio de la frase, el vocablo así pergeñado resalta como el corazón de un solitario entre las cosas. Todas las palabras mayúsculas se crecen; el nombre común se transforma en propio; la cualidad, en calidad; y el adjetivo, en sustantivo. Cuando de tal forma se escribe, se manejan necesidades, no casualidades.

Por su propio engrandecimiento, el vocablo pergeñado con mayúscula se aleja del mundo, convirtiéndose en parábola, en techo, en límite, o, si se quiere, en espía de la realidad. Quizá le pareciera a mister Bertrand Russell que la palabra Verdad, así escrita, acechaba al mundo y a la propia obra del filósofo británico. En cierto sentido, no otra cosa ha realizado la metafísica: espiar y transformar el mundo en alegoría.

Es explicable que espíritus tan asentados sobre la tierra como los hombres dedicados a las ciencias de la naturaleza hayan sentido, la incomodidad de ser espiados por la presencia de vocablos mayúsculos, cuya presencia ha de resultar típicamente extravagante para quienes manejan hechos y palabras que relevan hechos, ni más ni menos. La ciencia natural es enemiga de la alegoría.

Mientras la letra mayúscula aleja el vocablo del mundo, la minúscula le hace de este mundo, transformándolo en algo tangible, mensurable, racional, cotidiano y propio del hombre, lo cual es una forma de preñar los conceptos de parentesco. De linde a linde de la razón, todos los vocablos escritos con minúscula son primos hermanos, habitantes de la misma casa, cosillas determinadas, continuas y repetidas indefinidamente.

Poco habrá que argüir para demostrar que solamente a partir de la costumbre de figurar los conceptos con letra minúscula ha sido posible el crecimiento de la ciencia natural, si se entiende ésta como conjunto de proposiciones que dan cuenta de hechos por medio de un lenguaje donde el signo releva directamente a los elementos del hecho. Si la deducción pudo cimentarse alguna vez sobre conceptos escritos con mayúscula, la inducción jamás hase fundamentado sino en nombres comunes, en ideas referentes a cosas repetidas. Por lo demás, la seguridad de la ciencia natural se basa en la conciencia de manejar sucesos de este mundo.

A medida que un determinado saber o intuir, como por ejemplo, el saber lógico, fue elevándose a ciencia, figuró sus propios conceptos con letra minúscula, por causa misma de la familiarización. La aprehensión metódica y sistemática de una realidad, si quiera resulte meramente intelectual, habitúa a la conciencia con los elementos de la materialidad definida, transformándolos, ipso facto, en objetos de este mundo. Tal ocurre, incluso, con las idealidades más abstractas, que pergeñadas en sistema, hácense nombre común.

Si escribimos con letra mayúscula la palabra Verdad, alejaremos este concepto de la tierra, y, en consecuencia, haremos imposible su aprehensión. Concebida de esta manera, la Verdad se transformará, por un lado, en límite de una sucesión indefinida de preguntas y respuestas sobre nuestro propio mundo; y por otro, en la antinomia de cuanto sucede, es decir, en la Bondad y en la Belleza, que vienen a ser como el techo de nuestro sentires. Siendo así, resulta obvio que nadie, situado aquí abajo, pretenderá estar en posesión de la Verdad, sino, acaso, en algún punto de aquella sucesión cuyo límite es la Verdad mima.

Aunque el mandato de figurar los conceptos con letra minúscula sea un eminente principio de modestia, y, por tanto, el origen de todo método, arguye más modestia y mejor método pergeñar al palabra Verdad con mayúscula; y esto sucede porque, en relación con la Verdad, todo ha de ser excepción.

Alguien podrá aducir que, desde el punto de vista lógico, la verdad, así escrita con minúscula, es un hecho de este mundo, algo que se encuentra en las cosas, en el juicio o en la mecánica del lenguaje. Tal es la verdad del siguiente tipo de proposiciones: el sol aparece todos los días, los cuerpos caen, dos y dos son cuatro. Ahora bien, si analizamos profundamente tales enunciaciones, observaremos que nuestro lenguaje no dice, ni puede decir jamás, que su contenido sea verdad, sino, simplemente, que se da en el mundo, rebus sic stantibus.

Cuanto se da en el mundo, desde la materia a la razón, pasando por la vida y la historia, se llama realidad, no verdad. La Verdad se halla más alta que el mundo, y esto ha de valer, por lo menos, como principio metódico."

Miguel Espinosa

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