pues los hombres aún no pueden volar.
Lichtenberg
DOS ADVERTENCIAS CARNALES
Este relato se alumbra mucho más si el cándido lector tiene a la vista, o en la memoria histórica, dos anteriores del mismo autor. Uno titulado Caterva de historiadores (relato carnavalero de ciencia-afición), publicado en la Revista de Carnaval, 2005; y el otro, La ciudad levitada, salido en Torre Túrdula, 12.
Tanto en el uno como en el otro se habla de galerías, subterráneos y catacumbas existentes en el subsuelo de Llerena, desde muy antiguo, con innombrables riquezas desaprovechadas y terribles peligros escondidos… Asimismo el cándido lector de Carnaval ha de tener muy presentes las cuitas, preocupaciones, luchas y manejos de la gente en Extremadura, entre los intereses y ansias de los de Arriba y los intentos de sobrevivencia de los de Abajo, para colegir y entender plenamente este relato.
SITUACIÓN
Fue por aquellos caliginosos días de la crisis, cuando encontró el paquete barato de rollos de papel higiénico, escritos con multitud de historias, que oportunamente serán transcritas, para conocimientos y goces del público general. Lo normal es que hubiera una sola historia por cada rollo. Y con un poco de suerte, y alguna subvención, se verán impresas en un sólo volumen, para que lo lean las generaciones y generaciones. Y así aprendan lo que vale un peine. Asimismo se considera su edición en un libro digital, y no es raro que algún cantero, avezado en el arte de la escritura tallada en piedra granítica, quiera cincelar estas verídicas historias, estos exagerados e increíbles sucesos, en esta época de pobre novela histórica y de cansino ensayo sobre la memoria histórica reducida, cuando no de bodrios epónimos del señor de los castillos o quisicosas en la línea de Javi Pérez, Porres o Pote, o alguna semejante capullez.
La crisis da mucho de sí; pero sobre todo de no. Porque la crisis es de cacumen y mollera de los lectores despiertos, inteligentes, imaginativos, creyentes y creadores. No obstante pasemos adelante y actualidad el siguiente rollo:
Maturranga y Cachivacha eran dos tipas raras como sus propios nombres y presencias. Miradlas. La una trabajaba en el complejo hospitalario. A lo que parecía era soltera y vivía sola con un gato apardado. Tiraba de auto de potente cilindrada y generalmente iba bien puesta y maqueada, bien vestida y estaba en esa edad en que a nadie le amargaba su dulce todavía. No obstante, con ser mujer, no se le conocía varón. Esta tal Maturranga se había comprado un caserón en el centro, que había reconstruido totalmente, agrandado con todo lujo de detalles y sin duelo por gastos. Los trabajos habían corrido a cargo de una empresa con personal totalmente emigrante, y que no hablaba nada castellano. De forma y manera que nadie de la población había entrado en la casa así reconstruida, y que nadie la conocía en detalle. Bueno, casi nadie, si somos certeros. Pese a ser una casa-palacio antigua y situada en el mismito corazón de la ciudad antigua, apenas tuvo problemas con los organismos vigilantes de la pureza histórica y monumental del lugar, sacerdotes de la conservación del pasado histórico. Siempre proclives a poner trabas y dificultades en eso de reconstruir las viviendas. Todo porque existe la oculta manía de querer convertir este sitio, conjunto histórico artístico y monumental, en un parque temático, atractivo a cierto turismo de medio pelo y alpargata, de cultureta sucedánea, postiza y de promoción, o de lo que hoy se entiende por mera divulgación. Y el decorado que buscan tiene que ser armónico con la invención y diseño de cualquier arquitecto experto en materia.
La otra, Cachivacha, era mujer seria, pequeña y enjuta, resolutiva y sincera. Tal vez por eso, decían algunos, los del ayuntamiento le han dejao hacerse ese peazo entrada de cochera, que lo mismo entra un camión que un trolebús. ¡Anda ya!, ¡qué no!, ¡Qué esa tía ha estao enrollá con un masca del partido y yastá! ¡Y por eso le han dejao hacer lo que le ha salío del chichi! Sea como fuere, el caso es que se rumoreaba que había incluso dispuesto una terraza como helipuerto.
Estaba la casa palaciega, sobradamente restaurada, con todos los servicios y modernidades, en lo que pudiera decirse que era el centro geográfico del casco antiguo. Había sido el caserón de un indiano. Vuelto a la ciudad natal de sus padres hacia mediados del siglo XIX. Y se había construido la vivienda de nueva planta, que entonces no había tantos miramientos ni pan pringao en la cosa monumental, ni intención de parque temático con pretensiones de atractivo turístico. Este tío indiano también hizo un lujoso teatro, al uso de la época, y aportó millones para obras benéficas y culturales de cierta seriedad…
Pero no trastabillemos con asuntos históricos, sino nos empantanaremos en la más absoluta nada de la sabiduría, como decía un tal Agustín, profe de lengua y literatura, y uno de los pocos que conocía la casa restaurada, sino el único de la población. Y que es por el cual este autor, que te narra, puede escribir todo esto, o más si quisiera. Así que es verdad que la casa-palacio había quedado al pelo. Con casi veinte habitaciones, cocinas, baños y demás dependencias. Contaba con tres plantas, un hermoso patio modernista, con mucha luz y cubierto por una montera acristalada… Asimismo de varias terrazas, que en total eran casi dos mil metros cuadrados, y, claro, una parte dispuesta para que se posara un helicóptero. Lo cual es corriente verlo en las pelis de la tele y del vídeo; pero insólito acá.
El mencionado tal Agustín, en algún comentario de bar que frecuentaba, dejó caer que disponía de generosos subterráneos, en donde había bodegas bien surtidas de vinos y tan espaciosas y cómodas, aparte de ventiladas y construidas, para ser habitadas con comodidad. Le hubiera sorprendido uno de los sótanos habilitado como sala de reuniones, o más…
Hemos interrumpido al tal Agustín para hablar de la amiga de la Maturranga, esa tal Cachivacha que dijimos más arriba. Esta tal parece que era compañera de trabajo en el mencionado hospital. Aunque pocos podían asegurarlo. También se supone que vive amancebada, o adoncellada, con Maturranga, y los hay que piensan que son pareja de hecho, al uso de hoy. Incluso que trabaron matrimonio en un semisecreto acto en lo que dicen capilla de la casa. Pero lo cierto y verdad es que Cachivacha oculta una verdad como la copa de un pino. Y es que es descendiente directa del indiano que fundó la casa-palacio que había restaurado, arreglado y en la que al parecer vivían. No heredera de patrimonio que ya no lo había, sino que era su descendiente directa. Y que todo esto de la parentela con el indiano era llevado en secreto absoluto.
El antepasado estuvo emigrado a Venezuela, y allá dejó descendencia en forma de varios hijos bastardos. Y sepan todos que uno de sus descendientes eximios, de uno de aquellos vástagos, no es ni más ni menos que el mismísimo Hugo Chávez, presidente supremo de Venezuela. Con lo que hay de entre los que están leyendo esto que estén pensando que los dineros para la compra y total restauración, a pleno lujo, de esa casa-palacio, procede del patrimonio del mismísimo Chávez para esta lejanísima parienta, o sea, en connivencia con Cachivacha. Pues en definitiva corren las mismas sangres por sus venas. Si esto fuera así, si Chávez se ha montao una casa-palacio en esta población, cabría preguntarse sus razones, ocultas y reales… Pero pararemos aquí lo nuestro, en ese sentido, dejando que el lector, amable e imaginativo, especule con las posibles razones y motivos para que el venezolano político invierta en una vivienda de esa índole, en un punto del mapa tan lejos de sus intereses, aparentemente.
HECHOS
Fue anoche la última vez que me dio el fato, fuertemente ácido y que marea, al pasar por esta calle. La calle Santiago es una de las más largas de esta población y de inevitable tránsito en la ronda nocturna. Como es inevitable que nos paremos ante la casa de esas tías, Maturranga y Cachivacha, y veamos y observemos todas las señales de trasiego de vehículos, a un lado y otro de la enorme cochera, así como que casi nunca hay ventanas con luces o señal de que hay gente dentro. Para mí que to esto es un poco raro. Más cuando se me ha encargao un informe sobre la gente que entra y sale de esa casa. Y en esto estoy. Pero ha de ser hecho secreto, con total discreción y sin que lo sepa nadie más que yo… Y también esa bandera ondeando en el balcón, acojona, que advierte que la residencia es consulado de Venezuela y por lo tanto inviolable…
Quien así se expresaba era un tal Raimundo, policía municipal inquieto y muy pagado de su oficio, del cual era agente modélico y tenaz trabajador del orden y del imperio de la ley, derechos y libertades. Pero Raimundo, tras su apariencia uniformada, ocultaba un sabueso investigador de muchos quilates. Un alto grado de jerarquía le había ordenado eso mismo que andaba pensando: todo lo que pudiera saber sobre la casa. Un informe sobre quienes entran y salen, y más, algo más peligroso... Saber a ciencia cierta qué trajines se traían en ella, y las verdaderas razones por las que residían, a temporadas, técnicos de la industria venezolana del petróleo. Todo hacía suponer que la casa se había convertido en una especie de residencia de descanso y sueño para altos técnicos y especialistas en la industria petrolífera. Precisamente eso. Que era lo que la Guardia Civil le había aportado, por el control de residentes de paso y por el alta como industria hotelera que el local disfrutaba. Pero como, sobre todo, cuando la casa inició su actividad, el personal venezolano que hubo en la población, superaba el número de residentes posibles en la misma, de tal manera que casi colapsaron las plazas hoteleras de la población…. Fue precisamente por el mosqueo de aquello, de tanto técnico venezolano, lo que colmó el vaso de la sospecha. Y no sólo que pulularon, a temporadas, los de origen mejicano, abisinio, gringo, saudí, iraní e incluso chinos, siempre tan discretos.
Pero hablemos también del olor, de ese peculiar cante al que el poli Raimundo se refiere, y que olisquea cuando pasa cerca, aunque a veces atufa todo el pueblo. Olor a veces denso y azufrado, otras liviano y ligero, como a tierra mojada y asfalto caliente. Varias veces ha intentado entrar…; pero no ha pasado del patio y todo le ha parecido normal. No, no era aquel olor denso a tocino añejo, o a jamones curándose, que se da en una calleja mucho más arriba de la calle Santiago. Precisamente la que une la plaza de la Libertad con esa calle principal.
Hemos de anotar un suceso extraño, ocurrido poco después de acabada la casa de la Cachivacha y Maturranga. Sabido es que los conductos por donde circula el gas natural, o los mismo oleoductos, son materia de seguridad absoluta, y son construidos bajo absoluta discreción y vigilancia y que el acceso a los mismos está muy vigilado, no sólo por la policía, sino por el mismo ejército y servicios secretos de seguridad, que tienen espías infiltrados entre la población civil... Bien, pues alguien le soltó a Raimundo que hasta un kilómetro de la población, una importante compañía había construido un oleoducto, y que tal vez por eso la presencia de tanto técnico en la cosa del crudo se entendía. Era una buena razón, a la que Raimundo encontraba la sinrazón de para qué, y de dónde, y por qué iba, en el supuesto de que partiera del pueblo o llegara al mismo. Investigó y preguntó hasta donde llegaban sus influencias; pero nadie supo darle explicaciones cabales. Todas las personas consultadas le decían que aquello daba lo mismo, y que mirase el gasoducto, que también pasaba a escasos kilómetros y no pasaba nada ni significaba nada. Viene dallí y va pallá y sacabó… Que se metiera en sus cosas y dejara vivir y viviera. Lo de siempre en estas tierras cuando se toca algo que las atenta y destruye, o va contra los intereses de la gente y favorece cualquier cacicato con daño general. Se obliga a hacer de avestruz y esconder la cabeza.
Pero aquella tarde fue esclarecedora. Desde hacía días Raimundo sabía del olor peculiar del que hemos hablado, y que emanaba de la propia casa. Ya sin dudas. Como si saliera de su cimentación y entrañas. Y a lo tonto, y como librara aquella semana, pues montó una discreta vigilancia, subido a su coche, aparcado enfrente. Fue sobre las seis de la tarde, que de pronto se abrió la puerta y aparecieron cuatro hombres llevando a uno en camilla. Al mismo tiempo llegó una ambulancia. Subieron al que parecía estar mal y también montaron dos más, que le dieron la impresión de estar como mareados. Pero no fue eso sólo. Fue lo más extraño la manera como iban vestidos, los cascos que dejaron sobre el suelo antes de salir a la calle, y aquellas caras relucientes de negro, las manchas de los monos, las botas de goma altas…¡Y el tremendo olor que se desprendía! Esperó la noche al acecho y agazapado. Tenía el auto aparcado todo lo que permitía acercarse a la puerta del garage. Y estaba agachado en el sitio desde donde no le podían ver. Era por el mes de noviembre mediados y en aquella hora ni un alma andaba por las calles. Pensaba en eso, en la soledad del invierno, en el frío, el mal tiempo… Cuando se abrió la puerta de entrada del garage, y salió un todoterreno con nerviosismo y rapidez. Enfiló la dirección obligada, calle abajo, y entonces él salió de detrás de su coche, cruzó la calle y se metió en la cochera, antes de que su automatismo la cerrara. Todo lo hizo con rapidez y agazapándose lo más posible a las cámaras de vigilancia que había detectado. Una vez dentro corrió el largo pasillo, que torcía la derecha, bajando de manera pronunciada, y largo, llegando a un amplio aparcamiento, o eso creía. Trató de controlar las cámaras vigilantes y se pegó a la pared. Todo andaba iluminado tenuemente. Y se fue al fondo y entró por una puerta grande, por la que seguramente se iba al corazón de todo aquel tinglado de aparcamiento, increíble, sin autos, para una casa así. Su vista abarcaba como tres veces las dimensiones que supuso… Pasó adelante por un pasillo amplio, siempre arrimado a la pared. Oía lejanos ruidos metálicos, motores, aire comprimido, lejanas voces… Tal vez anduvo cien o doscientos metros bajando levemente, y el túnel se abría a la izquierda. Calculó como haber andado más de quinientos metros. Avanzó con coraje y lentamente se fue pasmando ante lo que sus ojos veían. Aquello parecía una inmensa cueva. Una gruta subterránea de soberbias dimensiones, esa gruta de la que hablaban muchas leyendas del lugar, como de cuatro veces la plaza Mayor de grande, y de una bóveda con estalagmitas, que avisaban ser en parte natural. Ya algún escritor científico avisó de que el subsuelo de esta zona es proclive a estas formaciones naturales. Ejemplo de las cuales encontramos en la sierra de san Miguel, y que llaman gruta Grande y Chica, con otras no pequeñas oquedades. Pero aquello excedía totalmente, incluso, su imaginación. Todo el recinto aparecía perfectamente iluminado con una red de potentes focos y luces varias, sabiamente colocadas. Y lo que le pasmó todavía más fueron lo que parecían siete torres de extracción de petróleo o de gas, a lo que le parecía y pasmaba. Y al fondo, al fondo, parecía como agua, una corriente inmensa de agua, un lago que se perdía entre oquedades cuyo cielo se estrechaba suavemente a lo lejos y a lo hondo. Pero que se espaciaba en lo horizontal. Entonces el olor azufrado se le aclaró en el coco, ¡aquello era petróleo, estaban sacando petróleo del subsuelo! ¡Petróleo! Y sintió, al dar un grito contenido, -como en aquellos cómic de Roberto el Carca y Zotín- que alguno de los malos le golpeaba en la cabeza y caía al suelo desmayado. Y como un par de sicarios lo agarraba por los pies y cabeza y lo trasladaban a lugar seguro y carcelario.
Despertó adormilado y dolorido en un barracón metálico. Al rato entraron y se lo llevaron a presencia de un tipo que parecía enclenque y alto, cabezón y calvo, con un suave bigotito negro y ojos de sapo y cara como de asustado. Dijo llamarse Edgar Ranquín y que tranquilo que no le pasaría nada. Afortunadamente está aquí el jefe y quiere hablar contigo un momento. Los sicarios lo tironearon para que acompañara. Tras subirle en un elevador le pareció que estaban en la casa. O sea, que todo aquello que vio estaba debajo de la misma casa. Por pura lógica de investigador nato, si el golpe no le había ablandado las mientes.
Lo llevaron a un despacho en donde una chica mu mona, joven y aplicada, le dijo que lo recibiría el mismísimo señor Gallar de Tez, acompañado de dos cultos cargos de sus empresas. Así fue, al rato lo entraron en otro despacho, tal funcional como el primero, que daba al patio. Ante él, sentado a la mesa del escritorio, un señor cetrino, más bien bajito y con cara malaleche, de puro gañán, le esperaba. A sus lados dos tipos delgaduchos y jóvenes, con pinta de ejecutivos, y consumidores de coca a la legua. Tomó la palabra el señor Gallar de Tez, que hablaba con suficiente volumen como para no molestar, en ese tono tan conocido y suavón que usa el poderoso en España, desde los del Opus hasta el empresario progre:
- Bueno, este soy yo mismo y a mis dos lados mis asesores, ca uno de su partío y, como dios manda, en mi apoyo. Efectivamente, amigo Raimundo, se trata de petróleo. No le dé más vueltas de tuerca. Hemos encontrado petróleo en el subsuelo de Llerena. Dígalo en alto de una vez sin miedos. En grandes cantidades. Ya era hora que a esta tierra le tocara el gordo de alguna lotería del destino, aunque fuera sin jugar, alguna vez en los siglos. Y este petróleo es el que se utilizará para la planta de refino que voy a instalar a menos de cincuenta kilómetros de por aquí. Y quién sabe sino otra por este sitio y por toda Extremadura. Para mí no sería por amor a la patria chica, sino por abarataje del costo, transporte y todo lo demás. Y todo será llevado con el máximo secreto hasta que llegue un momento en que lo diremos a plena luz. De esta manera en vez de tener que comprar el crudo, lo obtengo gratis, pues esto ha sido hallado por uno del partido que me lo ha dejao a mí. En cantidades. Y me ahorro también el transporte. El oleoducto que se construye desde Huelva no es más que una tapadera de doble uso y engaño. Por una parte se creerá que el petróleo de la refinería viene de Venezuela, que lo compramos, vaya, y por otro se utilizará de manera inversa. Como la producción es excesiva, para nuestras necesidades, lo exportaremos por Huelva y lo enviaremos por ese oleoducto. ¿Qué le parece?
-Pues no sabría qué decir. Y ahora, ¿qué informe hago yo?, ¿quién me va a creer?, ¿y no me estoy exponiendo a que me eliminen?
-De eso nada. Es usted policía municipal y su palabra va a misa. Pero, hágame caso, olvídese del colgao ese que le ha mandao la investigación y hágame caso... Incluso si usted quiere le damos un puesto importante en la seguridad de nuestras empresas, ganando mucho más dinero que de guardia… Y no lo tome como que lo compro. Simplemente lo valoro, porque entrar aquí, como usted lo ha hecho, no es fácil y requiere arrojo e inteligencia. Y eso es lo que yo quiero de los hombres que trabajan pa mí…
En aquellos momentos sintieron como todo temblaba, como que se hacía de noche, como el fuego, el agua ¡¡¡¡¡aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaahhhh!!!!! Y sucedió en un momento. Como toda la justicia de verdad. Ya lo dice el refrán. Lo que hace la zorra en un año, lo paga en un segundo.
Las crónicas de años después hablan de cómo Llerena desapareció ante una enorme explosión de pozos de petróleo en su subsuelo, de gas, de aguas contenidas y barro, y de que el fuego estuvo ardiendo durante casi un año. De cómo el gas y el crudo liviano ardieron, hasta incinerar todo vestigio de que alguna vez hubiese existido. Hoy es un inmenso lago de agua y crudo pesado, un lugar de peligro y pantanoso, cabe la sierra de san Miguel, y algunos de los habitantes que lograron escapar, bien porque no estaban en ella en el momento del suceso, bien por suerte, se han instalado en lo que fue la antigua Regina Tordulorum, en donde la Junta los emplea en restaurar totalmente las ruinas romanas, a fin de conseguir la primera ciudad romana totalmente como era, para usos turísticos, para pelis de romanos, para gente extraña y friki que quiera vivir durante un tiempo como lo hacían ellos, despedidas de solteros, zafarranchos, orgías, carnavales, botellones, escenarios naturales para que los Morrimer hagan sus reportajes históricos y un largo etc., etc., etc. Que ya es hora de sacar partico cremátístico y monetario a la historia y sus recursos, a la monumentalidad y a la restauración de tanto, qué cuesta mucho como para no sacarle tajada. Se trata de reducir todo a capital y mercado, poner todo en valor de dinero, que es la única verdad moderna, sociata y pepera que vale. Lo demás es todo chufla y programa, programa y programa.
Por supuesto los continuadores de los proyectos de Gallar de Tez siguen explotando el petróleo y el gas que mana del subsuelo donde estaba Llerena. Pero con sus ganancias no se replantean reconstruir otra Llerena un poco más allá… O si lo hacen queda para otra historia de carnaval o con el carnaval de Llerena.
Continuará…
NOTA.Este relato se alumbra mucho más si el cándido lector tiene a la vista, o en la memoria histórica, dos anteriores del mismo autor. Uno titulado Caterva de historiadores (relato carnavalero de ciencia-afición), publicado en la Revista de Carnaval, 2005; y el otro, La ciudad levitada, salido en Torre Túrdula, 12.
Tanto en el uno como en el otro se habla de galerías, subterráneos y catacumbas existentes en el subsuelo de Llerena, desde muy antiguo, con innombrables riquezas desaprovechadas y terribles peligros escondidos… Asimismo el cándido lector de Carnaval ha de tener muy presentes las cuitas, preocupaciones, luchas y manejos de la gente en Extremadura, entre los intereses y ansias de los de Arriba y los intentos de sobrevivencia de los de Abajo, para colegir y entender plenamente este relato.
SITUACIÓN
Fue por aquellos caliginosos días de la crisis, cuando encontró el paquete barato de rollos de papel higiénico, escritos con multitud de historias, que oportunamente serán transcritas, para conocimientos y goces del público general. Lo normal es que hubiera una sola historia por cada rollo. Y con un poco de suerte, y alguna subvención, se verán impresas en un sólo volumen, para que lo lean las generaciones y generaciones. Y así aprendan lo que vale un peine. Asimismo se considera su edición en un libro digital, y no es raro que algún cantero, avezado en el arte de la escritura tallada en piedra granítica, quiera cincelar estas verídicas historias, estos exagerados e increíbles sucesos, en esta época de pobre novela histórica y de cansino ensayo sobre la memoria histórica reducida, cuando no de bodrios epónimos del señor de los castillos o quisicosas en la línea de Javi Pérez, Porres o Pote, o alguna semejante capullez.
La crisis da mucho de sí; pero sobre todo de no. Porque la crisis es de cacumen y mollera de los lectores despiertos, inteligentes, imaginativos, creyentes y creadores. No obstante pasemos adelante y actualidad el siguiente rollo:
Maturranga y Cachivacha eran dos tipas raras como sus propios nombres y presencias. Miradlas. La una trabajaba en el complejo hospitalario. A lo que parecía era soltera y vivía sola con un gato apardado. Tiraba de auto de potente cilindrada y generalmente iba bien puesta y maqueada, bien vestida y estaba en esa edad en que a nadie le amargaba su dulce todavía. No obstante, con ser mujer, no se le conocía varón. Esta tal Maturranga se había comprado un caserón en el centro, que había reconstruido totalmente, agrandado con todo lujo de detalles y sin duelo por gastos. Los trabajos habían corrido a cargo de una empresa con personal totalmente emigrante, y que no hablaba nada castellano. De forma y manera que nadie de la población había entrado en la casa así reconstruida, y que nadie la conocía en detalle. Bueno, casi nadie, si somos certeros. Pese a ser una casa-palacio antigua y situada en el mismito corazón de la ciudad antigua, apenas tuvo problemas con los organismos vigilantes de la pureza histórica y monumental del lugar, sacerdotes de la conservación del pasado histórico. Siempre proclives a poner trabas y dificultades en eso de reconstruir las viviendas. Todo porque existe la oculta manía de querer convertir este sitio, conjunto histórico artístico y monumental, en un parque temático, atractivo a cierto turismo de medio pelo y alpargata, de cultureta sucedánea, postiza y de promoción, o de lo que hoy se entiende por mera divulgación. Y el decorado que buscan tiene que ser armónico con la invención y diseño de cualquier arquitecto experto en materia.
La otra, Cachivacha, era mujer seria, pequeña y enjuta, resolutiva y sincera. Tal vez por eso, decían algunos, los del ayuntamiento le han dejao hacerse ese peazo entrada de cochera, que lo mismo entra un camión que un trolebús. ¡Anda ya!, ¡qué no!, ¡Qué esa tía ha estao enrollá con un masca del partido y yastá! ¡Y por eso le han dejao hacer lo que le ha salío del chichi! Sea como fuere, el caso es que se rumoreaba que había incluso dispuesto una terraza como helipuerto.
Estaba la casa palaciega, sobradamente restaurada, con todos los servicios y modernidades, en lo que pudiera decirse que era el centro geográfico del casco antiguo. Había sido el caserón de un indiano. Vuelto a la ciudad natal de sus padres hacia mediados del siglo XIX. Y se había construido la vivienda de nueva planta, que entonces no había tantos miramientos ni pan pringao en la cosa monumental, ni intención de parque temático con pretensiones de atractivo turístico. Este tío indiano también hizo un lujoso teatro, al uso de la época, y aportó millones para obras benéficas y culturales de cierta seriedad…
Pero no trastabillemos con asuntos históricos, sino nos empantanaremos en la más absoluta nada de la sabiduría, como decía un tal Agustín, profe de lengua y literatura, y uno de los pocos que conocía la casa restaurada, sino el único de la población. Y que es por el cual este autor, que te narra, puede escribir todo esto, o más si quisiera. Así que es verdad que la casa-palacio había quedado al pelo. Con casi veinte habitaciones, cocinas, baños y demás dependencias. Contaba con tres plantas, un hermoso patio modernista, con mucha luz y cubierto por una montera acristalada… Asimismo de varias terrazas, que en total eran casi dos mil metros cuadrados, y, claro, una parte dispuesta para que se posara un helicóptero. Lo cual es corriente verlo en las pelis de la tele y del vídeo; pero insólito acá.
El mencionado tal Agustín, en algún comentario de bar que frecuentaba, dejó caer que disponía de generosos subterráneos, en donde había bodegas bien surtidas de vinos y tan espaciosas y cómodas, aparte de ventiladas y construidas, para ser habitadas con comodidad. Le hubiera sorprendido uno de los sótanos habilitado como sala de reuniones, o más…
Hemos interrumpido al tal Agustín para hablar de la amiga de la Maturranga, esa tal Cachivacha que dijimos más arriba. Esta tal parece que era compañera de trabajo en el mencionado hospital. Aunque pocos podían asegurarlo. También se supone que vive amancebada, o adoncellada, con Maturranga, y los hay que piensan que son pareja de hecho, al uso de hoy. Incluso que trabaron matrimonio en un semisecreto acto en lo que dicen capilla de la casa. Pero lo cierto y verdad es que Cachivacha oculta una verdad como la copa de un pino. Y es que es descendiente directa del indiano que fundó la casa-palacio que había restaurado, arreglado y en la que al parecer vivían. No heredera de patrimonio que ya no lo había, sino que era su descendiente directa. Y que todo esto de la parentela con el indiano era llevado en secreto absoluto.
El antepasado estuvo emigrado a Venezuela, y allá dejó descendencia en forma de varios hijos bastardos. Y sepan todos que uno de sus descendientes eximios, de uno de aquellos vástagos, no es ni más ni menos que el mismísimo Hugo Chávez, presidente supremo de Venezuela. Con lo que hay de entre los que están leyendo esto que estén pensando que los dineros para la compra y total restauración, a pleno lujo, de esa casa-palacio, procede del patrimonio del mismísimo Chávez para esta lejanísima parienta, o sea, en connivencia con Cachivacha. Pues en definitiva corren las mismas sangres por sus venas. Si esto fuera así, si Chávez se ha montao una casa-palacio en esta población, cabría preguntarse sus razones, ocultas y reales… Pero pararemos aquí lo nuestro, en ese sentido, dejando que el lector, amable e imaginativo, especule con las posibles razones y motivos para que el venezolano político invierta en una vivienda de esa índole, en un punto del mapa tan lejos de sus intereses, aparentemente.
HECHOS
Fue anoche la última vez que me dio el fato, fuertemente ácido y que marea, al pasar por esta calle. La calle Santiago es una de las más largas de esta población y de inevitable tránsito en la ronda nocturna. Como es inevitable que nos paremos ante la casa de esas tías, Maturranga y Cachivacha, y veamos y observemos todas las señales de trasiego de vehículos, a un lado y otro de la enorme cochera, así como que casi nunca hay ventanas con luces o señal de que hay gente dentro. Para mí que to esto es un poco raro. Más cuando se me ha encargao un informe sobre la gente que entra y sale de esa casa. Y en esto estoy. Pero ha de ser hecho secreto, con total discreción y sin que lo sepa nadie más que yo… Y también esa bandera ondeando en el balcón, acojona, que advierte que la residencia es consulado de Venezuela y por lo tanto inviolable…
Quien así se expresaba era un tal Raimundo, policía municipal inquieto y muy pagado de su oficio, del cual era agente modélico y tenaz trabajador del orden y del imperio de la ley, derechos y libertades. Pero Raimundo, tras su apariencia uniformada, ocultaba un sabueso investigador de muchos quilates. Un alto grado de jerarquía le había ordenado eso mismo que andaba pensando: todo lo que pudiera saber sobre la casa. Un informe sobre quienes entran y salen, y más, algo más peligroso... Saber a ciencia cierta qué trajines se traían en ella, y las verdaderas razones por las que residían, a temporadas, técnicos de la industria venezolana del petróleo. Todo hacía suponer que la casa se había convertido en una especie de residencia de descanso y sueño para altos técnicos y especialistas en la industria petrolífera. Precisamente eso. Que era lo que la Guardia Civil le había aportado, por el control de residentes de paso y por el alta como industria hotelera que el local disfrutaba. Pero como, sobre todo, cuando la casa inició su actividad, el personal venezolano que hubo en la población, superaba el número de residentes posibles en la misma, de tal manera que casi colapsaron las plazas hoteleras de la población…. Fue precisamente por el mosqueo de aquello, de tanto técnico venezolano, lo que colmó el vaso de la sospecha. Y no sólo que pulularon, a temporadas, los de origen mejicano, abisinio, gringo, saudí, iraní e incluso chinos, siempre tan discretos.
Pero hablemos también del olor, de ese peculiar cante al que el poli Raimundo se refiere, y que olisquea cuando pasa cerca, aunque a veces atufa todo el pueblo. Olor a veces denso y azufrado, otras liviano y ligero, como a tierra mojada y asfalto caliente. Varias veces ha intentado entrar…; pero no ha pasado del patio y todo le ha parecido normal. No, no era aquel olor denso a tocino añejo, o a jamones curándose, que se da en una calleja mucho más arriba de la calle Santiago. Precisamente la que une la plaza de la Libertad con esa calle principal.
Hemos de anotar un suceso extraño, ocurrido poco después de acabada la casa de la Cachivacha y Maturranga. Sabido es que los conductos por donde circula el gas natural, o los mismo oleoductos, son materia de seguridad absoluta, y son construidos bajo absoluta discreción y vigilancia y que el acceso a los mismos está muy vigilado, no sólo por la policía, sino por el mismo ejército y servicios secretos de seguridad, que tienen espías infiltrados entre la población civil... Bien, pues alguien le soltó a Raimundo que hasta un kilómetro de la población, una importante compañía había construido un oleoducto, y que tal vez por eso la presencia de tanto técnico en la cosa del crudo se entendía. Era una buena razón, a la que Raimundo encontraba la sinrazón de para qué, y de dónde, y por qué iba, en el supuesto de que partiera del pueblo o llegara al mismo. Investigó y preguntó hasta donde llegaban sus influencias; pero nadie supo darle explicaciones cabales. Todas las personas consultadas le decían que aquello daba lo mismo, y que mirase el gasoducto, que también pasaba a escasos kilómetros y no pasaba nada ni significaba nada. Viene dallí y va pallá y sacabó… Que se metiera en sus cosas y dejara vivir y viviera. Lo de siempre en estas tierras cuando se toca algo que las atenta y destruye, o va contra los intereses de la gente y favorece cualquier cacicato con daño general. Se obliga a hacer de avestruz y esconder la cabeza.
Pero aquella tarde fue esclarecedora. Desde hacía días Raimundo sabía del olor peculiar del que hemos hablado, y que emanaba de la propia casa. Ya sin dudas. Como si saliera de su cimentación y entrañas. Y a lo tonto, y como librara aquella semana, pues montó una discreta vigilancia, subido a su coche, aparcado enfrente. Fue sobre las seis de la tarde, que de pronto se abrió la puerta y aparecieron cuatro hombres llevando a uno en camilla. Al mismo tiempo llegó una ambulancia. Subieron al que parecía estar mal y también montaron dos más, que le dieron la impresión de estar como mareados. Pero no fue eso sólo. Fue lo más extraño la manera como iban vestidos, los cascos que dejaron sobre el suelo antes de salir a la calle, y aquellas caras relucientes de negro, las manchas de los monos, las botas de goma altas…¡Y el tremendo olor que se desprendía! Esperó la noche al acecho y agazapado. Tenía el auto aparcado todo lo que permitía acercarse a la puerta del garage. Y estaba agachado en el sitio desde donde no le podían ver. Era por el mes de noviembre mediados y en aquella hora ni un alma andaba por las calles. Pensaba en eso, en la soledad del invierno, en el frío, el mal tiempo… Cuando se abrió la puerta de entrada del garage, y salió un todoterreno con nerviosismo y rapidez. Enfiló la dirección obligada, calle abajo, y entonces él salió de detrás de su coche, cruzó la calle y se metió en la cochera, antes de que su automatismo la cerrara. Todo lo hizo con rapidez y agazapándose lo más posible a las cámaras de vigilancia que había detectado. Una vez dentro corrió el largo pasillo, que torcía la derecha, bajando de manera pronunciada, y largo, llegando a un amplio aparcamiento, o eso creía. Trató de controlar las cámaras vigilantes y se pegó a la pared. Todo andaba iluminado tenuemente. Y se fue al fondo y entró por una puerta grande, por la que seguramente se iba al corazón de todo aquel tinglado de aparcamiento, increíble, sin autos, para una casa así. Su vista abarcaba como tres veces las dimensiones que supuso… Pasó adelante por un pasillo amplio, siempre arrimado a la pared. Oía lejanos ruidos metálicos, motores, aire comprimido, lejanas voces… Tal vez anduvo cien o doscientos metros bajando levemente, y el túnel se abría a la izquierda. Calculó como haber andado más de quinientos metros. Avanzó con coraje y lentamente se fue pasmando ante lo que sus ojos veían. Aquello parecía una inmensa cueva. Una gruta subterránea de soberbias dimensiones, esa gruta de la que hablaban muchas leyendas del lugar, como de cuatro veces la plaza Mayor de grande, y de una bóveda con estalagmitas, que avisaban ser en parte natural. Ya algún escritor científico avisó de que el subsuelo de esta zona es proclive a estas formaciones naturales. Ejemplo de las cuales encontramos en la sierra de san Miguel, y que llaman gruta Grande y Chica, con otras no pequeñas oquedades. Pero aquello excedía totalmente, incluso, su imaginación. Todo el recinto aparecía perfectamente iluminado con una red de potentes focos y luces varias, sabiamente colocadas. Y lo que le pasmó todavía más fueron lo que parecían siete torres de extracción de petróleo o de gas, a lo que le parecía y pasmaba. Y al fondo, al fondo, parecía como agua, una corriente inmensa de agua, un lago que se perdía entre oquedades cuyo cielo se estrechaba suavemente a lo lejos y a lo hondo. Pero que se espaciaba en lo horizontal. Entonces el olor azufrado se le aclaró en el coco, ¡aquello era petróleo, estaban sacando petróleo del subsuelo! ¡Petróleo! Y sintió, al dar un grito contenido, -como en aquellos cómic de Roberto el Carca y Zotín- que alguno de los malos le golpeaba en la cabeza y caía al suelo desmayado. Y como un par de sicarios lo agarraba por los pies y cabeza y lo trasladaban a lugar seguro y carcelario.
Despertó adormilado y dolorido en un barracón metálico. Al rato entraron y se lo llevaron a presencia de un tipo que parecía enclenque y alto, cabezón y calvo, con un suave bigotito negro y ojos de sapo y cara como de asustado. Dijo llamarse Edgar Ranquín y que tranquilo que no le pasaría nada. Afortunadamente está aquí el jefe y quiere hablar contigo un momento. Los sicarios lo tironearon para que acompañara. Tras subirle en un elevador le pareció que estaban en la casa. O sea, que todo aquello que vio estaba debajo de la misma casa. Por pura lógica de investigador nato, si el golpe no le había ablandado las mientes.
Lo llevaron a un despacho en donde una chica mu mona, joven y aplicada, le dijo que lo recibiría el mismísimo señor Gallar de Tez, acompañado de dos cultos cargos de sus empresas. Así fue, al rato lo entraron en otro despacho, tal funcional como el primero, que daba al patio. Ante él, sentado a la mesa del escritorio, un señor cetrino, más bien bajito y con cara malaleche, de puro gañán, le esperaba. A sus lados dos tipos delgaduchos y jóvenes, con pinta de ejecutivos, y consumidores de coca a la legua. Tomó la palabra el señor Gallar de Tez, que hablaba con suficiente volumen como para no molestar, en ese tono tan conocido y suavón que usa el poderoso en España, desde los del Opus hasta el empresario progre:
- Bueno, este soy yo mismo y a mis dos lados mis asesores, ca uno de su partío y, como dios manda, en mi apoyo. Efectivamente, amigo Raimundo, se trata de petróleo. No le dé más vueltas de tuerca. Hemos encontrado petróleo en el subsuelo de Llerena. Dígalo en alto de una vez sin miedos. En grandes cantidades. Ya era hora que a esta tierra le tocara el gordo de alguna lotería del destino, aunque fuera sin jugar, alguna vez en los siglos. Y este petróleo es el que se utilizará para la planta de refino que voy a instalar a menos de cincuenta kilómetros de por aquí. Y quién sabe sino otra por este sitio y por toda Extremadura. Para mí no sería por amor a la patria chica, sino por abarataje del costo, transporte y todo lo demás. Y todo será llevado con el máximo secreto hasta que llegue un momento en que lo diremos a plena luz. De esta manera en vez de tener que comprar el crudo, lo obtengo gratis, pues esto ha sido hallado por uno del partido que me lo ha dejao a mí. En cantidades. Y me ahorro también el transporte. El oleoducto que se construye desde Huelva no es más que una tapadera de doble uso y engaño. Por una parte se creerá que el petróleo de la refinería viene de Venezuela, que lo compramos, vaya, y por otro se utilizará de manera inversa. Como la producción es excesiva, para nuestras necesidades, lo exportaremos por Huelva y lo enviaremos por ese oleoducto. ¿Qué le parece?
-Pues no sabría qué decir. Y ahora, ¿qué informe hago yo?, ¿quién me va a creer?, ¿y no me estoy exponiendo a que me eliminen?
-De eso nada. Es usted policía municipal y su palabra va a misa. Pero, hágame caso, olvídese del colgao ese que le ha mandao la investigación y hágame caso... Incluso si usted quiere le damos un puesto importante en la seguridad de nuestras empresas, ganando mucho más dinero que de guardia… Y no lo tome como que lo compro. Simplemente lo valoro, porque entrar aquí, como usted lo ha hecho, no es fácil y requiere arrojo e inteligencia. Y eso es lo que yo quiero de los hombres que trabajan pa mí…
En aquellos momentos sintieron como todo temblaba, como que se hacía de noche, como el fuego, el agua ¡¡¡¡¡aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaahhhh!!!!! Y sucedió en un momento. Como toda la justicia de verdad. Ya lo dice el refrán. Lo que hace la zorra en un año, lo paga en un segundo.
Las crónicas de años después hablan de cómo Llerena desapareció ante una enorme explosión de pozos de petróleo en su subsuelo, de gas, de aguas contenidas y barro, y de que el fuego estuvo ardiendo durante casi un año. De cómo el gas y el crudo liviano ardieron, hasta incinerar todo vestigio de que alguna vez hubiese existido. Hoy es un inmenso lago de agua y crudo pesado, un lugar de peligro y pantanoso, cabe la sierra de san Miguel, y algunos de los habitantes que lograron escapar, bien porque no estaban en ella en el momento del suceso, bien por suerte, se han instalado en lo que fue la antigua Regina Tordulorum, en donde la Junta los emplea en restaurar totalmente las ruinas romanas, a fin de conseguir la primera ciudad romana totalmente como era, para usos turísticos, para pelis de romanos, para gente extraña y friki que quiera vivir durante un tiempo como lo hacían ellos, despedidas de solteros, zafarranchos, orgías, carnavales, botellones, escenarios naturales para que los Morrimer hagan sus reportajes históricos y un largo etc., etc., etc. Que ya es hora de sacar partico cremátístico y monetario a la historia y sus recursos, a la monumentalidad y a la restauración de tanto, qué cuesta mucho como para no sacarle tajada. Se trata de reducir todo a capital y mercado, poner todo en valor de dinero, que es la única verdad moderna, sociata y pepera que vale. Lo demás es todo chufla y programa, programa y programa.
Por supuesto los continuadores de los proyectos de Gallar de Tez siguen explotando el petróleo y el gas que mana del subsuelo donde estaba Llerena. Pero con sus ganancias no se replantean reconstruir otra Llerena un poco más allá… O si lo hacen queda para otra historia de carnaval o con el carnaval de Llerena.
Continuará…
Este relato fue publicado en la Revista de Carnaval, de Llerena, año XIII, 2009.
Imagino te referirás a la refinería.
ResponderEliminarPor lo poco que he leído, el tema de la refinería Baolboa está bastante complicado. Hemos tenido aquí un problema similar con una pastera instalada en un río que limita Argentina con Uruguay, los habitantes de la ciudad perjudicada: Gualegaychú, hace dos años y medio que han cortado el paso Internacional en protesta a su instalación y no se rinden...demás está decirte que la pastera está funcionando, y los ciudadanos han sido manipulados vilmente por los políticos de turno.
Cariños desde aquí.
Si, Ana, me refiero a la refinería que quieren montar por aquí... Es un relato entre lo jocoso y lo irónico, que no pude trabajar más y adolece de cierta falta de credibilidad desde el punto de vista literario. Verosimilitud se llama la cosa; y cargo la mano en la cosa carnavalesca, que lo puede salvar...
ResponderEliminarMuchas gracias, eres muy gentil.
Un beso
Es muy bueno, porque justamente pone el acento en lo grotesco de la situación.
ResponderEliminarCariños y adelante!