Anoche lo pensaba en voz alta. El poeta como otro. El poeta como enajenado, fuera de sí mismo. El poeta que en nada es, o está en, sus sentimientos, sino que son/están en otro, otra persona en la que los sentimientos importan nada, poco. Para hacer buena poesía hace falta dejar de ser uno mismo, estar fuera de sí mismo. No al uso y tragedia de los alienados, o los que llaman locos, no. Sino fuera de lo que lo atrapa, retiene, encarcela, encela, enturbia, emborracha, entretiene a uno, liberado, de alguna manera, de toda la cotidianidad al uso y abuso de como se vive, o nos imponen que se vive socialmente. Sobre todo ahora. Y ya tendríamos aquí un palo para tratar esto despacito, tratar sobre la dificultad de escribir poesía en medio de este marasmo de lo que llaman vida ahora, en esta sociedad del espectáculo, la Crisis y to esto... Portavoz o portaser y portaestar del sentido de la libertad, la verdad y la belleza, que es estar poseso del ser, que dijo alguien: uno, bello bueno. Tal era la máxima de los ontólogos, metafísicos o filósofos.
Un cierto romanticismo ensimismó a los poetas, los hundió en ese cenagoso piélago de la sentimentalidad, como algo sagrado, bueno e incluso bello. En un incierto regodeo o rigodón mortal. Nada bueno surgió de ese baile.Y la sentimentalidad tiene de todo y suele ser vanal y perversa, egoísta y alienante en ese sentido de locura perversa, descolocamiento y ego a tope.
Sólo desde esa perpectiva, de dejarse y salirse de uno mismo, desconocerse y buscar el otro o los otros, en una especial empatía, se pueden comprender poetas mayores, posteriores a la costra romántica, como Pessoa o el Machado de los heterónimos, por citar sólo dos mayores, y casi todos los demás que importan ser leídos y cuya obra crece, nos aumenta entre las manos.
Escribir poesía es estar poseso de otro, u otros. No ya personales sino animales o cosas, y no ya materiales sino metafísicas e inmateriales. Porque cuando escribo de madame Bobary soy ella, y soy su inconsistencia e invención y lo que de ella ve o ha percibido Agustín Romero Barroso, y lo que éste ha leído de ella, o le han dicho, o cree saber o percibir, y lo que los lectores del poema me dicen o perciben... Y así de casi todo. No es sólo el sentir lo que fragua esa poesía, sino el reír, pensar, leer, ver, jugar, sobre todo el juego y el tarareo de la lengua (tengo en la tarara toda una poética), el mismo picor del cuerpo o una buena digestión.
Pues eso, poseso.
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