Ética inútil
no debieras volver jamás: el tiempo
habrá hecho sus destrozos, levantado
su muro fronterizo
contra el que la ilusión chocará estupefacta.
El tiempo habrá labrado,
paciente, tu fracaso
mientras faltabas, mientras ibas
ingenuamente por el mundo
conservando como recuerdo
lo que era destrucción subterránea, ruina.
Si la felicidad te la dio una mujer
ahora habrá envejecido u olvidado
y sólo sentirás asombro
-el anticipo de la maldición.
Si una taberna fue, habrá cambiado
de dueño o de clientes
y tu rincón se habrá ocupado
con intrusos fantasmagóricos
que ahora te empujan a la calle, al vacío.
Si fue un barrio, hallarás
entre los cambios del humano progreso
tu cadáver diseminado.
No debieras volver a nada, a nadie,
pues toda historia interrumpida
tan sólo sobrevive
para vengarse en la ilusión, clavarle
un cuchillo desesperado,
morir asesinando.
Mas sabes que la dicha es como un criminal
que seduce a su víctima,
que la reclama con atroz dulzura
mientras esconde la mano homicida.
Sabes que volverás, que te hallas condenado,
a regresar humilde donde fuiste feliz.
Sabes que volverás
porque la dicha consistió en marcarte
con la nostalgia, convertirte
la vida en cicatriz;
y si has de ser leal, girarás errabundo
alrededor del desastre entrañable
como girase un perro ante la tumba
de su dueño... su dueño... su dueño...
Félix Grande
Música amenazada (1963-66)
Biografía (1958-2010)
LA CIUDAD DEL SOL
Como soy un infeliz
leo la Ciudad del Sol,
de Campanella,
en una tarde gris y húmeda
de un día que ha llovido a chorros
y del que quiero perder el recuerdo.
Por las calles de piedra todo está mojado
y los autos salpicaban esa agua negra, zupia
que resulta de las primeras lluvias.
Es agua sucia como flor de lodo.
Como soy un infeliz me recreo
pensando que se pudo escribir algo
llamado la Ciudad del Sol
en una cárcel. Tal día como hoy.
Como soy un infeliz
leo la Ciudad del Sol,
de Campanella,
como un consuelo falso
que sin embargo te rebaja
el dolor a chorros y te anima
la sonrisa poca de vencido.
Agustín Romero Barroso
Quaderno de dexados, 1986
Releo al maestro Félix Grande, en la edición reciente de toda su poesía, sometida - se dice- a una severa revisión, con un libro más, La cabellera de la Shoá. Y en esta inicial relectura me reencuentro con este poema reflexivo, que puntualmente reproduzco, en torno a lo que llaman la felicidad. Inmediatamente, como un resorte, recordé este otro poema mio, que asimismo transcribo, escrito cuando uno era mucho más joven, por la Barcelona de los finales años setenta del siglo pasado. Y en mis recuerdos se ha mezclado mi atestiguo de los acampados de la Plaza de Cataluña, contra este régimen de infelicidad que nos recorre la muerte del Capitalismo y sus gestores, en todos los ámbitos de lo que queremos vivir o llamamos vida. Tal vez motivado por el poema de Félix, que deja adivinar que alguna vez se fue feliz, o por mi remembranza de la felicidad de la La imaginaria ciudad del Sol, utópica escritura de un tal Campanella, que la escribió en la infelicidad de la cárcel... Incluso he recordado una cancioneta de Serrat acerca del mito. Y una canción de Palito Ortega. Y mucha publicidad que no quiero alargar más.
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