Creo que en los veinte primeros años de vida se conforma el léxico básico de una persona. Desde siempre he sido un enamorado de las palabras, en todas sus características. Me refiero a las palabras de la lengua que puedo llamar materna, esto es, el castellano. Y concretamente el castellano de Llerena que, como población antigua, tiene peculiaridades dialectales bastantes diferenciales y que se están perdiendo en estos últimos veinte años de manera acelerada. Me refiero al habla de Llerena. La riqueza léxica y exactitud de ese habla es un síntoma de la riqueza de pensamiento y precisión en la expresión del mismo. Hace años, tal vez más de treinta, que llevo enredado en esas peculiaridades, principalmente las que son de léxico, en su sentido amplio, tanto de palabras como de giros léxicos, o lo que se llama fraseología. No puedo decir que tenga un diccionario del habla de Llerena, aunque materia hay sobrada, mucha más que de otras hablas, a lo que conozco, de otros lugares similares, de las que se han hecho tesis y diccionarios diversos.
Se puede decir que he estado media vida fuera de Llerena, y otra media por diversos lugares. Ambas situaciones han servido a la causa. La primera, de estar en ella, para empaparme bien de esa cultura de base, que es su habla, el habla propio, y lo que me interesó, su riqueza léxica y distintiva del resto de las hablas y del castellano estandar. La otra forma, de estar fuera, y en tanto y diverso lugar ha sido fundamental para contrastar y descubrir esas palabras diferenciales. Y he adquirido cierto hábito de vigilancia y atención a mí mismo, a mí como hablante e informante a la vez.
Mi gatito andaba ayer locuelo y alegre. Lo suele estar por lo común. Es un gato sólido con un casi permanente estado de buena disposición al alborozo y la diversión. Lo que atribuyo a sus buenas costumbres de dormidas, comidas y ejercicio, incluyendo pequeñas trastadas y desaguisados en su afán por el alborozo y la algazara. A mis amonestaciones consecuentes, y mis charlas sobre el buen y sabio orden de las cosas... Estaba, como digo, dando unas carreras frenéticas, rabo gordo mediante, que el rabo se le eriza y parece el de una zorra, desde el patio a la cocina y viceversa, que a veces llegaban a lo hondo del pasillo y del salón, con vueltas y revueltas. Arremetía contra una bolsa grande de plástico abierta y extendida, situada en el patio, que era donde terminaba, por momentos, cada carrera y brinque. Y se avalanzaba sobre la misma luego de haber corrido acá y allá. Después sus mismas intenciones de arremetidas se iban contra una caja de cartón mediana, en la que se metía, salía, desde la que acechaba, mordía, saltaba y gateaba con fiesta y entusiasmo natural. Yo andaba por la cocina en alguna cosa propia de ella. Y venga gato en baraúnda de carrera para el pasillo, que trotaba y se podían oír sus pequeñas patitas sobre las baldosas, y venga gatito para el patio, donde le esperaba el plástico y la caja, o cualquiera de las cosas con las que las toma en sus cruzadas de juerga canastera.
Y llegó un momento que lo dije. ¡Vaya parvujo que le estás dando al plástico, Gurrito! (abreviatura de uno de sus nombres: Gurruñau). Porque yo a mi gato le hablo, puesto que éste me atiende, que es lo raro. No que yo le hable, sino que atienda y en no pocas ocasiones entienda. Las otras se hace el sordo y el gato. Dije la palabra que no tenía anotada todavía; pero que usaba y tenía en mi memoria como herencia cultural y léxica de mis padres y de mis paisanos. Dije parvujo y lo anoté. Tengo al respecto un cuaderno de notas en cada estancia de mi casa. Para eso y para otras muchas vicisitudes de la memoria, y no precisamente histórica ni histérica. La memoria, por fortuna, también se usa para otras faenas, trabajos, gozos, vivencias, vida cotidiana, real, presente y futura.
Parvujo, pronuncié, y repetí parvujo, referido al trasteo del gato con el plástico y la caja de cartón, al ajetreo y lucha, a la paliza. Porque esa palabra, parvujo, cuando la usamos en Llerena la referimos a paliza, darle un parvujo a alguien es darle una paliza, sea real, sea de atosigamiento o acoso metafórico. Se usa mucho en ese sentido metafórico, cuando se dice, p.e., me he encontrado a Fulanito y me ha dado un parvujo hablándome de fútbol, que a mí me importa un bledo… Parvujo.
Como siempre que anoto una nueva palabra, o que creo que es nueva, hago el pertinente trabajo de contraste y cotejo. Desde 1999 vengo por Internet y busco la palabra. Es este caso nada de nada. Por lo menos no existe en ese medio, en el que algunos creen que está todo el saber y todas las palabras. Vengo al Tesoro Léxico de las hablas andaluzas (Arcolibros, 2000), de don Manuel Alvar Ezquerra, y tampoco hay nada similar, ni aun como derivado de parva. Nada. Buen síntoma de que me quedaba alguna, siempre me queda alguna por cazar, por recopilar, por coger, por delimitar. Y me entra cierto desasosiego de que puedan ser muchas, muchísimas más palabras y se pierdan, se me pierdan… Voy al María Moliner y menos, del de la RAE nada de nada, tampoco en el Cobarrubias. Si acaso en el Diccionario Crítico Etimológico Castellano e Hispánico (1991, Gredos), de Corominas y Pascual, se encuentra algo en la segunda acepción de parva (pequeño, etc.), cuando expone sobre los derivados y dice aparvallar, ´atontar´…, ´aturdir´. Nada en el Diccionario de Autoridades (1990, Gredos). Y es que el significado del parvujo tiene esas connotaciones de entontecer, aturdir como resultado de dar una paliza, una tunda que atonta, aturde... Tal vez por eso la apliqué a la acción de mi gatito, que se volvió un tanto reiterativo y cansino con el ataque a los fantasmas que habitaban el plástico, la inmensa bolsa de plástico extendida, y la caja de cartón con sus fauces abiertas y tumbada en el patio… Su acción era de dar un curre a esos fantasmas, plástico y cartón; pero de maneras que aturdía, por tanto la definición, la palabra apropiada para llamar aquello, vino a mi memoria rallana y clara: ¡vaya parvujo que está dando!
Siempre en mi memoria los gatos de P,
y sobre todo P. Los quiero mucho, mucho...
Se puede decir que he estado media vida fuera de Llerena, y otra media por diversos lugares. Ambas situaciones han servido a la causa. La primera, de estar en ella, para empaparme bien de esa cultura de base, que es su habla, el habla propio, y lo que me interesó, su riqueza léxica y distintiva del resto de las hablas y del castellano estandar. La otra forma, de estar fuera, y en tanto y diverso lugar ha sido fundamental para contrastar y descubrir esas palabras diferenciales. Y he adquirido cierto hábito de vigilancia y atención a mí mismo, a mí como hablante e informante a la vez.
Mi gatito andaba ayer locuelo y alegre. Lo suele estar por lo común. Es un gato sólido con un casi permanente estado de buena disposición al alborozo y la diversión. Lo que atribuyo a sus buenas costumbres de dormidas, comidas y ejercicio, incluyendo pequeñas trastadas y desaguisados en su afán por el alborozo y la algazara. A mis amonestaciones consecuentes, y mis charlas sobre el buen y sabio orden de las cosas... Estaba, como digo, dando unas carreras frenéticas, rabo gordo mediante, que el rabo se le eriza y parece el de una zorra, desde el patio a la cocina y viceversa, que a veces llegaban a lo hondo del pasillo y del salón, con vueltas y revueltas. Arremetía contra una bolsa grande de plástico abierta y extendida, situada en el patio, que era donde terminaba, por momentos, cada carrera y brinque. Y se avalanzaba sobre la misma luego de haber corrido acá y allá. Después sus mismas intenciones de arremetidas se iban contra una caja de cartón mediana, en la que se metía, salía, desde la que acechaba, mordía, saltaba y gateaba con fiesta y entusiasmo natural. Yo andaba por la cocina en alguna cosa propia de ella. Y venga gato en baraúnda de carrera para el pasillo, que trotaba y se podían oír sus pequeñas patitas sobre las baldosas, y venga gatito para el patio, donde le esperaba el plástico y la caja, o cualquiera de las cosas con las que las toma en sus cruzadas de juerga canastera.
Y llegó un momento que lo dije. ¡Vaya parvujo que le estás dando al plástico, Gurrito! (abreviatura de uno de sus nombres: Gurruñau). Porque yo a mi gato le hablo, puesto que éste me atiende, que es lo raro. No que yo le hable, sino que atienda y en no pocas ocasiones entienda. Las otras se hace el sordo y el gato. Dije la palabra que no tenía anotada todavía; pero que usaba y tenía en mi memoria como herencia cultural y léxica de mis padres y de mis paisanos. Dije parvujo y lo anoté. Tengo al respecto un cuaderno de notas en cada estancia de mi casa. Para eso y para otras muchas vicisitudes de la memoria, y no precisamente histórica ni histérica. La memoria, por fortuna, también se usa para otras faenas, trabajos, gozos, vivencias, vida cotidiana, real, presente y futura.
Parvujo, pronuncié, y repetí parvujo, referido al trasteo del gato con el plástico y la caja de cartón, al ajetreo y lucha, a la paliza. Porque esa palabra, parvujo, cuando la usamos en Llerena la referimos a paliza, darle un parvujo a alguien es darle una paliza, sea real, sea de atosigamiento o acoso metafórico. Se usa mucho en ese sentido metafórico, cuando se dice, p.e., me he encontrado a Fulanito y me ha dado un parvujo hablándome de fútbol, que a mí me importa un bledo… Parvujo.
Como siempre que anoto una nueva palabra, o que creo que es nueva, hago el pertinente trabajo de contraste y cotejo. Desde 1999 vengo por Internet y busco la palabra. Es este caso nada de nada. Por lo menos no existe en ese medio, en el que algunos creen que está todo el saber y todas las palabras. Vengo al Tesoro Léxico de las hablas andaluzas (Arcolibros, 2000), de don Manuel Alvar Ezquerra, y tampoco hay nada similar, ni aun como derivado de parva. Nada. Buen síntoma de que me quedaba alguna, siempre me queda alguna por cazar, por recopilar, por coger, por delimitar. Y me entra cierto desasosiego de que puedan ser muchas, muchísimas más palabras y se pierdan, se me pierdan… Voy al María Moliner y menos, del de la RAE nada de nada, tampoco en el Cobarrubias. Si acaso en el Diccionario Crítico Etimológico Castellano e Hispánico (1991, Gredos), de Corominas y Pascual, se encuentra algo en la segunda acepción de parva (pequeño, etc.), cuando expone sobre los derivados y dice aparvallar, ´atontar´…, ´aturdir´. Nada en el Diccionario de Autoridades (1990, Gredos). Y es que el significado del parvujo tiene esas connotaciones de entontecer, aturdir como resultado de dar una paliza, una tunda que atonta, aturde... Tal vez por eso la apliqué a la acción de mi gatito, que se volvió un tanto reiterativo y cansino con el ataque a los fantasmas que habitaban el plástico, la inmensa bolsa de plástico extendida, y la caja de cartón con sus fauces abiertas y tumbada en el patio… Su acción era de dar un curre a esos fantasmas, plástico y cartón; pero de maneras que aturdía, por tanto la definición, la palabra apropiada para llamar aquello, vino a mi memoria rallana y clara: ¡vaya parvujo que está dando!
Siempre en mi memoria los gatos de P,
y sobre todo P. Los quiero mucho, mucho...
¡Qué requeteguapo que está Gurru!
ResponderEliminarEn galego, parvo es tonto o atontado, lelo... así que no le digas esas cosas tan feas a un minino tan preciosísimo y bueno.
Le quedaría bien un collar ;-)
Me ha parecido muy interesante lo que cuentas en esta entrada. Por otro lado encuentro que es entrañable y encantador el relato que haces de Gurruñau enfrascado en sus aventuras con los fantasmas del plástico y del cartón. Es un gatito precioso!. Gracias
ResponderEliminar¡No son fantasmas, que son Gigantes, pardiez, voto a bríos!
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