Siempre he oído que el problema de la envidia, el asunto de la envidia es muy español. Cainita han visto la cultura española gente que van desde Machado a Cervantes. De un cainismo atroz. De los pecadores capitales los envidiosos no se llevan nada con el ejercicio de lo que hacen, no ganan nada y se dañan total. Todavía el de la gula muere harto y satisfecho, y el lujurioso, o el mismo perezoso se da gusto. Y los soberbios y avaros se llenan. Nada saca el envidioso más que hacerse mala sangre.
Tengo mi teoría sobre las razones profundas de la envidia española, ya que la masco desde bien pequeño, por los otros, cuando mi madre tenía que buscar alguien que me curara el mal de ojo, una rama de la envidia, de alguna manera.
Y es bien sencillo, observando la forma de ser de lo que se llama cultura española. Aquí a nadie se le reconoce por sus valías personales, por su valor como persona diferente, y si tiene inteligencia o virtudes superiores. No. En España se educa en las familias, en la sociedad, en la escuela, en todo chiringuito social, que nadie es nada. Que todo lo debemos. Lo debemos al destino, a dios, a la familia, al tío, a los padres, a la naturaleza, al partido, al sindicato, al político en la Junta, al gobierno, al rey, a la tele, a la suerte, a que estabas allí. A cualquier cosa menos a uno mismo y sus valores y bienes propios... Tal vez mucho tenga que ver el ser país católico y que nada somos y todo se lo debemos al altísimo... No es eso sólo, no. Aquí nadie es nada. Y si es algo, lo es por razones que nada tienen que ver con sus valías personales, con sus esfuerzos o trabajos, con sus virtudes propias... No. Aquí si eres algo se tiene que deber a la consanguinidad, a la herencia, a que seas rico o potentado, a la nobleza hereditaria, a que seas más votado o de tal partido, de tal sindicato o de tal clan o familia, de tal protector...
Harto tiempo llevo escuchando que no aprobé oposiciones por mis méritos, y que nadie las aprueba, sino que todo dios es enchufado. Y eso lo piensan todos, toda la gente. Por ejemplo. Que aquí nadie vale por sí, sino que siempre hay alguien que le ayuda, y es y vale por él...
Desde Cervantes, repito, cuando dice que la inteligencia sólo granjea desdichas, cuando se refiere a la vida por estas tierras, hasta Larra en sus certeros análisis de la intrahistoria cotidiana de la vida española, pasando por Juan Ruiz, arcipreste de Hita, y llegando a Azaña o Machado, vuelvo a decir, cuando no Cernuda o Juan Goytisolo, todos los que verdaderamente ahondan en la condición profunda del ser español hablan de la envidia y de corroborar la creencia de que todo lo que se sea o se posea siempre es debido a la suerte, la fortuna, la sangre, la nobleza, los votos, los votados mayoritarios, los políticos con enchufe, o cualquier martingala. Menos el esfuerzo personal, y los valores personales, la inteligencia o la bondad subsiguiente.
De ahí que sea el país en donde más han abundado los juegos de suerte, de azar, las loterías y todo eso referido al destino, no al esfuerzo o la inteligencia en transformar ese destino. De nada sabe de eso el español. Y es este asunto que bien mereciera la atención de esos políticos entretenidos en cosillas menores y sin importancia. Cambiar esa forma de pensar y envidiar, tan genérica en este país sería lo primero para pensar en democracia. Y siempre creí que la educación podría hacerlo. Pero los planes de enseñanza son cada vez más proclives a engordar ese monstruo de la envidia secular española, y el que nadie es nada si no lo permite una cierta jerarquía, y por eso si alguien tiene virtudes a ese alguien se le tira al cuello, que eso es la envidia, dolor por el bien ajeno, y por la destrucción de ese bien ajeno y de ese alguien que lo posee, ya que no es suyo, sino heredado, dado, regalado. Y el envidioso piensa siempre: a mí no se me dio, a mí no... Cabilando camino abajo de su vida en perdición y derrumbe...
Ese es una de los problemas a resolver y no las chiquillerías de los medios y la publicidad mediática diaria de la que hablan los políticos inanes. Eso.
Y es bien sencillo, observando la forma de ser de lo que se llama cultura española. Aquí a nadie se le reconoce por sus valías personales, por su valor como persona diferente, y si tiene inteligencia o virtudes superiores. No. En España se educa en las familias, en la sociedad, en la escuela, en todo chiringuito social, que nadie es nada. Que todo lo debemos. Lo debemos al destino, a dios, a la familia, al tío, a los padres, a la naturaleza, al partido, al sindicato, al político en la Junta, al gobierno, al rey, a la tele, a la suerte, a que estabas allí. A cualquier cosa menos a uno mismo y sus valores y bienes propios... Tal vez mucho tenga que ver el ser país católico y que nada somos y todo se lo debemos al altísimo... No es eso sólo, no. Aquí nadie es nada. Y si es algo, lo es por razones que nada tienen que ver con sus valías personales, con sus esfuerzos o trabajos, con sus virtudes propias... No. Aquí si eres algo se tiene que deber a la consanguinidad, a la herencia, a que seas rico o potentado, a la nobleza hereditaria, a que seas más votado o de tal partido, de tal sindicato o de tal clan o familia, de tal protector...
Harto tiempo llevo escuchando que no aprobé oposiciones por mis méritos, y que nadie las aprueba, sino que todo dios es enchufado. Y eso lo piensan todos, toda la gente. Por ejemplo. Que aquí nadie vale por sí, sino que siempre hay alguien que le ayuda, y es y vale por él...
Desde Cervantes, repito, cuando dice que la inteligencia sólo granjea desdichas, cuando se refiere a la vida por estas tierras, hasta Larra en sus certeros análisis de la intrahistoria cotidiana de la vida española, pasando por Juan Ruiz, arcipreste de Hita, y llegando a Azaña o Machado, vuelvo a decir, cuando no Cernuda o Juan Goytisolo, todos los que verdaderamente ahondan en la condición profunda del ser español hablan de la envidia y de corroborar la creencia de que todo lo que se sea o se posea siempre es debido a la suerte, la fortuna, la sangre, la nobleza, los votos, los votados mayoritarios, los políticos con enchufe, o cualquier martingala. Menos el esfuerzo personal, y los valores personales, la inteligencia o la bondad subsiguiente.
De ahí que sea el país en donde más han abundado los juegos de suerte, de azar, las loterías y todo eso referido al destino, no al esfuerzo o la inteligencia en transformar ese destino. De nada sabe de eso el español. Y es este asunto que bien mereciera la atención de esos políticos entretenidos en cosillas menores y sin importancia. Cambiar esa forma de pensar y envidiar, tan genérica en este país sería lo primero para pensar en democracia. Y siempre creí que la educación podría hacerlo. Pero los planes de enseñanza son cada vez más proclives a engordar ese monstruo de la envidia secular española, y el que nadie es nada si no lo permite una cierta jerarquía, y por eso si alguien tiene virtudes a ese alguien se le tira al cuello, que eso es la envidia, dolor por el bien ajeno, y por la destrucción de ese bien ajeno y de ese alguien que lo posee, ya que no es suyo, sino heredado, dado, regalado. Y el envidioso piensa siempre: a mí no se me dio, a mí no... Cabilando camino abajo de su vida en perdición y derrumbe...
Ese es una de los problemas a resolver y no las chiquillerías de los medios y la publicidad mediática diaria de la que hablan los políticos inanes. Eso.
Como editirialista no tienes precio, hace falta solamente una cabecera que desconozco, con varios cientos de miles de tirada. De momento me tienes como incondicional lector de tu agudo ingenio periodístico.
ResponderEliminarSaludos.
muchas gracias y muy tarde, amigo, es que como aquí no creo que recale mucha gente, pues no atiendo los pocos comentos que vienen y van, y hago muy mal, muy mal, así que ahora veo una por una, cada entrada, y respondo, ya que el sistema no me "chivaba" los comentarios, un saludo, gracias miles y a ver si sale ese medio con miles de tiradas, ¡¡salud!!
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