4 de agosto de 2007

POETA EN LLERENA, 6

DON PLUTARCO MARÍA DÍAZ DE REVENGAR - Historiador certero
Conocí a don Plutarquete, como gustaba que le llamaran, en su adocenada madurez y rápida vejez. Era, a la sazón, hombre asaz sociable, alegre y de buen yantar y mejor beber. De él hablé demasiado al escritor Eduardo Mendoza, que lo usó como personaje en su novela, que recomiendo, El laberinto de las aceitunas. De esta manera pasó a formar parte de la galería de personajes del famoso escritor catalán.
Entre las inmensas acciones y proyectos que realizó para pasar a la Historia, como le gustaba decir, el más destacado, por ser también el que desveló los últimos años de su vida, fue el de poner techo a una ciudad. Y esa era su ciudad natal, que sería así la primera población que gozaría de techumbre para todas las calles y plazas, con suelos limpios, aseados, sin molestias de lluvias o barro, protegido su patrimonio monumental y su conjunto histórico y artístico. Pero paremos un tanto esta breve etopeya de don Plutarco. Terminemos con la nota a ese proyecto de que pretendía proteger todo el recinto de la población, que no sufriría cambios debido a su protección como patrimonio histórico artístico y monumental, repetimos. Desde luego era una faraónica obra imposible que denota el inmenso amor de don Plutarco a la misma, no siempre correspondido, claro.
Había nacido en Llerena (Badajoz) en 1900, donde vivió casi toda su vida ejerciendo el oficio de batihoja, latero y platero para ganarse el pan de cada día, aunque otras más altas inquietudes atraparon sus sucesos. Era abogado pero nunca lo dejaron ejercer por razones políticas y por sus maneras de hacerlo. Sobre todo fue un eximio escritor de asunto histórico. Destaquemos las novelas históricas inéditas Viriato de Mérida y La cruz de san Eufrasio tendida. Realizó estudios de Leyes, siguiendo la estela de todos los ínclitos paisanos que se han dedicado al menester histórico en Llerena, desde Andrés Morillo de Valencia hasta las generaciones de letrados del siglo XX, lo que no deja de ser curiosa constante de índole histórica. Los realizó en Sevilla. Ya destacó por una tesina dedicada al antiguo Cesáreo de Basilea o Basilio de Cesárea, muy conocido por el tratadito intitulado A los jóvenes (sobre el provecho de la literatura clásica). Concibió el proyecto de hacer una historia local de los tiempos heroicos, que se publicaría en varios volúmenes, y en la que don Plutarquete quería incluir todo el repertorio documental que demostraba el relato de la Historia en Llerena. Porque entendía, pese a su formación universitaria y en lenguas clásicas (latín y griego), que la Historia estaba escrita en los archivos oficiales, que eran como la Biblia del historiador. Solía montar en cólera cuando oía hablar de sociología e interpretación de esos escritos o documentos, de su posible falsedad o lecturas a la contra, al trasluz o desde perpectivas de las ciencias modernas, así como detestaba los hallazgos arqueológicos, de los que decía que eran piedras sin valor y trozos de barro, tontás y perrengás sin valor, ya que esa parte de la Historia no le interesaba nada. El proyecto de esa magna obra de historia local, que nos hubiese evitado tanta molestia a los sucesores, y nos hubiere deparado horas de arrobo místico, quedó inédito y sólo escribió para dos tomos, los que tratan de los siglos XVI y XVII. Por supuesto para don Plutarco la Historia sólo llegaba hasta 1900, coincidiendo con su nacimiento, lo demás era contemporáneo, y eso podía enemistarle con los herederos vivientes de los sucesos históricos, aparte de sostener que eso no era Historia, puesto que no estaba añejo por el paso de los años como el tocino en su sazón pal caldo, en sus palabras.
Aparte de ello tuvo una intensa actividad epistolar, carteándose con las más eximias cabezas de la Historia de España de su tiempo, y que residieran en la península, no esos rojos mentirosos, según decía de los exiliados. Existe una edición, muy restringida y selectiva de sus cartas, titulada Epístolas, publicada por una institución dependiente de la Diputación Provincial, en los últimos años de la dictadura de Franco, al que le dedicó un panegírico laudatorio, titulado Don Rodrigo triunfante.
Fue don Plutarco gran aficionado al fútbol, y militó en los forofos del Rayo Vallecano, con furibundo y nunca pagado odio a los catalanes del Espanyol de Barcelona. Cosillas así, defectos tan miserables los tiene cualquiera, claro, y no dicen nada en su contra. Al revés, honran su ser de carne y huesos, con sus miserias y virtudes. Porque los seres humanos somos ángeles y bestias a un tiempo, teniendo que elegir, en esta vida, por qué optamos para siempre.
Como afiliado obligatorio a Falange colaboró, con cierto frenesí, en multitud de publicaciones de la misma, tanto diarios regionales como revistas subvencionadas por el Estado. Así lo hemos encontrado estudiado en antología por don Julio Rodríguez Puértolas en la excelsa obra Literatura Fascista Española, publicada en dos tomos por la editorial Akal en 1987. Ahí podemos encontrar textos de Plutarco en el segundo volumen, un tocho de 1279 páginas, en la colección España sin espejo.
De destacar, como cosa muy rara en la labor literaria de este autor, mucho y bueno, una serie de poemarios, de temática generalmente amorosa y prostibularia, cuando no de cierta rijosidad y erotismo trasnochado. En ellos encontramos piezas de una belleza y perfección sólo comparables a un Quevedo. Fueron de circulación difícil y editados a sus expensas, distribuidos mal y de casi imposible consulta al día de hoy, a no ser alguno que quede por la Biblioteca Pública. El primero se titula Los dos ríos, de notas juveniles de la preguerra civil y militar de España en 1936, en donde existen desconcertantes ecos libertarios. Pero es con Atalaya donde se fragua el poeta ya maduro. Posteriormente La espada al cuello y Cintura sin cinturón lo consagrarían, de ser difundidos, como a uno de los grandes poetas de los años 50; muy alejado, por su ideología afecta al Régimen, de esa famosa Generación de los 50, aparte de su poética originalísima y que parte de los clásicos españoles, influida por poetas portugueses de la dictadura de Oliveira Salazar. En los último años de su vida, en los que pasó inenarrables estrecheces económicas (dicen que vivía en una casa sin techo), dio a conocer parcialmente y en edición muy restringida, pagada por amigos y conocidos, en ciclostil y en ediciones fotocopiadas, el enorme libro conocido por La Victoria. Del mismo conservamos una copia completa, por fortuna. Murió en 1974, un 19 de noviembre, casi el mismo día que Durruti, José Antonio Primo de Rivera o el mismísimo Caudillo.

NOTA NECESARIA: Traemos aquí a este personaje sino poeta, historiador que, al día de hoy, según la moda impuesta, que siempre lo es, viene a serlo todo, que no sé qué es ese Todo; pero lo llaman Historia, y debe ser algo así como lo zahorí o astrológico, cierto arte farragoso de la adivinanza, al servicio del mando y el contubernio de dominio. Que les divierta la etopeya de este histrión, o este huistriónico historiador metido a poeta, muy abundantes en los pueblos extremeños como Llerena, mande quien mande. Son como un producto natural de la tierra y su ignorancia, hoy demudado en congresos y jornadas de eso, de Historia o Adivinación del Pasado. Siendo tan naturales del terruño como el jamón de pata negra, menos sabrosos desde luego, o las encinas, los alcornoques y los ceporros, por ejemplo, y tan suculentos como estos últimos, sin duda.

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