8 de octubre de 2013

EL EQUILIBRISTA Y EL ABISMO







PÁRMENO.- Celestina, todo tremo en oírte: no sé qué haga, perplejo estoy. Por una parte, téngote por madre; por otra, a Calisto por amo. Riqueza deseo; pero quien torpemente sube a lo alto, más aína cae que subió. No querría bienes mal ganados.
CELESTINA.- Yo sí. A tuerto o a derecho, nuestra casa hasta el techo.



Celestina 

Acto Primero 
Fernando de Rojas 

Los personajes elementales de la literatura en castellano son seres marginales. Situados en esos extremos, o extremaduras, de la vida. El Cid, un desarraigado, emigrante a tierras del islam, buscador de la vida, mercenario, pobre, expulsado de su tierra. Por no mencionar a un arcipreste de Hita, que anda por esos caminos de los amores, buscando el buen amor. Y todo le sale rana. Ni amor ni bueno. Y ya apunta la trotaconventos, precursora de la celestinesca manera de cabilar el mundo, y de pensar cómo situarse en el mundo, medrando, trepando, dando codazos, puteando... Para ser feliz. Ser feliz, linda meta que hasta Anita Ozores, La Regenta, lleva clavaíta en su corazón en pleno siglo XIX, terminando. Y no hay maneras.
Con La Celestina se escribe sobre la casta nueva que dominará la sociedad española, que surge de la llamada edad media. Una casta de mercaderes que se potencia luego con el descubrimiento americano y todo lo que supuso. Por ello Fernando de Rojas adelanta ya un pensamiento muy moderno para su época. No es extraño que fuera hombre de leyes... La acumulación de ganancias, sea como fuere, la avaricia como camino único, principio y fin únicos, que todo lo inicia y todo lo termina. Mundo encenagado por las crisis de todo tipo, del que ni el amor salva, sino lo contrario, mata de formas violentas, terribles. Y que la portadora de todo ese pensamiento y sabiduría, la ministra de todo eso, la artífice y manipuladora sea una mujer, experimentada en la vida, con años, saber, experiencias. Me apenan los que se asombran de la Cospedal, o de la plenipotenciaria en Madrid, o la chata, esa nombradora de la mayoría silenciosa esa, otra que tal baila, silenciosa y mordiendo con la boca cerrada... Pero volvamos a Celestina, a la vieja puta Celestina, la Maestra exclusiva de todos y que todo domina. Es algo más que una metáfora, algo más inquietante, que tal vez los críticos han callado, callan. Que tal vez sea la Mamy, la Gran Mamy la que domina, sabe, ordena, teje la telaraña social de todo el entramado en la tragicomedia que supone Celestina, urde la vida real de la sociedad real, la vida de la calle y la interior de las casas y las camas... La endógena, que es la que es vida. Fuera del aparente orden exógeno de los hombres, que no son nada ante ella y sus tejidos y urdimientos. ¿Es casual?, ¿tuvo Fernando de Rojas una mamy/abuela/títa/amada/matriz que le aconsejaba llevar espada corta para estar más cerca y matar mejor al enemigo, tal como hacían las mamys de los espartanos, y las amantes, y sus mujeres...?, ¿no ha llamado la atención de las feministas ese dominio real así expuesto?, ¿no es ese el alma mater, el magma matriz, la esencia, el ser real del llamado y parido machismo dominante? Porque a los personajes supuestamente buenos e inocentes también hay que darles un repaso. Ni Calisto ni Melibea son dos inocentes tortolicos, que también arriman la avaricia como cuerda para pasar el abismo.
Tal vez por eso, y por otros muchos motivos, el autor de la tragicomedia de Calisto y Melibea, urdida por el destino y Celestina, ocultó su nombre en vida. Que la buena literatura -en España- siempre la hicieron desconocidos y anónimos, desde  el juglar del Cid, pasando por el romancero y viniendo a gente como el autor del Lazarillo. Por no decir del autor de La Lozana Andaluza, ¡otra que tal baila por esos mundos por montera!, del que ni mu sabemos. El mismo Cervantes es un gran desconocido real, por cierto muy nutrido de sus hermanas, que lo mimaron y que vivían un tiempo celestinesco y ellas mismas celestineaban a tope...; pero de eso hablo otro día.

En los clásicos españoles está todo lo vivido por el hombre, y por la mujer, claro, que no se hacen discriminaciones. Pero ellas marcan la puta, o puntal, de la trama y la canal esencial, de la estructura que soporta la superestructura, ellas mandan, como Celestina, desde la zorrería y la necesidad. Y ahora que algunas nenas me llamen machista, claro. Es la perfecta forma tramada para callar la verdad, la criminalización hortera y  cutre de sus inquisiciones, sus campos de exterminio, sus ninguneos de donas y otros fascismos, modernos y de siempre.

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