6 de junio de 2013

UNO COMO ÉSE







Tengo este texto, de uno de los folletos que la CNT publicaba en Francia. Hace treinta y tantos años. Cuando los que querían ser libres vivieron por donde pudieron y les dejaron los europeos. Esos europeos tan bestias que hicieron dos guerras mundiales. Aparte de las que jalearon en otros sitios. Una de ellas fue la guerra civil abierta de la que resultó vencedor Franco. Gracias al apoyo, tácito o expreso, de casi todos los países europeos, tomados en su crema y nata. Otra cosa es el personal de abajo, el llamado pueblo. Pasa que los olvidos históricos, y el mayor de ellos, como es grandioso, pues ni se mencionan. Pero Franco y su régimen, que de alguna forma continúa por otras vías, fue mantenido por esa Europa bárbara y cínica. Y a nadie, de esos de la memoria histórica, salvo alguna aislada excepción, se le ha ocurrido pedir que reponga su complicidad con aquel crimen, que hizo daños a tantas gentes. Que esa Europa está obligada a reponer el mal causado. Pero para eso no tenemos ningún juez Garzón a mano. Y además Europa es la reostia de democrática y guay. Muy práctica y sesuda a la hora de organizar su mercado y su cosa bancaria. Y por ende, muy respetable. Y dejo acá este inicio del folleto que, abajo, cito. De casi obligada lectura. Hoy nadie escribe con esa lucidez y verdad. Con esa bondad y belleza.

LA MALDICIÓN DEL PRACTICISMO

Todavía continúa teniendo actualidad la pequeña y bonita historia que nos contó Gorki: Del pájaro carpintero que amaba la verdad y del embustero verderón. Pero el poeta habría podido titular su historia, y tal vez más acertadamente: Del práctico pájaro carpintero y del impráctico verderón, sin que por eso hubiera sido forzado a cambiar una sola palabra del relato. Pues el pájaro carpintero era realmente el sabio práctico, y el pequeño verderón parduzco, un utopista incorregible, al que atravesaban el alma sueños de poeta y en el cual el anhelo tembloroso se transformaba en canción. Por eso cantaba el pequeño verderón, apenas sin darse cuenta. Cantaba porque no podía menos de cantar, porque se le calentaba el cuello y el alma tenía que librarse de su superabundancia. Cantaba sobre la aurora de una nueva vida, sobre una lejana dicha que sólo podía obtenerse en la lucha. Los otros pájaros en el bosquecillo enmudecían poco a poco y escuchaban la canción jubilosa. Hasta que descubrían que era sólo un verderón el que cantaba así. Entonces les invadía algo así como un desencanto. Sí, si hubiera sido un águila, pero un verderón -¡cómo es posible! Pero el pequeño verderón, a quien ponía en tensión el más ardiente anhelo, no enmudecía, y del corazón sangrante salían tonos cada vez más profundos, ansiedad cada vez más ardorosa hacia aquella lejanía azul, donde se levanta, de las olas purpúreas del mar, la nueva tierra legendaria. Creer es preciso, creer en uno mismo, después que se ha dudado tanto de sí, creer hasta que el tiempo se cumpla. Se posa levemente en los corazones del tropel emplumado como un lejano presentimiento, y de ocultos rincones sube ardiente anhelo hacia una lejana dicha. Entonces aparece, con prudente pausa, el pájaro carpintero, un señor anciano que vive de gusanos y ama la verdad. A él no hay que irle con tales canciones, pues es un tío completamente práctico que parte siempre de hechos concretos. Y demuestra al honorable público, de la mano justa mente de esos hechos, que el verderón miente cuando canta a un lejano país de la redención.-Quede siempre en el terreno de los hechos prácticos, honorabilísimo. La iniciativa irreflexiva no ha llevado todavía a buen fin. ¿Cómo están las cosas en la realidad? Allí donde cesa el bosque hay un campo, tras el campo una aldea. Aquí calló el carpintero un momento para aumentar la tensión de los oyentes, luego, con una mirada significativa al verderón, continúa su discurso: En aquella aldea, habita Grischka, el cazador de pájaros. Esa es la primera estación en el camino hacia el país del ensueño. Tras aquella aldea comienza con toda probabilidad nuevamente un bosque y luego nuevamente un campo, una aldea, etc., etc. y como la tierra, según se sabe, es redonda, si siguiésemos la exhortación del señor verderón y hubiéramos escapado a todos los peligros que nos amenazan, volveríamos finalmente al lugar en que ahora nos encontramos. ¿Por qué, pues, ese ruido, señores? La encantadora embriaguez se disipó. Se sintió irritación por haberse dejado seducir y, además, por uno como ése. Luego lanzáronse un par de palabras mordaces a la cabeza del verderón y se alejaron precipitadamente. El carpintero había vencido, vencido en toda la línea.

Rudolf Rocker

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