7 de marzo de 2013

ARROGANCIA





Pertenezco a esas generaciones de españoles a los que se nos obligó, bajo pena, devoción y nota leer y admirar a los poetas Antonio Machado y Federico García Lorca. Supongo que entre al personal docente que tal obligación repartía, y que era soliviantada por bastante propaganda en la calle, los medios y por tos sitios, no le guiaba nada malo o dañino contra nosotros. Y esto que cuento parecerá curioso a muchos jovenzuelos y jovencitas a los que les hayan metido el cuento y la pamema de que la obra de Lorca y Machado estaba perseguida y prohibida en el franquismo. De eso nada. Eran puntales en los libros de texto y en la ensañanza (la errata la dejo tal cual, de enseñanza con saña entra...) cotidiana. Incluso sus poemas eran de los primeros que nos aprendíamos de memoria. Aunque recuerdo un profe que nos marcó uno de Alberti sobre su exilio, aquel que dice:

Hoy las nubes me trajeron
volando el mapa de España
.. ... ...

Pero además Lorca y Machado eran los editados más popularmente. Todavía conservo mi Romancero gitano y el Canto por la muerte de Ignacio Sánchez Mejías y una Antología, de Lorca y Machado, de aquella colección RTV, que tanta difusión tuvo y que estaba, y está aún, en todos los colegios públicos. Fue tal el empacho de Machado y Lorca que, la verdad, hasta lo bueno se atraganta si es en demasía y tapando todo lo otro. Porque esa era otra. Con la matraca de Lorca/Machado se nos hurtaban poetas y obras de gentes que tal vez sí pudiera interesarnos, de calidad suprema, como Cernuda o León Felipe, a los que descubrí, en su obra, en los años finales del franquismo. Y otros no menos interesantes. Como Bergamín, denostado hasta hace poco y demonizado siempre del cole.

Lo curioso es que la predicación y cruzada de la obra de Lorca y Machado la hacía la gente poco afecta al régimen; pero que el régimen terminó empapándose a tope de Machado o Lorca, como poetas reales oficiales. Incluso cuando se publicó obra de algunos de ellos que estaba censurada o desconocida, como fue la publicación exclusiva de los Sonetos del amor oscuro, de Lorca, en el ABC, a bombo y platillo y jarana total de tronío cultural.

No quiero decir que la obra de Machado y Lorca me sea de poco agrado. No, simplemente la relaciono, o relativizo, en toda la obra de otros poetas contemporáneos. Y en ese contexto la leo, la valoro, la inscribo. Cierto que el uso, por parte de un sector de lo que llamo la linda progresía, de la obra de Machado, ha sido directamente criminal y apabullante. Menos la de Lorca, que con el tiempo ha tomado más independencia de usos políticos y sociales, para darse desnuda. Pero nunca se librarán de ese folcloreo tan pobretón de la llamada cultura española, reducida a patio de vecindonas y telelebasura directamente. En donde nadie lee a nadie y to dios opino y cree, y dice y valora, como eructa, regüelda, vomita, eyacula o hace alguna cosa corporal excretante o similar. 

España es país de envidia por antonomasia y excelencia. Sin eso no se puede entender su secular miseria, su pobreza estructural. Y menos las de las zonas más pobres. Y sólo a partir de eso, puede evitarse, en los planes docentes, y pudiera paliarse. Pero no se hace, y no se tiene ni idea,  y eso retuerce el asunto. La envidia no es el deseo pesaroso, el pesar y dolor o malestar, de lo que el otro tiene, referido a dineros, bienes, si es guapo o feo... No, la envidia es esa cosa negra y astuta, ese retorcimiento interno de dolor y pesar que se manifiesta en un odio finísimo e interno, sibilino y estructural de la persona, por las virtudes del otro, del envidiado. Y sobre todo por la inteligencia del otro. Porque como dice el dicho popular: la inteligencia se envidia, el dinero se desea. Y que a veces tiene manifestaciones hasta de falso amor por el envidiado, por ver el envidioso si se le contagia lo que envidia del otro. Pero normalmente la oscura y recóndita, la impenetrable  y confusa envidia deja caer sus zarpazos cuando el envidiado menos lo espera. Y de suerte o forma que ni se saben. Daña, sin embargo, más al envidioso, resentido, rencoroso, y atiborrado de tirria, resquemor, disgusto y desazón. Pero verdad es que paraliza a los envidiados. Cuyas virtudes se ven mermadas e inutilizadas para su bien y el social bien común. Tal vez en este sencillo asunto estribe la secular pobreza española. Ya lo dijeron los de la llamada generación del 98, mal leídos en esto y en aquello, peor entendidos por la gente toda, y nunca predicados o obligados a leer y saber, para reflexionar y aprender. Como buenos envidiosos los españoles ningunean toda virtud que los despabile de forma benévola. Porque benévola es también la burla a la envidia y sus consecuencias sibilantes, que subyace en toda la obra cervantina, y no hay güevos de digerirla.

Hasta mis enemigos manifiestos me loan de que escribo bien. Si lo hago se lo debo a la extrema humildad de leer con atención, desde hace largo tiempo. Luego del caso hecho a mis maestros más vivos y cercanos a lo largo de mi vida. Quitando ese tiempo, de leer, a otras cosas y a mi vida en otras vertientes. No quiere decir que haya hecho una inversión, no. Sino una elección libre, que es diferente. Aunque no pocas veces elegí la lectura como huida del terror de ese exterior que tanto me incomodaba.

Y aquí traigo un retazo de lectura reciente, la de Heinrich Böll, en su Más allá de la literatura -  Ensayos políticos y literarios, en traducción de Adán Kovacsics, 1986:
Ensayo sobre la razón de la poesía, 1973

La debilidad de mis alusiones y explicaciones reside necesariamente en el hecho de que dudo de la tradición nacional en la que me he criado (sin grandes resultados, espero) con los medios de la razón: por supuestos, sería más injusto denunciarla en todas sus dimensiones. Por lo visto ha logrado introducir la posibilidad de dudar de sus pretensiones absolutas y de lo que he llamado su arrogancia, y también de conservar la experiencia y el recuerdo de lo que he llamado la razón poética. Esta no es, a mi juicio, una instancia privilegiada o burguesa. Es comunicable Y precisamente porque a veces tiene un efecto extraño en su literalidad y encarnación. Sentirse extrañado también significa sentirse sorprendido, asombrado o afectado. Y lo que he dicho de la modestia -por supuesto, sólo en alusiones- no lo debo a una educación o a un recuerdo religiosos, pues en ese caso la modestia equivale a humillación; lo debo a la temprana y tardía lectura de Dostoiesvski. Y precisamente porque considero a la corriente internacional hacia una literatura sin clases, o al menos no ya instrumentada por las clases, y el descubrimiento de provincias enteras de humillados, de seres humanos declarados desperdicios humanos, como el cambio literario más importante. Os prevengo contra la destrucción de la poesía, la aridez del maniqueísmo y el fanatismo ciego e iconoclasta que, a mi juicio, no sabe discernir y condena por igual a justos y pecadores. Según mi criterio, no tiene sentido denunciar o glorificar a los viejos y a los jóvenes. No tiene sentido soñar con antiguos sistemas que sólo se pueden reconstruir en los museos o erigir alternativas tales como conservador y progresista. La nueva ola nostálgica, aferrada a muebles, vestidos, formas de expresión y escalas de sentimientos, sólo demuestra que el mundo moderno nos es cada día más ajeno... Tuve que omitir también el humor, el cual tampoco es un privilegio de clases y que, sin embargo, ha sido ignorado en su poesía y como escondite de la resistencia.

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