6 de agosto de 2010

UN GATO CALLEJERO: ANIMALES KOSIFIKADOS


La conmiseración con los animales esta íntimamente
unida con la bondad de carácter; de tal manera que
se puede afirmar, de seguro, que quien es cruel con
los animales no puede ser buena persona.
A. Schopenhauer

A altas horas de paseos veraniegos y nocturnos, nos encontramos un amasijo de gatos en semipenumbras, al fondo de una amplia calle, cercanos a un contenedor de basuras. Nos acercamos despacito, distanciados. Es una gata grande que nos mira, alzando la cabeza potente. Bajo ella como siete gatitos la maman, los amamanta. Al acercarnos todo se clarea, todo se huye; pero con suficiente tiempo par ver destetarse casi uno a uno los mininos que, poco poco, van fugándose cabe un auto gris, que ocupa la calle aparcado… Son gatos que pudieran tener poco más del mes, grandecitos y huraños. Todos negros u oscuros. Nos acercamos y tratamos de saber de dónde pueden haber venido. Observamos otros grandes, como tres más. Parece que de un corralón, en una calleja sin salida, y que se meten por debajo de la puerta metálica del mismo, por la rendija amplia de una parte de abajo, arrastrándose de forma curiosa. Inmediatamente voy a mi casa por comida. Se la pienso quitar a mi gati Gruá. Y, lo más importante, agua. Así que ando como diez minutos cortos y me proveo de rico pienso y una botella de dos litros de agua, recipiente amplio…

Mientras voy y vengo, unos veinte minutos, pienso en estos animales, perdidos en la trama de esta población, condenados por el mismo ser humano a no ser libres en la naturaleza y a ser esclavos y maltratados por la circunstancias de la vida como nos la organizamos. Y el destino de tantos y tantos bichitos como estos, en poblaciones inmensas, grandes, en todo el mundo. El gato, los gatos de este tipo, fueron domesticados, acostumbrados a vivir en el entorno de los humanos, se adaptaron, esperan ser queridos, recibidos en estos entornos. Y todo esto está cambiando aceleradamente y mortalmente. Me refiero a los entornos urbanos para los animales que llamamos domésticos. Pues el Capital o sus miasmas, sus crisis y su moral, su maldad intríseca, lo hacen. Romper el sabio equilibrio de milenios de la vida de gatos en las ciudades y casas, con los humanos que los respetan, aman, conviven… Estamos ante el degüello de la vida. Y el gato, como el perro, como todo, ha entrado en las leyes de oferta y demanda terroristas de un Poder terrorista, y una Banca del terror y para el terror, la ganancia manda y todo eso. Y hoy los gatos son cuestionados por su utilidad, enfermedades… Mucha gente que los tiene lo hace como si fueran peluches de juego, cosas para sus carencias afectivas o de las tareas, distractivas, de companías… ¡Se habrá visto mayor mentecatez que esa expresión incierta y estúpida de animal de compañía!, como si fuera la tele o cualquier artilugio que adoba la soledad del ser humano en estos tiempos de soledades totales y fumigantes del espíritu, aunspiciadas por la forma de vida que vota el personal fanático y estupidizado, una y otra vez, que todo se reduce a votar y no a ser los actores de sus destinos, ¡¡de una puta vez por todas!! Y eso, todo eso y más me pasaba por la cabeza. Y me vi, sí, me vi, como esas viejitas o viejitos, muchos mendicantes, que –tal vez en una etapa de sabiduría de vida- se ocupan de los gatos y sus colonias, como lo llaman en las grandes cuidades. Recuerdo, sin más, Zaragoza, y las riberas del Huerva, del río Huerva, como algunos tramos del largo Ebro. Gatos, gatos y gatis mantenidos y cuidados por gente marginal…, y yo me pasmaba como a un tipo concreto se le arremolinaban, roces altos y restriegos de cuerpos, sin miedos, cuando se acercaba a ellos, con comida y sin ella, que me paré de lejos mucha veces a observar, con emoción y mucha extrañeza, lo que pasaba. Incluso cuando les hablaba, los nombraba, los acariciaba a todos y cada uno…, y la mirada cómplice del hombre cuando me veía... Si pasaba cerca alguna vez me decía que si el frío para los bichos o que si a algunos los matan y los cazan, que si les quitan la comida que les ponen y todo lo demás.

Así que la pasada noche me puse en el pellejo de uno de esos amigos de los gatos callejeros. Y llegué con mi comida, mi agua… Esparcí montoncitos cabe el bordillo de una acera, cerca del auto donde se arracimaban debajo, y al pie de la pared, y dejé una bolsa bien abierta con al condumio ante la puerta de entrada donde se refugiaban…, y allí mismo puse el recipiente para el agua abundante que escancié de la litrona… Agua. Me fui a pasear un rato. Largo rato… Cuando volví al sitio casi no había gatos, ni cerca de los contenedores de basura, ni de los coches aparcados. Miré el pienso que puse. Todo limpio como jaspe. Todo comido y recomido. Ni restos. Yo los dejé, vistos de lejos, como un pequeño enjambre de gatis comiendo, y en la noche se escuchaban los pequeños chasquidos de sus dientes con la comida seca dejada, una especie de roedera emocionante y ritual de gatos muertos de hambre dándose un banquete. Espectacular imagen. Todos fervientes. Luego ya me vine a casa y espero volver esta noche para controlar.

Mis dos gatos. Como cada mañana, o casi, llegan a la puerta del dormitorio y Grúa maúlla con su forma de hacerlo para despertarme, que la tiene, como tiene sonido para cada ocasión, que es gati parlanchín y a veces vocinglero. Ahora sé –me enteré hace poco- que quien patea y rasca la puerta no es él, sino, callado, Gurruñau. Lo descubrí por casualidad la otra tarde cuando estaba en esa faena rítmica… Cada mañana esperan que desayune y, si no tengo que salir a algo, o irme, subo a trabajar, y a veces a mi lado suben. Si no, van llegando, silenciosos, juntos o escalonados, y se van poniendo en su sitio cada quien. Siempre cerquita de mí, esté donde esté, haga lo que haga. Y se adormilan en este verano calentito, cerca del aparato de climatización. No son tontos.

El comportamiento que se está teniendo con los animales, en general, por este sistema de dominio que nos gobierna, y cuya monstruosidad ha ido creciendo tras la segunda guerra mundial, tal vez ese era el ansiado botín que los aliados querían de los nazis, mostruosidad agresiva del medio animal salvaje, pero sobre todo de los animales que sirven y acompañan cercanos al hombre. Reducidos a productos, cosas, mercadurías… Tanto vivos y muertos. Es la degeneración progresiva de todo esto que ya al mismo ser humano degrada, mata, anula, domina… Y encima nos dicen que en nombre del progreso, la democracia, la libertad y todas esas palabras que ensucian a diario las fauces de los predicadores desde las teles, las radios, las cochambrosas páginas de los diarios, siempre vomitados desde ciudadades inhabitables para los más; pero, sobre todo, bien asumido por la votambre callada y masiva, por ese público y masa de misa y mesa en esos medios de publicidad y adoctrinamientos cuarteleros y estupidizantes.

A mi ladito, encima de esta mesa, mi gato Gruá, al que conocí por internet y en video de Youtube, que puso la gente estupenda de la protectora de animales de Zafra, me apoya en todo el escrito, suscribiendo con su patita una P que borro y queda secreta como su firma. Fue lo mio amor a primera vista. Digo por Gruá, recogido bajo los coches. Cariñoso, inteligente y que hasta casi habla. Normalmente está tirado en el suelo, a mis pies, he de moverme en mi sillón rodante con cuidado, le encanta ese fresquete, lo puedo pisar…; pero de cuando en vez se me sube a la mesa de operaciones en que trabajo y se refocila y le encanta estar adormilado a todo lo largo, y que le acaricie la panza, mientras él se danza con las patitas atontolinadas y la mirada de vicios de afectos, esa mirada de gatito feliz que me pone. Gurruñau duerme en su sillón, a poco más de un metro, y a veces nos mira, levanta la cabeza, se relame por si acaso, y sigue, abriendo los ojillos si oye rumor, amigo rumor.

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