2 de septiembre de 2015

EXCELENTE




Demostrar que en sociedades como esta, en la que nos matan a los que queremos vivir libres, iguales y solidarios, que la mayoría está no ya equivocada, sino entregada y adormecida, manipulada por convencionalismos, cegada de ignorancias, miedos y odios, es facilísimo. La instituciones, por sí mismas, imponen eso. De forma que si dices que los números no existen, que es un invento, un acuerdo, una convención pos la gentuza al uso, esa que vota mayoritaria lo peor siempre, puede revolverse y faltarte al respeto. Porque esa gente piensa que no sólo mientes, sino que dices tonterías, ya que los números existen, son, están...  Veamos este cuentecito tan excelentemente aleccionador  de la obviedad del borreguismo en que anda sumida esa mayoría, no porque sea obligada, sino por elección propia.


En el primer día de clase, el profesor de Introducción al Derecho entró al aula y lo primero que hizo fue pedir el nombre de un estudiante que estaba sentado en la primera fila:

¿Cuál es su nombre?

-Mi nombre es José, señor.
-¡Fuera de mi clase y no vuelva nunca más! – Gritó el maestro desagradable.
José estaba desconcertado. Cuando volvió en sí, se levantó rápidamente, recogió sus cosas y salió de la habitación.
Todo el mundo estaba asustado e indignado; pero nadie habló.
-¡Muy bien! – Vamos a empezar, dijo el profesor- ¿Para qué sirven las leyes? -preguntó. Los estudiantes seguían asustados, pero poco a poco empezaron a responder a su pregunta.
-Para tener un orden en nuestra sociedad.
-¡No! – Respondió el profesor.
-Para cumplirlas.
-¡No!
-Para que las personas equivocadas paguen por sus acciones.
-¡No!
-¿Alguien sabe la respuesta a esta pregunta!
-Para que se haga justicia – Una muchacha habló con timidez.
-¡Por fin! Es decir, por la justicia.Y ahora, ¿qué es la justicia?
Todos empezaron a molestarse por la actitud tan vil del profesor.
Sin embargo, continuaron respondiendo:
-A fin de salvaguardar los derechos humanos…
-Bien, ¿qué mas ? – Preguntó el maestro.
-Para diferenciar el bien del mal, para recompensar a aquellos que hacen el bien …
-Ok, no está mal, pero respondan a esta pregunta: ¿Actué correctamente al expulsar a José del aula?
Todos estaban en silencio, nadie respondió.
-Quiero una respuesta por unanimidad!
-¡No! – Todos contestaron con una sola voz.
-Se podría decir que he cometido una injusticia?
-¡Sí!
-¿Y por qué nadie hizo nada al respecto? ¿Para qué queremos leyes y reglas, si no tenemos la voluntad necesaria para practicarlas? Cada uno de ustedes tiene la obligación de hablar cuando es testigo de una injusticia. Todos. ¡No vuelvan a estar en silencio, nunca más! Vayan a buscar a José –dijo- Después de todo, él es el maestro, yo soy un estudiante de otro período. Aprendan que cuando no defendemos nuestros derechos, se pierde la dignidad y la dignidad no puede ser negociada.





NOTA BENE: La obediencia cegata, que imponen el PPoder y la PPasta, matan toda dignidad, toa verdad, bondad y belleza. Y por desgracia ocurre siempre. Así va ese cuentecito... Especialmente esto ocurre en Extremadura, en donde los desgraciaos de abajo se dan palos entre ellos, se tiran como lobos de presa sobre quien destaca por valores, como inteligencia, saber, valor, amor...,  y lo degüellan a tope, en esa vida terrible cotidiana de los pueblos extremeños, que son mortales. Pero esos salerosos que averigüan la vida de los otros, tramándola, con la injuria y la infamia, y otras pestilencias, que da vergoña decir, no se atreven a tocar al Gremio de los de Arriba, los que Mandan o los de la PPasta. Esto que traigo es un cuentecito, pero lo he vivido y practicado, como profesor, hice muchas veces ese experimento, de poner en solfa la obediencia ciega y gili. Para nada, pues pocos cogen la honda de la verdad, la bondad y la belleza. La mayoría, ya lo vemos, trisca jacarandosa matándose entre ella y votando a los ppeores o lo de siempre, más y más ppeor, si ser puede. Y explicar esto, escribirlo, decirlo alto y claro no sirve de nada, porque ya se encargan mamis y papis y esa escuela cutre y todas las instituciones de asilvestramiento, desde el Bar hasta el Corrillo de los que toman el sol et altera, de que nada cambie, todo permanezca. Pues ya se sabe, parafraseando al gran poeta asturiano, que la Historia y la morcilla de pueblo se parecen las dos en que se hacen con sangre, oye.


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