17 de octubre de 2008

CATERVA DE LA HISTORIA

Este texto apareció en la Revista de Carnaval de Llerena, el año 2005. Brevemente retocado lo traigo a la sección de cuentos de este portal. Que lo disfruten como merece, y se admiten apostillas al mismo, observaciones y todo tipo de comento, incluso en contra del mismo. Ya entonces manifestaba mis denuestos contra la Historia y sus usos y costumbres.

CATERVA DE HISTERIADORES
(relato carnavalero de ciencia-afición)

Por Agustín Romero Barroso
Protervo

Fue por aquellos y gloriosos días, cuando se descubrió claramente que todos los científicos andaban al servicio, y en nómina, de la farmoindustria, de manera que investigaban más en como mutar un virus para ocasionar enfermedades, para luego ofrecer sus remedios, que en otras cosas, como matar un virus. Y también cuando se supo el gatuperio de lo del agua. Sí, aquello de que las empresas que vendían agua embotellada eran las que tenían el monopolio del servicio del agua potable en todas las ciudades, poblados y aldeas, que estropeaban y hacían imbebible en las redes que controlaban, para que las gentes se tirara al monte del consumo del agua potable y preparada, que vendían a precios de vino. Todo con el contubernio de los políticos mercachifles. Fue también por entonces cuando me encontré el rollo de papel higiénico, que en su bolsa de plástico venía, tal como la compré del super, como lo más normal. Recuerdo que se me cayó en el suelo del baño, porque uno está torpe ya y con achaques, que andaba mojado, y fue a parar a un charquito donde se acabó de humedecer, y luego me di cuenta de que estaba escrito, que todo el rollo de papel higiénico contenía letras que, leyéndolas, que sé, sentado en la taza del inodoro, decían:

La Historia justifica las herencias, el Registro de la Propiedad, el Notario, lo tuyo y lo mío, la Policía y Fuerzas Armadas que lo sustentan, las Fronteras y la violencia legal llamada Guerra, en defensa de eso mismo... –peroraba el filósofo Panoplio, mientras triscaba saltarín tras un papelorio en el aire, arrebatado en ventolera, desde una ventana mal abierta, volando entre los entrillados pasadizos del archivo histórico y monumental.
Panoplio Carchipanda Tintetieso de Baz era uno de los catervos acendrados en el artibirloque de la ardua investigación histórica. Hacía labores de su biógrafo, a la sazón, don Artilugio Fansul, rey de copas, por otro lado, en un garito de la ciudad muy noble, leal y antiquísima. Los archivos de tan conspicua ciudad databan de varios milenios antes de esta era y de la otra de la otra... Y, como por aquel entonces no había papel, pues andaban inscritos en losas de piedra, los más rancios, y en ladrillos grabados los posteriores, que los protervos culpaban de que por su pesadez tenían, y ponían, las molleras mermadas a los más. Incluso los había, más sucesivos en el devenir del tiempo, en madera labrados, de papiro y de telas, hasta que al hombre, en su saludable preocupación por anotar la Historia, se le ocurrió fabricar papel para escribir la Historia con letras de oro, y guardarla con tesón, heroicidad y valor en los archivos, aparte de otros usos, como deleite y placer por el pasado, atraer turismo, ornato y prez ante otros pueblos incultos, memoria histórica, etc. Que no se inventó el papel, como sostiene el protervo Agustado, para limpiar el ano tras la defecación, micción u otras corporales acciones no dignas de mención, o para escribir poesía, cuentos o esa clase de inventiva libre e imaginativa que pone en peligro todos nuestros ínclitos valores patrios e históricos, o para fabricar la servilleta con la que se limpia después de comer morcilla, como sostienen otros protervos como Moliara, Sakesper, Zerbativo y el mismo contumaz Agustado, entre otra tropa molesta e ignara de la Historia, del arte y del tiempo.

Así pues fue en aquella clara mañana de mayo cuando nuestro bisoño hizo su tímida entrada en el lugar donde se custodia la Historia: el archivo; al tiempo que Panoplio profería la frase y verdades del inicio, sobre la ínclita Historia. Puso la vista el maestro en el pollizo, mirando de hito en hito, por encima de las lentes, caladas en la punta de su enorme napia, al tiempo que callaba en su perorata. Ante mirada bóvida y hasta de ratón asustado, o de híbrido de ambos, por no decir de burro de noria, le hizo gesto, con sus gordezuelas manos y el primerizo se acercó raudo cabe el sabio.
-¿Ves este papel en el que escribo y del que leo, envidiado bisoño? Pues has de saber que es bendición de los cielos, las tierras, los mares, los aires y las aguas, ya que en el mismo escribimos lo que importa: la Historia sacrosagrada, única y sostén del Todo. Has sido admitido a la iniciación en la Caterva de Historiadores, como aspirante a catervo, y llevarás el nombre de bisoño mientras dure tu formación espartana. Laudable es tu proyecto de recuperación de documentos de piedra y de ladrillo, así como los de madera, y los forjados en metales, para enriquecimiento de nuestra misión en esta tierra y goce en la venidera. Aun hay documentos que andan escritos por las paredes, salvo esas cosillas de los protervos llamadas pintadas o graffitis. Eso no es Historia, y es por ello que te lo prohibimos estudiar. Me refiero a lo escrito en la necesidad de contar la Historia que siempre se ha tenido y, no teniendo con mejor cosa se escribió en paredes: de las cárceles, las casas de pobres, que ni aun papel tenían, castillos y lugares donde se atrincheraban por asedios en época de guerras, putiferios y lenocinios diversos...
En esto se abrió la puerta, otra vez, y asomó una jeta con gorra de béisbol por montera, con vidriosos ojillos de liebre rubia, que cuando mostró a su portador, o portadora, apareció ante ellos un ser con pantalón corto, cámara de fotos en mano, mochila pequeña a la espalda, comisuras de los labios blanquinosas, botas de zascandileo turistero, que fue empujado por tropel de otras gentes de similar catadura. Eran turistas en cuaresma. Vociferó Panoplio y todos se atropellaron para salir de nuevo.
-Sin Historia no habría turismo, hijo -reconvino de nuevo al bisoño- y sin turismo nada sería posible. Pero de eso a penetrar en nuestros santos recovecos, va un abismo. Por eso les rugí y espanté, como santo ganado que se mete en lugar inadecuado; pero que nos da leche y miel…
Nada decía el discípulo, sino asentir con la cabeza gacha, con probada humildad, y procedió a ubicarse en el cubículo que desde aquel momento le acogería las más de las horas de sus días, en el trabajo ímprobo del archivo. Es costumbre en la Caterva de Historiadores exigir una prueba académica para los que a ella quieran acogerse, que es como acogerse a sagrado fuego de mantenimiento del mundo. Esa prueba consistía en trabajo investigador, aprobado tras deliberación de la Suprema Cata sobre el proyecto presentado. El de Gilberio Kaika, que así se llamaba nuestro bisoño, fue uno de los más osados de los últimos tiempos, según se recogía pormenorizado en registros y archivos de la Caterva. Antes de admitirse el trabajo y poner los medios para su desarrollo, Gilberio Kaika hubo de ser investido, en un acto de catecumenado, en el que la parte sustanciosa fue su desprecio a los protervos de la liberalidad, secta insurrecta y temeraria que negaba la Historia, y que eran mantenidos a raya por la Caterva de Historiadores con singular eficacia, sagrado celo y policía. La tal secta de protervos no adora el Dinero, que por otro nombre damos al Money, Billete, Capital, Fortuna, Riqueza, Peculio, Patrimonio, Caudal, Hacienda, Valores, Metálico, Numerario, Divisa, Cuartos, Plata, Mosca, Efectivo, Oro, Calderilla, Parné, Guita, Panoja y los innumerables nombres que tratan de expresar lo que vale. Pero vayamos a la consistencia del trabajo del bisoño Gilberio. Como se ha dicho, usóse, en otro tiempo, de la piedra y del ladrillo, así como de madera, metales, e incluso hueso, para escribir la Historia y conservarla por parte de los ancestros, conscientes siempre que sin Historia no había Mundo posible, ni Orden, ni Comida, ni Estado, ni Educación, ni Seguridad, ni Decencia, ni Sabiduría, ni Ricos, ni Arte, ni Dinero, ni Ancas de Rana, ni Jamón de Pata Negra, ni Putas, ni Moda, ni Fútbol como hemos visto, ni Turismo, tal como se dejó ver cuando irrumpió el grupo de ellos en el archivo, hace cosa de media hora. Yendo de nuevo al trabajo de Kaika (Gilberio) tenemos que decir, y diremos, que llegaron tiempos terribles y aquellas losas de piedra, aquellos santísimos ladrillos escritos y horneados, así como las láminas de metal de bronce, cobre, hierro, oro y plata, así como los documentos sostenidos en la preclara madera y hasta en el hueso, fueron destruidos, por diversas peripecias desterradas de la Historia por su perversidad, en una gran parte por los Protervos Liminares, que así son llamados los que usaron aquellos ancestrales archivos de piedra para construir sus casas, aquellos inestimable ladrillos, en los que estaba la Verdad Histórica, la Memoria de la Humanidad, para edificar casas, zahurdas, bujardas y hasta retretes o sumideros. Sobre las láminas de cobre, bronce y hierro, no digamos más, que se usaron para hacer cazos, sartenes, calderos, hoces, martillos, rejas de arado, hebillas de cinturón, botones, clavos para puertas y ventanas, así como de ataúdes y arcones, alcayatas, espadas, cuchillos, cortauñas y un número inclasificable de otras muchas herramientas, con las que los protervos se identifican. No se diga más sobre las planchas de oro y plata, donde constaban los hechos más gloriosos de la prístina Historia. Fueron fundidas para fabricar dijes y cadenas ornamentales para sus mujeres y de ellos mismos, así como instrumentos diversos que no enumeramos por vergüenza ajena. Cierto es que hubo un tiempo en el que ocurrió una escisión entre las gentes de la Caterva de Historiadores, mantenida sobre si era más importante el Dinero o la Historia. Una inmensa pléyade se canteó porque el Dinero, y muchos destruyeron piezas de oro y plata para enriquecerse, no sabiendo que se empobrecían al destruir la Verdad Histórica, contenida en aquellas planchas. Fue en los tiempos del catervo Jocundémeno cuando las huestes de aquella heterodoxia, surgida en el seno de la Caterva, fue expulsada a los abismos de lo protervo para siempre jamás. Consiguiendo el ilustrísimo historiador y exégeta Jocundémeno, y sus hombres buenos, una teoría que concuerda y pone en paz la Historia con el Dinero como cosas necesarias al ser. De aquella época data el Cantar de Jocundémeno, leído y recitado hoy en las escuelas y lugares de adoctrinamiento, por los parvulitos, cuyas estrofas repiten en juegos, en jornadas de senderismo y otros usos del cante de las glorias del adalid de la Historia, llamado por otro nombre Sio Sidi. Asimismo se vende el cantar a los turistas, con una copia exacta de la olla de barro que usó, para preservar ciertos documentos muy importantes, enterrándolos en la misma. Al igual la milicia se fortalece leyendo tan garrida gesta como ejercicio obligatorio. Y en el Día del Ratón y de la Rata, todos hemos de comernos uno de esos animalitos asados, en honor del sagrado héroe de la Historia, que supo mantener su vida alimentándose de ellos en su durísima lucha contra los protervos y para conservar la Historia. Se han dado casos de indigestiones truculentas en banquetes con asados de ratas y ratones, de la mucha afición que se le tiene por los adictos a la Historia, y por ser perturbadores, alteradores y destructores de archivos, los dichos animaluchos. Comiéndolos también se come Historia. Y de lo que se come se cría… Es por eso que podemos enorgullecernos de que en nuestras ciudades no haya ratas ni ratones, ni en los campos. Es más, hemos de criarlos en nuestras granjas, o raticias, para las celebraciones de ese día nacional en honor de Jocundémeno.
Verdad es también que entre los destructores de planchas de oro y plata, donde estaba contenida la Verdad Histórica, se infiltraron muchos fieles catervos, que idearon fundirlas en monedas, que si muchas fueron hechas con planchas que nunca debieron ser destruidas, es también Verdad Histórica, que fueron ideadas para preservar datos históricos en las mismas, como ha sido revelado en la posteridad, en las magníficas colecciones de monedas que también contienen la Verdad Histórica. De manera que muchas láminas de oro y plata que mantenían la Historia Verdadera, se transformaron en monedas, cuyo taraceo también preserva certeza histórica. En fin, que el trabajo de nuestro neófito será recuperar estelas de piedra y piezas de ladrillos que contienen la Historia Verdadera y Cierta del Pasado. Pese a que han sido usadas en construcciones de edificios, zahurdas o donde fuere. Que su misión es catalogarlas y recuperarlas para recuperar la memoria de la Humanidad recogida en ellas, y con la memoria el patrimonio, y con el patrimonio la riqueza y con la riqueza el Capital, y con el mismo Capital la Felicidad y el Dinero.

Contaba el catecúmeno Gilberio Kaika, con luenga beca de los poderes establecidos, ya que la Historia justifica todo el Sistema de Dominio Presente. Residía en el Palacio de la Caterva de Historiadores, que era hermoso edificio con dependencias para que vivieran en él hasta cien catervos. Estaba dominando la plaza de la Decrem, llamada popularmente, por la gente proterva, de Las Cebollas. Era la vida, en aquella residencia, de estudio y sosiego. La vestimenta de un catervo lo distinguía. Los consagrados se cubrían con traje y corbata negra. Los bisoños con traje sin corbata, con un pañuelo amarillo al cuello.
La primera noche que Gilberio Kaika pasó en la residencia, y la única, no es digna de olvido. Sabido es que las mujeres no podían dedicarse a menesteres propios de la Caterva de Historiadores. Así que no se permitía la estancia de las mismas en sus instalaciones. Y que al rayar la noche debían largarse las muchas que en ella hacían labores propias de sus trabajos de servicios y cuidados de los varones. Porque la vida del establecimiento era una mezcolanza de cuartel y convento religioso. Tras el primer día de trabajo de Gilberio, que se inició, como leímos, con el recibo del archivista Panoplio; nuestro siempre bienamado parvulito volvió a la residencia para recuperar, con el sueño de la noche, fuerzas para el siguiente día. Le adjudicaron habitación cuya única ventana daba a un huerto de la comunidad que cuidaba un tuerto vejete llamado Juanito, sobre el cual bien le advirtieron que no tuviera trato. La ventana no tenía rejas. Era Gilberio un bisoño de sanas costumbres para la Historia. Así que acostumbraba acostarse al anochecer y levantarse al amanecer. Aquella noche, tras la frugal colación en el cenáculo con la comunidad de catervos presentes, subió a su aposento.
Una extraña sensación de nerviosismo lo invadía, que atribuyó a lo asendereado de la jornada. Se reclinó en el lecho y procedió al hecho mágico de entablar el sueño. Sin embargo vino a sus mientes, recostadas en la dura almohada, todo el boato y ceremonial con el que fue investido bisoño, con la asistencia de toda la politiquería, y todos los gentileshombres de religión, y los señores de Justicia, con sus muchos corchetes, todos de punta en blanco, o de blanco en punta. Es emoción que difícilmente se olvida y supera. Sumando además la presencia de la televisión, la radio, la prensa escrita, como modernos elementos que hacen la Verdad Histórica presente, aunque siempre necesitan del retoque y repunte de los catervos, claro. Y aquellas palabras con que se abría el acto, del Gran Barbián: Estimada Caterva, estimadas gentes y autoridades porque la Historia os ha puesto ahí: Sin memoria no hay futuro, y la Historia es el depósito de la memoria, su dueño, y nosotros sus señores. Como no tenemos mente inmortal hemos de preservar la memoria histórica, que es Historia, en soportes materiales duraderos, hemos de preparar esforzados cofrades para su custodia y remiendo, enriquecimiento y sostén, cuidado, guarda del orden establecido, salvación de la Humanidad, del Universo mundo… Se llamaba, el Gran Barbián, ilustrísimo Flipe Lobobisco, que a pesar de ser tuerto de un ojo, y del otro manarle continuo llanto sanguinolento, tenía claras visiones del pasado, muy clarividentes, acendradas en el presente y preservando el futuro. Es por ello que pertenecía a la Sociedad Vidente de Chus, a título secreto, y se ponía en contacto con el más allá, donde tenía largas peroratas con Julio César, Plinio, Alejandro Magno, Felipe II, Carlos de Gante, los Reyes Católicos, Colón, Ulises, Tarquino, Otelo, Hamlet, el Lazarillo, Gulliver, y otros catervos muy eminentes que en la Historia han sido. Cierta vez se peleó con Sabino de Arana sobre la propiedad de una maceta de geranios…

Gilberio no se dormía. Dio media vuelta en el camastro y trató de olvidar lo ocurrido en su investidura como parvulito bisoño, tratar de olvidar sus faenas investigadoras, y tratar, -finalmente- de conciliar el sueño, pues por la Historia sabemos que todo hombre duerme de noche. En aquella postura, sobre el lado derecho del cuerpo, no solía dormirse; pero sí entraba en trances. Luego se volvía a su pose normal, sobre el lado izquierdo, con las piernas dobladas, y dormía de un tirón. El cansancio era morrocotudo y no llegaba el sueño, siendo cierto lo que dice el común, de que cuando acucia un enorme cansancio tarda en llegar esa posesión de tinieblas que supone el sueño. Le visitaban frases de los catervos supremos: La Historia, portavoz y salvación humana. Necesaria como el agua y el pan, tanto como el jamón o las legumbres, aparte del vino. A eso te encomiendas, bisoño, a eso te dedicarás toda tu vida. No amarás otra sabiduría, recordó de las palabras del Gran Barbián, asistente al acto, que era uno de los más nobles ancianos que sobre la faz de la Tierra andan y hacen Historia. Y recordó con viveza que los grandes barbianes son doce en todo el universo, y dice la leyenda que siempre han de existir, y que el día que uno sólo desaparezca, desaparece la Historia y con ella el mundo, todo lo existente se perderá en el olvido. Son como las columnas que sostienen el inmenso templo de la Historia. Cuyo soporte no está en ningún sitio y está en todos a un tiempo. Los grandes barbianes son ubicuos. Todo lo creado desaparece si desaparece la Historia. Por eso los doce están bien protegidos, e inmediatamente que muere uno, le sustituye su sucesor, no pudiendo estar doce días la vacante de un Gran Barbián descubierta; si ello sucede, la hecatombe y el Apocalipsis sería inminente, como dice san Juan en su importante libro sobre la Historia futura. Cada uno vive donde le toca y no se conocen entre sí.
Le asendereaban esas y otras noticias de las vivezas de los frenéticos veinte últimos días. Y sin dormir. Se ensoñó por la posibilidad de ser un Gran Barbián, cuyo poder puede ser omnímodo, aunque tienen apariencia de pobre gente, sin fuerza y como tontuelos. Pero tienen potestades más allá que cualquier político, que debe estar a su servicio, que cualquier poder terrenal, que cualquier juez, que todos los potentados… Se daba cuenta de su locura, de su menesterosa excitación, de sus ansias, de sus deseos que lo culpaban y le ofendían. Y el lecho se le volvió inquietante. Le inquietó la luz tenue que penetraba por la ventana que dejó abierta. Levantó entonces la cabeza y abrió los ojos, aguzando los oídos, entreabriendo la boca y aguijando el tacto. Miró y allí estaba una figura, en la habitación. No se asustó. Volvió a cerrar los ojos y reclinar la cabeza sobre la dura almohada. Sintió como una mano le acariciaba la cabeza con una ternura infinita, de esa que hace Historia en la personalidad de cada uno. Un sueño, aquello era un sueño. Al pronto oyó un ruido. Esta vez perceptible como gruñido. Se alzó, sentado sobre la cama, y contempló, en medio del aposento, como una figura humana centelleante. Pasmado, restregándose los ojos, el bisoño escuchó:
-No te asustes. Tranquilo, amigo mío. Soy un ser extrahistórico. Vengo para tu placer y tu descanso. Dime, dijo agitando la mano al aire con gracia, ¿qué deseas: macho o hembra?
Cosido, y aún más enhebrado, por la sorpresa, no gritó, como fue su intención, sino que un gratísimo calor le fue reconcomiendo los tuétanos, las sus ingles, y le subió el cosquilleo a los cielos de su cerebro por el hontanar de la espalda, desde la rabadilla hasta el cogote, y más… Gilberio Kaika se decidió sin pensar mucho, haciendo caso de su deseo burbujeante.
-…Hembra… Creo que hembra…
-Debes ser claro, no creer –reconvino la aparición angélica.
-Vale. Pues hembra, si he de dormir a pierna suelta. –Aclaremos, que preparado, como estaba, nuestro bisoño se percató que lo que sucedía era prueba o trampa de su iniciación, o, tal vez, maquinaciones de protervos. O, como plausible, visiones de sueños o pesadillas ladillescas de engorros sexuales.
Al rato todo se hizo oscuro. Fue Kaika y encendió la luz, como quien hace el primer día, o la primera noche –mejor dicho-. Lo deslumbró la más hermosa doncella que sus imaginaciones pudieran labrar, urdir, tramar, gestionar, archivar, historiar, negociar, solventar, procurar, asesorar, administrar, expedir, sentada en la silla, sonriente y amorosa, provocativa, incitante, estimulante, instigadora, insinuante, sugerente. Tal como ordena la Historia. Mas lo que allá sucedió ni lo cuentan las crónicas, ni lo contamos.

Llegado el día siguiente, a la sazón martes de Carnaval, según impuras costumbres de los protervos, Gilberio Kaika abandonaba la residencia de la plaza de Las Cebollas, bien amartelado de su compaña nocturna. Claro que esto último no costa en el ramo de archivos, bibliotecas y museos, y, por lo tanto no existe, no es Historia. Otro Gilberio Kaika lo sustituyó de inmediato, al saberse de su pecado contra la Historia, por mandato del Barbián Menudo que gobernaba la residencia. Así que aquel Gilberio Kaika, aquel que iba a dedicar su vida y desvelos a la Historia, develando las verdades pasadas, contenidas en losas de piedra, láminas de cobre, bronce, hierro, oro y plata, amén de madera y hueso, no había existido, no era Historia, no era Memoria Histórica. Y pasaba a ocupar su ignominioso lugar entre la calaña y pelaje de los protervos, aquellos que existen como guarros en zahurdas plutónicas, y aun venusíacas, sin jamás hacer ni saber Historia. Allá donde habita el olvido, en sus pesados paredones. Pobrecitos conjurados a subsistir sin las bendiciones y parabienes, aparte de subvenciones, sueldos, poltronas y secretarias, de los Tiempos, el Poder, el Capital, el Dinero, la Tele con Parabólica, Internet por Cable Gratis Total (cuatro dioses en uno). Y tantos y tantísimas deidades benéficas de nuestra felicidad. Sin contentos de salir en la Tele, en la radio, duende de las ondas, predicando la nueva era de progreso imparable, ni de las crónicas inmortales contenidas en la prensa local, comarcal, regional, nacional, y mundial o planetaria. Ni tan siquiera como escorias o casquetes de la Historia. Gilberio Kaika, el primer bisoño que apareció ante el archivero Panoplio, no ha sido más que un producto de la imaginación, y un servicio ofrecido en este papel, para limpiarse a gusto. Gilberio Kaika se ha perdido por los calambres de su pilila, como Adán perdió el paraíso.

Y se acabó el escrito, que medía casi dos metros de tira de papel. Como lo leí del tirón, sentado como estaba, haciendo lo que nadie puede hacer por mí, me dolían los muslos enclenques que tengo, y el ano descoyuntado, de tan luenga y despatarrante lectura, reclinado en la taza del retrete. Lo primero que hice fue recomponerme, y apearme del asiento, tomar un trozo de papel higiénico con aquella Historia y hacer correcto uso del mismo. No merecía la pena conservar tanta puta mierda, producto de imaginación calenturienta. Donde se ponga la Puta Verdad de la Historia, o la Memoria Histórica que se quite el papel higiénico… Tiré de la cadena… Que si catervos, que si protervos, que si Historia, que si bisoños o bisojos, que si apariciones y mariconadas tan cutres como las del señor de los martillos o platillos, o tal vez chiquillos, que si barbilindos o barbianes. ¡Gilipolleces! Nunca mejor dicho lo de ¡a tomar por culo!, con tales cosas. Que me voy a la reunión de los constituyentes de la Hermandad de Amigos de la Bellota de Oro, la HABO, que eso sí que es Historia, junto con los Donantes del Melón de Oro (DOMO), y no esos entretiempos que imprimen los fabricantes en el papel higiénico por estos tiempos, en las rebajas de enero, o con las rebajas.

NOTA.- Este relato es una adaptación de otro, con el mismo título, contenido en Las Miradas de Través, tocho de 53 relatos, que el escritor, poeta, ensayista y protervo Agustín Romero Barroso prepara para una importante editorial, sin fines de afamarse o de triunfar.

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