20 de julio de 2008

DISCURSO CÍNICO SOBRE LIBROS

Día llegará en que rodeado de la mentira, la estupidez,
el mal, la locura, la explotación y la inmisericordia, re-
celarás de ti mismo, y dudarás si el necio, el malvado y
el loco eres tú, y ellos los fieles de la verdad, la belleza,
y la bondad.

ESCUELA DE MANDARINES, de Miguel Espinosa


Señores y estimados cofrades: Hubo un tiempo en el que los libros daban camino a la libertad, quiero decir a no tenerle miedos a la libertad, al conocimiento de uno mismo en el mundo, que siempre ha resultado nuestro mundo. Lo que sabemos por nuestra esotérica tradición, que es la que nos reúne en esta noche en esta tenida, en las traseras de este local comercial. En ese tiempo del que hablo cada cual escribía y publicaba libros, a la buena de Dios, y también cada uno elegía los que buenamente encontraba o quería, quedando bien claro y entendido que todo estaba parcialmente constreñido al poder adquisitivo del lector, como entonces se le entendía en todos los órdenes, porque leía, no sólo consumía. Y en cuanto a los autores, también estaban condicionados por el capital propio o de los editores. Todo aquello no dejaba de ser un engorro.
Hoy, como sabemos muy bien, el Estado ha resuelto el asunto de manera absoluta, como suele, por otra parte. Ya no existe el problema. Desde el control total del Dinero se marca lo que se debe leer y los libros han dejado de tener ese privilegio mágico y maravilloso de ser algo más que su mero valor reducible a pesetas, y se les ha reducido a su valor real, tangible. De manera que existe poca diferencia entre un melón y un libro. Y, así, vender cien mil ejemplares es un éxito tan grande como vender el mismo número de sandías o tornillos, o hamburguesas. Eso es lo que importa a la Cultura y a la Literatura, a los Libros. No lo duden. Y su autor será bueno, un genio, premios de la crítica, todos los premios, si vende y vende si es premio. Lo demás son fruslerías y mentecateces del pasado, de privilegios insoportables que se les achacaban a los libros frente a otros productos tan iguales y tan dignos como los repollos o las baldosas. Señores, no sean peudoprogresistas, apuesten por el Progreso, por el Futuro, por la Modernidad, abandonen ese muro, ese telón de acero cochambroso y antiguo que llaman y que es la calidad literaria, como hace años nosotros hemos abandonado la dignidad y la decencia, la honradez y todas esas manías burguesas. La única Calidad es vender. Si un autor vende, con la benigna oportunidad y lanzamiento, es el mejor, porque la Historia de la Literatura la hacemos nosotros y en ella los incluimos, con el Estado flanqueados de cara a lo universal de los siglos venideros. No cabe duda. Lo de leer es lo de menos. Lo importante es que el comercio de libros prolifere y las gentes los considere como un camafeo o una pintura, tal como una bolsa de pipas. No que los lea, sino que los compre y los miren por el que dirán, y sean en sus casas ornato y agrado, especiales ladrillos, detalles de buen gusto, como flores de plástico, y se atiborren estanterías hasta el techo. Es y será lo más hermoso, sin dudas de ningún tipo.
Porque la Modernidad ha traído enormes ventajas, adelantos incontestables. Eso de que la tecnología y la ciencia aplicada está destruyendo el planeta y dominando la voluntad de las personas son infundios de narcotraficantes, drogadictos, terroristas, batasunos, comunistas antiguos, pseudoprogresistas y gentes de mal catar. Los niños nacen ya sin necesidad de leer libros a la antigua usanza, y, como dice el antiguo proverbio, con un pan bajo el brazo, o dos. El Estado los prepara: les enseña a leer con métodos eficaces y ultrarrápidos. Es necesario para la vida moderna, sobre todo para leer la Publicidad, las guías de carteles urbanos, los resultados futboleros y deportivos y toda la propaganda de lo que hace tiempo se llamaba prensa y revistas, que antes, por mor de confusión y tendenciosidad, denominaban Información, incluso objetiva e independiente.
Los libros son objetos del Mercado, no me cansaré de repetirlo. Como las patatas, los chicles, los autos o un ordenador, y, por lo mismo, su valor se reduce a su cambio, y no valen privilegios metafóricos del valor de los libros, y en ese caso de los beneficios, a sus ventas. Se acabó tanta monserga y pampringao: un autor vale si vende en términos absolutos. Poco nos importa lo que diga, pues eso no lo leerá nadie. Y esto que les digo no les debe parecer terrible. Antes al contrario, es motivo de gozo y alegría, pues matamos muchos pájaros de un sólo tiro, con el consecuente ahorro de recursos y energías.
Ahora les contaré la historia, que puede ser mi propia historia, aunque nadie me cree. Tal vez sea un tanto larga; pero no por lo mismo interesantísima. De ella deducirán mis pensamientos actuales de cara a la consideración del libro, su uso y entorno. Mi venganza.
Pues, señor, dicen que en aquel tiempo vivió un escritor inédito, absolutamente desconocido. Como hombre de juego (todo juego es fuego para la vida) decidió hacer un simulacro de desaparición de su persona, de forma y manera que lo diesen por muerto. Se le encontró una especie de testamento donde declaraba todo lo que dejaba escrito, en carpetas, cuadernos y entre sus libros y papeles.
Un amigo del susodicho autor y un editor, listo y avispado, viendo la posibilidad de que el asunto era rentable comercialmente, deciden ir publicando las obras acabadas, y, posteriormente, las inconclusas y las notas ingentes. También sus poemarios y el teatro, poemas sueltos, ensayos, etc.
Al paso del tiempo, y con el conveniente lanzamiento publicitario y editorial (ya se sabe: comentarios y reseñas simultáneos y oportunos en diarios oficiales, en las radios estatales y las televisiones, listas de más vendidos, premios nacionales y de la crítica, y algún político de postín y ladrador que lo cita como autor que lee con devoción, etc.), la obra de ese autor desaparecido y que se da por muerto, inédito hasta entonces, y que llamaremos RB, va tomando grandísimo interés por parte de los consumidores de libros, o si lo prefieren, lectores, de la crítica reconocida (siempre me pregunté por quién), de otros escritores que lo ven un maestro o lo envidian y le ladran mientras cabalga.
Entretanto, el desaparecido RB, ha llevado una dura vida para subsistir sin identidad real. Está en un ambiente y en una ciudad que distan mucho de sus raíces, de su educación y de sus orígenes. Pero ya sabemos que el hombre es máquina de costumbres, cuando no borrego del acomodo. Al ser su obra conocida, al triunfar, en expresión que tanto satisface, como en el fútbol y en los negocios, siempre por encima de los pobres diablos que no lo consiguen, él (nuestro RB) sigue la evolución de todo el proceso de triunfo de su obra y, admirado, es testigo distante, anónimo y escondido de la aceptación y aplauso a sus creaciones, por parte de esos lectores masivos y mayoritarios, de los forofos intelectuales que forman manifiestos a favor de bloques militares que les defiendan sus prebendas o de cualquier estupidez importante de la que los poderes necesitan su apoyo y firma, y, sobre todo, de los críticos literarios o propagandísticos. RB es un lector más de sí mismo. Y le surge el grave problema, asombrado ante tales triunfos de sus obras, de creerse otro diferente del que escribió tanta obra leída y vendida con tan clamoroso triunfo y granjeo.
Un buen día. por arte más bien de birlibirloque, consiguió la documentación y la identidad de alguien que realmente desapareció, y sólo tuvo que cambiar fotos aquí y allá. Por diversas peripecias, que no vienen al cuento, logra meterse en la editorial que publica y comercia con sus obras. Asciende progresivamente y llega a ser la mano derecha del editor, que ya es bastante mayor y necesita ayudante u hombre de confianza.
Pasaron dos años y el editor, un buen día (lo digo sin recochineo) murió, dejando como único heredero universal a nuestro RB, que se había convertido en la niña de sus ojos y que tiene identidad falsa. De esta manera se vio dueño de su obra nuevamente. Dueño según el sistema de valores imperante. (Conviene recordar que cuando nuestro hombre desapareció, no tenía familiares ni nadie que se hiciera cargo, dueño, de sus papeles, y, así, el editor se apropió de sus obras con la connivencia del amigo, y en aras de salvarguardar la cultura y una obra literaria rica, creativa y de calidad, y, claro, para eso como dueños eran inmejorables).
Ocurrido esto, dueño, amo de los derechos de autor sobre la obra, nuestro RB decide mostrar y demostrar que él fue el que escribió esa Obra que tanto admiran los lectores, tanto valoran los críticos e intelectuales. Tropieza y se enfrenta con graves dificultades y se plantea el problema de que hasta que punto es importante el conocimiento de la persona que realizó una obra literaria (recuerdo El Quijote y la atribución de autoría a Cide Hamete Benemegeli, el caso del corpus cabalístico del Zohar, etc.). Lo que interesa, pues, es la obra, son las obras y su comercio, y es inútil darse a conocer como autor para un público cuya gozada y misterio, en la obra, radica en el anonimato del realizador que fue realmente RB. Anonimato siempre relativo, ya que se conoce su nombre. Pero se desconocen la vida y milagros, la personalidad, las circunstancias, la identidad del autor (recuerdo a Pero Abat y El Mio Cid o el arcipreste de Hita, ese tal Juan Ruiz y su Libro de Buen Amor).
La gente, la chusma, dice: Fulano de tal es autor de la Obra; pero, ¿quién es Fulano de Tal? En vano RB, apoyado por la heredada editorial y toda su parafernalia de publicidad y técnicas, trata de convencer escribiendo y editando nuevas y geniales obras, rehaciendo, recuperando la identidad de su biografía, de su otro abandonado como en un atroz juego que ya le quema. Cuenta su vida desde pequeño hasta que gestó su Obra, que la gente entiende como la Obra. Nadie le cree, porque nadie cree ni necesita creerlo para comprar sus libros. Además la editorial de RB había perdido la bendición de intelectuales, críticos, periodistas o propagandistas varios y de los políticos, como otro tropiezo para sus pretensiones. Cumpliéndose su hado malo de mala ventura, o aquello tan viejo de que la inteligencia sólo granjea desdichas. La Obra perdería parte de misterio, de su atracción. Sería tan intolerable como si Kafka apareciera hoy enmendando la plana de todo lo que se ha dicho de él y de su obra. Nadie admitiría esa realidad del escritor, frente a la realidad fingida, literaria, que han hecho sus lectores, la crítica, los editores, los intelectuales postineros y de tronío, etc., que realmente se constituyen en una literatura semioral o tradicional con tanta invención e inventiva sobre los intríngulis del autor, como la propia obra del mismo.
Hete aquí que, señores, después de este cuento o paradójica parábola, la conclusión es una y la misma: lo importante es el negocio a ultranza, ganar Dinero como fuere, que es como ganar el Cielo y a costa de lo que sea. Hoy comerciamos en libros por esos ramalazos de la vida, mañana en balas o en vino, o, tal vez, en carbón y cadáveres. Da lo mismo.

Con estas reflexiones doy por terminada la reunión. Señores, hermanos, vayan saliendo de uno en uno, y espaciados en el tiempo y por diferentes caminos, ya que no es conveniente que nos vean, ni aun nos sospechen juntos y revueltos, nuestros inocentes y chusmosos consumidores de libros, que, aunque impresos en blanco, los adquieren, pues de tan manera ponen sus mentes y sus almas. Procedamos con calma y mejor letra. Sea así siempre.

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Hay algo que se llama libertad, y que debes ejercer libremente. Así que distingue bien entre las ideas, los sentimientos, las pasiones, la razones y similares. No son respetables; pero cuida, que detrás hay personas. Y las personas, "per se", es lo único que se respeta en este lugar. Muy agradecido y mucha salud. Que no te canse.