11 de agosto de 2007

INÚTIL VOLVER


Ética inútil

Donde fuiste feliz alguna vez
no debieras volver jamás: el tiempo
habrá hecho sus destrozos, levantado
su muro fronterizo
contra el que la ilusión chocará estupefacta.
El tiempo habrá labrado,
paciente, tu fracaso
mientras faltabas, mientras ibas
ingenuamente por el mundo
conservando como recuerdo
lo que era destrucción subterránea, ruina.

Si la felicidad te la dio una mujer
ahora habrá envejecido u olvidado
y sólo sentirás asombro
-el anticipo de las maldiciones.
Si una taberna fue, habrá cambiado
de dueño o de clientes
y tu rincón se habrá ocupado
con intrusos fantasmagóricos
que con su ajeneidad te empujan a la calle, al vacío.
Si fue un barrio, hallarás
entre los cambios del urbano progreso
tu cadáver diseminado.

No debieras volver jamás a nada, a nadie,
pues toda la historia interrumpida
tan sólo sobrevive
para vengarse en la ilusión, clavarle
su cuchillo desesperado,
morir asesinando.
Mas sabes que la dicha es como un criminal
que seduce a su víctima,
que la reclama con atroz dulzura
mientras esconde la mano homicida.
Sabes que volverás, que te hallas condenado
a regresar, humilde, donde fuiste feliz.

Sabes que volverás
porque la dicha consistió en marcarte
con la nostalgia, convertirte
la vida en cicatriz;
y si has de ser leal, girarás errabundo
alrededor del desastre entrañable
como girase un perro ante la tumba
de su dueño… su dueño… su dueño…


Félix Grande, de Música amenazada (1963-66)

Este poema tremendo y orquestado maravillosamente por Félix Grande me ha asaltado hace un par de días, al hojear uno de los ejemplares que tengo, de la edición de su poesía completa (hasta entonces), llamado Biografía – poesía completa (1958-1984), editada por Antropos en 1989, en la colección Ámbitos Literarios/Poesía. Manejo dos ejemplares, uno comprado en Zaragoza, otro regalo en Gandía, en verano de curso sobre poesía contemporánea que impartí, entre esa población y Valencia.

Me trae, el poema, recuerdos de dos poetas muy leídos, muy maestros de mi formación. Uno es Cernuda y otro César Vallejo, porque César Vallejo siempre está, aunque sea de lejos, latiendo en la obra de Félix.

Como siempre que releo la poesía de este paisano emeritense, me estremezco, me doblego, me descubro, me paro a contemplar mi estado. He vuelto muchas veces a lugares donde fui feliz, o por lo menos algo parecido. Y la desolación fue la única respuesta, es verdad. Pero especialmente me ocurre en estos meses en los que ando instalado en esta nueva casa en la calle, y en el barrio, donde transcurrió mi infancia en Llerena.

Si fue un barrio, hallarás
entre los cambios del urbano progreso
tu cadáver diseminado.

Hallo un cadáver que fui, yo diseminado, casi cada vez que salgo a la calle, y los cadáveres de todos aquellos que poblaron aquel tiempo que supongo que fue, o lo quiso, medianamente feliz. Eso supongo.

No he vuelto de propio al barrio, es cierto, sino que todo ha sido casualidad, verdad que casualidad aceptada. Y ese malestar inexplicable que me acomete por estar en el mismo debe tener cierta explicación en el poema de Félix Grande esta tarde de verano larga, cansada, sabatina.

Me pasó algo similar, la desazón y la aniquilación absoluta, en el año 1998 cuando volví a Barcelona y, tras la calle Moncada, justo tras el museo Picasso, en la pequeña calle de la Çeca, traté de recuperar, o de remembrar, las satisfacciones, o felicidades, ocurridas allá, cuando habité aquellos lugares de aquel barrio, y en aquel apartamento pequeño, en un cuarto piso, desde una de cuyas ventanas se veía santa María del Mar…

Por no hablar de una taberna, que irremediablemente me ha traído Ca la Sorda, en la calle Bolaños, también en Llerena... Con la diferencia de que la taberna ha desaparecido y no quedan ni fantasmas, ni fantasmagóricos…

Si una taberna fue, habrá cambiado
de dueño o de clientes
y tu rincón se habrá ocupado
con intrusos fantasmagóricos
que con su ajeneidad te empujan a la calle, al vacío.

También este poema me explica algunas cosas relativas a la memoria, al conservadurismo a ultranza, que todos llevamos enquistado en nuestro ser, tal vez por atávicas educaciones, por la manía de lo histórico, por esa nefasta y nefanda invención de que cualquier tiempo pasado fue mejor... O por la vuelta, que casi todos deseamos, al seno materno, del que no deberíamos haber salido, pues en él sí fuimos felices, y de ahí la coyunda, la explicación del coito como felicidad, pérdida de consciencia, orgásmica muerte pequeña... Pero también como endogamia empequeñecedora, edipismo vesánico, a fuer de feliz...

Y me sublevo, me siento como un sujeto nada apegado al pasado, a la carquería pasada, sea cual fuere. Amo la literatura futurista, la cienciaficción, toda literatura prospectiva. Me cargan la historia y sus plúmbeos atenores, sus pesados, conservadores y pasados principios supremos, no aguanto la carcundia de lo antiguo, que se me antoja perverso, aherrojador, cárcel del alma y el cuerpo. Tal vez por eso hoy se le ama tanto esos mundos, estando, como estamos, en época asaz conservadora, pese a los barnices izquierdosos, presuntamente innovadores, progresistas, que se dicen, se publicitan..., y está tan de moda la novela histórica y toda la cosa de la memoria histórica, la filosofía histórica y la mierda en plancha histórica, asimismo, en nombre de gente progresista, que es lo que jamás entenderé... Algo falla.

Como toda grande poesía sobre los pies de los otros poetas anteriores, los otros poemas, anda; se construye. He mencionado a Jorge Manrique, pero pudiera decir Juan Ruiz, arcipreste de Hita, Sem Tob de Carrión, o la Raçon feita de amor y los poemas anónimos medievales...

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